lunes, 27 de diciembre de 2010

Confieso que he leído


Para Antonio Valentín
por su exitosa graduación
en la Universidad de Amsterdam.
Para Silvia y Beto, por la llegada
de Chilpa.

En días pasados uno de los pocos lectores de este blog me preguntó por qué he dejado de leer. Le respondí que su apreciación era errónea, que mi actividad lectora continúa igual que en otros tiempos. “Es que —me dijo— hace mucho que no veo una nueva entrada. La última, de Pamuk, ya la leí más de tres veces”.

Entonces me asaltó una sensación de arrepentimiento y culpa. El primero, por no haberme dado el tiempo para escribir las entradas sobre los libros leídos. La segunda, por el abandono de este espacio, por dejar solo a mi único lector.

Por ello me resultan admirables las personas que tienen la disciplina de la escritura. Disciplina que les permite publicar periódicamente reseñas o artículos o ensayos o crónicas. Personas que, suceda lo que suceda, escriben. Recuerdo que hace muchos años le preguntaron al escritor Luis Spota (ya fallecido) cómo le hacía para publicar una novela cada año. Él contestó que diariamente escribía dos cuartillas definitivas (es decir, podía escribir muchas más, pero al final dejaba dos), ésa era su primera actividad del día. Al término de un año tenía más de setecientas cuartillas dignas de ser publicadas, pero entonces empezaba un proceso de depuración para quedarse con 250 o 300 con las que conformaba su libro anual.

Estimado/a lector/a, este prolongado silencio no se debe a que no haya leído. Digamos que mi actividad lectora le ha ganado a mi actividad escritora. Eso es todo. A veces no hay tiempo para sentarse a puchar el teclado para escribir. Las obligaciones cotidianas se nos imponen implacables y, como bien decía la abuela: "primero está la obligación y luego la devoción". El trabajo se ha impuesto al gusto por compartir mis lecturas.

Hecha esta aclaración, te cuento que del 11 al 26 de mayo leí el libro más reciente de Laura Restrepo, Demasiados héroes. Una historia tranquila que nos cuenta la vida de una periodista colombiana y su hijo, el adolescente Mateo, producto de la relación de aquélla con un militante argentino (Ramón). La novela recrea algunos pasajes de la dictadura militar en Argentina de los años 70 y 80 del siglo pasado.

Los compromisos políticos y clandestinos de Ramón, sus huídas constantes para no ser atrapado por los militares, provocan que su mujer lo abandone, vuelva a Colombia y se lleve con ella, por supuesto, al pequeño Mateo.

Demasiados héroes nos muestra el reencuentro del padre con su hijo, o mejor dicho, la búsqueda que hace Mateo de su padre. La unión de dos vidas separadas en esa parte reciente de la historia argentina, que ahora se reconstruye poco a poco a partir de los ecos de las muchas voces que padecieron la persecución, la tortura y la injusticia.

Del 7 al 16 de junio mis ojos recorrieron las letras que conforman Adán en Edén, una pequeña novela de Carlos Fuentes, que presenta la vida de Adán Gorozpe, buscador de poder político que, para lograrlo, contrae matrimonio con Priscila Holguín, hija de un hombre poderoso: Celestino Holguín, el “Rey del bizcocho”. El desamor hacia su esposa lleva al protagonista a involucrarse sentimentalmente con otra mujer: Ele. Adán en Edén es el relato de esa doble vida del protagonista.

Con seguridad, esta novela no formará parte de los grandes libros de Carlos Fuentes. Pareciera que su gran imaginación y magia literaria le han abandonado en los últimos años y no nos ha regalado nada digno del recuerdo permanente.

La semana del 19 al 26 de julio, este lector-amanuense se enteró de las penurias de Porfirio Díaz en sus últimos años de vida, una vez que fue desterrado a causa de la Revolución Mexicana de 1910.

Pobre patria mía, de Pedro Ángel Palou, nos lleva de mayo de 1911 a abril de 1915 para acompañar al expresidente Díaz en sus momentos de reflexión, tristeza y soledad; alejado de la patria y los amigos, e imposibilitado a cambiar las condiciones de México, condiciones adversas que él mismo provocó.

