A la memoria de Jesús Pérez Castro.
piedra angular de mi niñez y juventud.
Contrario a la convicción que me impuse hace muchos años de no leer traducciones, salvo las de las obras de Saramago, mi primera lectura completa en este 2009, del 3 al 21 de enero, fue la novela del joven escritor australiano Markus Zusak: La ladrona de libros.
Cuánta razón tiene Juan Villoro al afirmar que los libros escogen a sus lectores. A finales del 2007 vi esta obra en las pilas de novedades de la librería Gandhi, y desde entonces la ladrona me lanzó un guiño. Escuché un susurro que me decía: “llévame”, pero me resistí por mucho tiempo. Un año debió pasar para que ese ejemplar de pasta oscura, con la fotografía de una adolescente de largas trenzas que lee recostada sobre una superficie de madera, me convenciera. En diciembre del 2008, al darme mi autorregalo de libros la voz de la ladrona fue estruendosa y, entonces, como buen mortal leedor, caí en sus páginas.
La ladrona de libros es una novela ex-tra-or-di-na-ria. Su principal atributo es la sencillez, aunada al ritmo constante en que Zusak presenta los acontecimientos, sin detenerse en detalles superfluos y, por el contrario, adelantando secesos que después serán desarrollados. Por eso, el acto de leer se vuelve gozoso y apetecible, sin enredos ni complicaciones.
La historia es vista, seguida, analizada, comentada y contada por una testigo muy especial: la muerte: Y ese recurso, a la vez original y creativo, permite que un relato cargado de dolor y tragedia, disminuya sus dimensiones de catástrofe:
Una pequeña verdad
No llevo ni hoz ni guadaña.
Sólo cuando hace frío visto un hábito negro sin capucha.
Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo. (p. 308)
Lo cierto es que durante los años que duró la hegemonía de Hitler, nadie logró servir al Führer con mayor lealtad que yo. El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir. (p. 478)
El espacio temporal de esta historia va de 1939 a 1943: casi toda la segunda guerra mundial; mientras que el físico, es un pequeño poblado de Alemania: Molching, y dentro de éste una calle: Himmelstrasse.
Panorámica de Himmelstrasse
Los edificios parecían soldados unos a otros, casitas y bloques de pisos de apariencia nerviosa.
Había nieve sucia en el suelo como si fuera una alfombra.
Había cemento, árboles parecidos a percheros vacíos y un aire gris. (p. 30)
La protagonista es la niña-adolescente (de 10 a 14 años) Liesel Meminger, la ladrona de libros (aunque en realidad es excesivo llamarla ladrona, es algo así como una rescatadora de obras). Su primer libro “robado” fue Manual del sepulturero (el 13 de enero de 1939), el segundo El hombre que se encogía de hombros (20 de abril de 1940), y el tercero Una canción en la oscuridad. Su aprendizaje y gusto por la lectura, en particular, y de las palabras, en general, la lleva a escribir su historia La ladrona de libros:
Página 1
«Intento hacer oídos sordos, pero sé que todo empezó con el tren y la nieve y la tos de mi hermano. Ese día robé el primer libro, un manual para cavar sepulturas. Me hice con él de camino a Himmelstrasse…» (p. 509)
Última línea
«He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.» (p. 511)
Sería ocioso que aquí te reseñara los principales sucesos de la obra, sólo te cuento, posible lector/a, que en ésta encontrarás personajes que se vuelven entrañables, además de Liesel, a su hermano Werner, a sus padres de acogida (adoptivos) Hans y Rosa Hubermann, a su amigo Rudy Steiner, al judío Max Vandenburg, a la esposa del alcalde Ilsa Hermann, a su vecina la señora Holtzapfel y sus hijos combatientes en la guerra, entre otros. Aquí reproduzco las descripciones que de algunos de ellos hace la muerte narradora:
Algunos datos sobre Hans Hubermann
Le gustaba fumar.
Lo que más le apetecía era liar los cigarrillos.
Trabajaba de pintor y tocaba el acordeón. Les venía muy bien, sobre todo en el invierno, porque sacaba un poco de dinero extra tocando en los bares de Molching, en Knoller, por ejemplo.
Ya me la había jugado en una guerra mundial, y luego, en la otra, a la que lo enviaron (a modo de recompensa cruel), no sé cómo, se me volvió a escapar. (p. 36)
Unos cuantos datos significativos
En 1933 el noventa por ciento de los alemanes apoyaba a Adolfo Hitler sin reserva alguna.
Eso nos deja a un diez por ciento de detractores.
Hans Hubermann pertenecía a ese diez por ciento.
Existía una razón para ello. (p. 64)
Algunos datos sobre Rosa Hubermann
Medía un metro y cincuenta y cinco, y llevaba su liso pelo castaño grisáceo recogido en un moño.
Para complementar los ingresos de los Hubermann, hacía la colada y planchaba para cinco de las casas más acomodadas de Molching.
