martes, 19 de febrero de 2008

Paulo Coelho, Once minutos

Estas líneas están dedicadas a la memoria de
Paco Munguía, fallecido el 10 de febrero del 2008.
Hasta siempre, mano, esta vez sí falló la torreta.


Del 24 de enero al 4 de febrero del 2008 leí esta obra de Paulo Coelho. Es la primera ―y muy probablemente la única― que leo de este autor, signado por el dedo mágico y bendito de la mercadotecnia y traducido a 63 lenguas en 150 países.

En Once minutos, Coelho desde la primera línea descubre la trama: “Érase una vez una prostituta llamada María”. Y así la puerta se abre para entrar al mundo y a la historia de esta mujer, primero adolescente y luego adulta, que por razones poco poderosas y coincidencias extremas (ésas que sólo puede acomodar la ficción vuelta literatura) decide convertirse, para decirlo eufemísticamente, en vendedora de placeres carnales.

Pero no es una prostituta cualquiera. Poco a poco se descubre como una sexoservidora intelectual, que además de escribir su diario (lo que nos permite como lectores inmiscuirnos en sus pensamientos y sentimientos más personales) es capaz de trazar la prospectiva de su vida y saber con certeza que su “ser ramera” es sólo una etapa de su vida. Así, con plena conciencia, su oficio se convierte en un medio para lograr lo que realmente desea: tener una apacible vida al lado de sus padres en una granja que ella comprará con sus ahorros.

Dos viajes marcan la existencia de María: uno a Copacabana y otro a Suiza. La parte más significativa de su historia transcurre, justamente, en este país. Ahí conoce a dos personas que jugarán un papel muy importante en su vida: Ralf y Terence. Con el primero conoce los rincones más sublimes del amor, mientras el segundo la lleva a los umbrales del sadomasoquismo.

La historia, aunque al final el autor nos asegura que está basada en un personaje de la vida real, resulta poco creíble. Demasiado rosa para comprender los haceres de María y las cuerdas que determinan su destino.

Quizá lo más rescatable sea el cálculo de que el hecho más significativo de nuestra vida erótico-sexual sólo dura once minutos, aunque Irving Wallace asegure que sólo siete.

J. Antonio Galván P.
19 de febrero del 2008
Tláhuac-Colonia Moderna

Ana Clavel, Cuerpo náufrago

La lectura de esta obra la realicé del 15 de febrero al 1 de marzo del 2008. Tenía previsto concluirla el 29 de febrero para celebrar, simbólicamente, y aprovechar este año bisiesto. Pero el cansancio y el sueño dieron al traste con esta pretensión.

Ana Clavel nos lleva por el mar agitado de una parte de la vida de Antonia (Antón) que inicia justo una mañana que ella se despierta y descubre que ha dejado de ser mujer y ahora su mente, su espíritu, su ser... habitan el cuerpo de un hombre.

Así, esta especie de Gregorio Samsa mexicano y posmoderno comienza a ajustar el rumbo de sus actividades y su vida para aprender a disfrutar su nueva realidad.

Los azares y las coincidencias de su tránsito en la búsqueda de sus nuevos asideros, llevan a Antonia a encontrar a un viejo amigo: Francisco, quien la acerca a otras personas que pasarán a formar parte de su microcosmos social: Carlos, Raimundo, Malva, Claudia, Paula...

Su reciente apariencia, sexo y personalidad la llevan a descubrir una especie de fetichismo externo y su obsesión por lo mingitorios, objetos que se convertirán en un hilo conductor que guiará los actos de Antón y sus amigas y amigos.

Terminé de leer esta obra mientras me transportaba (el sábado 1 de marzo) en un taxi. Iba leyendo con mucho interés las que sabía eran las últimas páginas cuando de repente la obra llegó al final, así, abruptamente, sin mediar explicaciones ni resoluciones ni estertores. Entonces me sentí como un lector náufrago.

Rescato, por último, dos enseñanzas de Ana Clavel:

1. La Quinta Ley de Newton: “Por más que te esfuerces siempre caerá una gota fuera de lugar”. (Aplica sólo para hombres).
2. En el reino del albur, todo tuerto tiene al menos dos ojos.

J. Antonio Galván P.
Tláhuac-Colonia Moderna
19 de febrero del 2008