La lectura de esta obra la inicié en la playa de Varadero, Cuba, teniendo frente a mí las apacibles aguas de su mar y disfrutando de su clima paradisíaco. La concluí la noche del 26 de julio, recostado en mi cama, en mi domicilio de la colonia Moderna de la Ciudad de México.

Del 27 de julio al 19 de septiembre, en una lectura lenta pero interesante, recorrí las páginas de Arrebatos carnales, de Francisco Martín Moreno. La obra nos presenta algunos pasajes de la vida amorosa de ciertos personajes de nuestra historia nacional: Maximiliano, Porfirio Díaz, Morelos, José Vasconcelos, Pancho Villa y Sor Juana Inés de la Cruz.

Estos personajes son presentados como seres humanos, es decir, desprovistos de esa versión oficial que los hace héroes o antihéroes. Nuestro morbo lector provoca que nos enteremos de los hilos que determinaron su vida afectiva, sus preferencias y sus orientaciones sexuales…

Entrado en la moda provocada por este año de Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, me di a la tarea de leer del 19 al 26 de septiembre la novela de Celia del Palacio, Leona, que recrea la vida y la obra de Leona Vicario, heroína de la Independencia. La historia abarca de 1808 a 1842 y nos muestra los pasajes y personajes más significativos de la guerra de Independencia: ideales y sueños, móviles políticos, traiciones, encuentros y desencuentros, pugnas… en fin, todo aquello que permitió la formación de una nueva vida para el México recién nacido. Concluí esta lectura en la ciudad de Bogotá, Colombia, a la que asistí al X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación.

Leona es una excelente novela que presenta las motivaciones de la joven burguesa, Leona Vicario, que la orillan a tomar una decisión crucial en su vida: involucrarse en la preparación de un movimiento armado de 1810. Un hecho significativo para ella fue enamorarse del joven abogado, Andrés Quintana Roo, quien de igual manera era uno de los subversivos que buscaba cambiar las condiciones políticas y económicas de hace dos siglos.

Ésta es una buena oportunidad lectora para formarnos una idea por demás completa de esta heroína un poco olvidada de nuestra historia oficial.

Si bien hubo otros libros, como se verá líneas abajo, me adelanto para comentar otro texto que complementa a Leona. Su título es La insurgenta, de Carlos Pascual, y que también recrea la vida y aportaciones de la Vicario a la Independencia nacional. Pero esta recreación se hace a partir de la muerte de Leona, el 21 de agosto de 1842. Obedece a una convocatoria del Ayuntamiento de la Ciudad de México para opinar sobre dos cosas: discutir si los funerales de Leona Vicario serán de Estado o de ciudadano ilustre, y determinar si a la fallecida se le dará el título de “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria”.

Acuden al Ayuntamiento diversos ciudadanos y personajes políticos para dar sus opiniones y, al hacerlo, como lectores nos vamos enterando de los pormenores de la vida de doña Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador de Quintana Roo.

Si bien la obra no nos presenta el conteo final, se colige que la mayoría vota a favor de los funerales de Estado, que finalmente recibió, y en nombrarla “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria”. Lo que nunca sabemos en qué momento y por qué artes perdió tal consideración, toda vez que sólo tenemos un Padre (soltero) de la Patria, pero no una progenitora nacional.

Omito aspectos puntuales de estas dos obras, pero sí recomiendo la lectura de ambas. Sin querer son textos que se complementan y nos proporcionan una amplísima visión sobre la vida de esta mujer que supo luchar y defender sus ideales políticos, contrarios a su propia posición económica y a su fortuna personal.

Para continuar con esta decisión de leer obras relacionadas con el Bicentenario, retomo El misterio del águila, de Juan Miguel Zunzunegui. De entrada, lector/a, te diré que no te la recomiendo. Se trata de esas novelas cuyos hechos son forzados para llegar a un final feliz. Parece más un argumento de mala telenovela que una historia que recree sucesos de la vida nacional (en este caso, prenacional). Lo peor es que el autor nos amenaza diciendo que ésta es la primera parte de una "Trilogía de la Independencia".