Cocinaba de pena.
Poseía una habilidad única para irritar a casi todos sus conocidos.
Pero quería a Liesel Meminger.
Sólo que su forma de demostrarlo era un tanto extraña.
Entre otras cosas, a menudo la agredía verbalmente y físicamente con una cuchara de madera. (p. 37)
Algunos datos sobre Rudy Steiner
Era ocho meses mayor que Liesel y tenía piernas esqueléticas, dientes afilados y el pelo de color limón.
Era uno de los seis Steiner, y tenía hambre a todas horas.
En Himmelstrasse se le consideraba un poco alocado.
Esto se debía a un suceso del que rara vez se hablaba, pero al que todo el mundo se refería como «el incidente Jesse Owens»; una noche se había pintado de negro carbón y había corrido los cien metros en el estadio local. (p. 51)
Max Vandenburg
En noviembre de 1940, cuando Max Vandenburg llegó a la cocina del número treinta y tres de Himmelstrasse, tenía veinticuatro años. Parecía que la ropa le pesara y su extenuación era tal que un pico habría podido partirlo en dos. Estremecido se quedó agitando la puerta. (p.188)
Visita guiada al sufrimiento
A su izquierda,
tal vez a su derecha,
incluso puede que al frente,
hay una pequeña habitación a oscuras.
Ahí espera sentado un judío.
Apesta.
Está famélico.
Está asustado.
Por favor, intenta no apartar la vista. (p. 141)
UNA LECTURA PERSONAL
Durante el recorrido de las 531 páginas de esta novela, mientras la voz de la muerte me narraba la historia de Liesel, la muerte verdadera se presentó el 9 de enero, a media tarde, junto a una cama del hospital del IMSS en Apizaco, Tlaxcala. Ahí mi padrino Jesús Pérez Castro recibió su llamado. Se resistió mucho tiempo, quizá repasando su propio libro de la vida y a las once de la noche cayó en los brazos de esa señora.
Al visitarlo en su velorio, recordé lo que me dio en mi niñez y mi juventud. Lo recuerdo cuando me llevaba a nadar y se desesperaba por mi incapacidad para flotar en la alberca. Lo recuerdo comprándome mi primer reloj (un Steelco extraplano) en diciembre de 1972 y regalándome mi segundo reloj (un Orient automático) cuando supo que me habían robado el primero. Lo recuerdo contando chistes y sus estruendosas carcajadas, o su seriedad aparente cuando las cosas no marchaban bien. Pero lo que más recuerdo y le agradezco es que me dio la oportunidad de sentir que yo, al igual que mis primos, mis amigos y mis compañeros, también tenía papá.
José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
21 de enero del 2009
Cuánta razón tiene Juan Villoro al afirmar que los libros escogen a sus lectores. A finales del 2007 vi esta obra en las pilas de novedades de la librería Gandhi, y desde entonces la ladrona me lanzó un guiño. Escuché un susurro que me decía: “llévame”, pero me resistí por mucho tiempo. Un año debió pasar para que ese ejemplar de pasta oscura, con la fotografía de una adolescente de largas trenzas que lee recostada sobre una superficie de madera, me convenciera. En diciembre del 2008, al darme mi autorregalo de libros la voz de la ladrona fue estruendosa y, entonces, como buen mortal leedor, caí en sus páginas.
La ladrona de libros es una novela ex-tra-or-di-na-ria. Su principal atributo es la sencillez, aunada al ritmo constante en que Zusak presenta los acontecimientos, sin detenerse en detalles superfluos y, por el contrario, adelantando secesos que después serán desarrollados. Por eso, el acto de leer se vuelve gozoso y apetecible, sin enredos ni complicaciones.
La historia es vista, seguida, analizada, comentada y contada por una testigo muy especial: la muerte: Y ese recurso, a la vez original y creativo, permite que un relato cargado de dolor y tragedia, disminuya sus dimensiones de catástrofe:
Una pequeña verdad
No llevo ni hoz ni guadaña.
Sólo cuando hace frío visto un hábito negro sin capucha.
Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo. (p. 308)
Lo cierto es que durante los años que duró la hegemonía de Hitler, nadie logró servir al Führer con mayor lealtad que yo. El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir. (p. 478)
El espacio temporal de esta historia va de 1939 a 1943: casi toda la segunda guerra mundial; mientras que el físico, es un pequeño poblado de Alemania: Molching, y dentro de éste una calle: Himmelstrasse.
Panorámica de Himmelstrasse
Los edificios parecían soldados unos a otros, casitas y bloques de pisos de apariencia nerviosa.
Había nieve sucia en el suelo como si fuera una alfombra.
Había cemento, árboles parecidos a percheros vacíos y un aire gris. (p. 30)
La protagonista es la niña-adolescente (de 10 a 14 años) Liesel Meminger, la ladrona de libros (aunque en realidad es excesivo llamarla ladrona, es algo así como una rescatadora de obras). Su primer libro “robado” fue Manual del sepulturero (el 13 de enero de 1939), el segundo El hombre que se encogía de hombros (20 de abril de 1940), y el tercero Una canción en la oscuridad. Su aprendizaje y gusto por la lectura, en particular, y de las palabras, en general, la lleva a escribir su historia La ladrona de libros:
Página 1
«Intento hacer oídos sordos, pero sé que todo empezó con el tren y la nieve y la tos de mi hermano. Ese día robé el primer libro, un manual para cavar sepulturas. Me hice con él de camino a Himmelstrasse…» (p. 509)
Última línea
«He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.» (p. 511)
Sería ocioso que aquí te reseñara los principales sucesos de la obra, sólo te cuento, posible lector/a, que en ésta encontrarás personajes que se vuelven entrañables, además de Liesel, a su hermano Werner, a sus padres de acogida (adoptivos) Hans y Rosa Hubermann, a su amigo Rudy Steiner, al judío Max Vandenburg, a la esposa del alcalde Ilsa Hermann, a su vecina la señora Holtzapfel y sus hijos combatientes en la guerra, entre otros. Aquí reproduzco las descripciones que de algunos de ellos hace la muerte narradora:
Algunos datos sobre Hans Hubermann
Le gustaba fumar.
Lo que más le apetecía era liar los cigarrillos.
Trabajaba de pintor y tocaba el acordeón. Les venía muy bien, sobre todo en el invierno, porque sacaba un poco de dinero extra tocando en los bares de Molching, en Knoller, por ejemplo.
Ya me la había jugado en una guerra mundial, y luego, en la otra, a la que lo enviaron (a modo de recompensa cruel), no sé cómo, se me volvió a escapar. (p. 36)
Unos cuantos datos significativos
En 1933 el noventa por ciento de los alemanes apoyaba a Adolfo Hitler sin reserva alguna.
Eso nos deja a un diez por ciento de detractores.
Hans Hubermann pertenecía a ese diez por ciento.
Existía una razón para ello. (p. 64)
Algunos datos sobre Rosa Hubermann
Medía un metro y cincuenta y cinco, y llevaba su liso pelo castaño grisáceo recogido en un moño.
Para complementar los ingresos de los Hubermann, hacía la colada y planchaba para cinco de las casas más acomodadas de Molching.
Cocinaba de pena.
Poseía una habilidad única para irritar a casi todos sus conocidos.
Pero quería a Liesel Meminger.
Sólo que su forma de demostrarlo era un tanto extraña.
Entre otras cosas, a menudo la agredía verbalmente y físicamente con una cuchara de madera. (p. 37)
Algunos datos sobre Rudy Steiner
Era ocho meses mayor que Liesel y tenía piernas esqueléticas, dientes afilados y el pelo de color limón.
Era uno de los seis Steiner, y tenía hambre a todas horas.
En Himmelstrasse se le consideraba un poco alocado.
Esto se debía a un suceso del que rara vez se hablaba, pero al que todo el mundo se refería como «el incidente Jesse Owens»; una noche se había pintado de negro carbón y había corrido los cien metros en el estadio local. (p. 51)
Max Vandenburg
En noviembre de 1940, cuando Max Vandenburg llegó a la cocina del número treinta y tres de Himmelstrasse, tenía veinticuatro años. Parecía que la ropa le pesara y su extenuación era tal que un pico habría podido partirlo en dos. Estremecido se quedó agitando la puerta. (p.188)
Visita guiada al sufrimiento
A su izquierda,
tal vez a su derecha,
incluso puede que al frente,
hay una pequeña habitación a oscuras.
Ahí espera sentado un judío.
Apesta.
Está famélico.
Está asustado.
Por favor, intenta no apartar la vista. (p. 141)
UNA LECTURA PERSONAL
Durante el recorrido de las 531 páginas de esta novela, mientras la voz de la muerte me narraba la historia de Liesel, la muerte verdadera se presentó el 9 de enero, a media tarde, junto a una cama del hospital del IMSS en Apizaco, Tlaxcala. Ahí mi padrino Jesús Pérez Castro recibió su llamado. Se resistió mucho tiempo, quizá repasando su propio libro de la vida y a las once de la noche cayó en los brazos de esa señora.
Al visitarlo en su velorio, recordé lo que me dio en mi niñez y mi juventud. Lo recuerdo cuando me llevaba a nadar y se desesperaba por mi incapacidad para flotar en la alberca. Lo recuerdo comprándome mi primer reloj (un Steelco extraplano) en diciembre de 1972 y regalándome mi segundo reloj (un Orient automático) cuando supo que me habían robado el primero. Lo recuerdo contando chistes y sus estruendosas carcajadas, o su seriedad aparente cuando las cosas no marchaban bien. Pero lo que más recuerdo y le agradezco es que me dio la oportunidad de sentir que yo, al igual que mis primos, mis amigos y mis compañeros, también tenía papá.
José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
21 de enero del 2009