Por lo dicho, no vale la pena consignar ni personajes ni situaciones ni escenarios. Sólo te comento que la inicié el 17 de octubre en Amsterdam, la continué del 19 al 21 en París, la retomé el 22 en Bruselas y la terminé a la 1:35 del 24 de octubre en la casa del Chino en Amstardam. Así que lo rescatable de la lectura no fue la historia en sí, sino la experiencia de vida que me regaló mi hijo en esos días inolvidables en el llamado viejo mundo: conocer esas ciudades; apreciar el arte de Van Gogh y saber de su vida caótica y azarosa; llegar al ático de Ana Frank; sentir el frío europeo; entrar al Museo de Louvre y estar frente a la Victoria de Samotracia, visitar en su casa a la Gioconda y ver que tiene más admiradores que las prostitutas de las vitrinas de Amsterdam; abrazar con la mirada a la Venus de Milo; pasear por el jardín de las Tullerías; subir a la Torre Eiffel; cenar en París; ver el recorrido apacible de las aguas del Sena; admirar las construcciones de esos lugares; llegar a Notre Dame y fotografiar sus gárgolas y oír el disparo que le quitó la vida a Antonieta Rivas Marcado… qué días me regaló la vida, lástima que no haya tenido ante mis ojos la gran lectura que acompañara y potenciara esa aventura. Desde luego, lo más importante de todo ello (y razón de esa visita) fue la graduación de mi hijo, Antonio Valentín, como maestro en negocios y mercadotecnia.

Justo el 17 de octubre, mientras volaba de México a Amstardam, concluí la lectura de libro de Humberto Musacchio, Granados Chapa, un periodista en contexto, mismo que había iniciado el 9 de octubre. Se trata de un recorrido por la vida del columnista más importante de este país desde 1984 y hasta nuestros días.

El 30 de mayo del 84, cuando fue asesinado Manuel Buendía, nadie como Granados Chapa para ocupar el lugar que había quedado vacante. Día tras día a través de su Plaza Pública, el maestro Granados lo ha confirmado.

En este libro, Musacchio nos lleva a conocer los pormenores de esta historia viva del periodismo que, curiosamente, está involucrada en los sucesos más significativos de la prensa nacional de las últimas cuatro décadas: los esplendorosos tiempos del Excélsior dirigido por Julio Scherer, el golpe orquestado por Echeverría en contra de ese periódico, el nacimiento de Proceso, la etapa de oro del Unomásuno, el surgimiento de La Jornada y la última casa de Granados Chapa en el diario Reforma. Hacer periodístico que no puede ser ajeno ni a los sucesos nacionales ni a los avatares propios de la vida personal y al desempeño profesional.

Todo ello es lo que se nos relata en este libro que, por sí mismo, constituye una excelente lección para todos aquellos que son o pretenden ser periodistas.

Como complemento perfecto de esta obra, a los pocos días apareció en los estantes de las librerías otra que reconstruye la vida del periodista: Por la izquierda. Medio siglo de historias en el periodismo mexicano contadas por Granados Chapa. Su autora: Silvia Cherem S. Este libro lo comencé a recorrer el 25 de octubre y lo concluí el 3 de noviembre.

El texto de Cherem presenta, también, la historia de este periodista con base en una serie de entrevistas de la autora con el columnista.

Estimado/a lector/a, ambos libros son más que recomendables. Representan un homenaje a la vida de Granados Chapa, vida dedicada al periodismo, encarnada en un profesional de él que letra a letra y párrafo a párrafo nos muestra diariamente, a lo largo de los últimos cuarenta años, lo difícil que es ser congruente cuando una pluma y una inteligencia desnudan las prácticas de los efímeros poderosos.

Por último, en este recuento re-cuento, sólo me queda comentarte que del 28 de septiembre al 10 de octubre le hinqué el diente a una novela de Gonzalo Celorio: Y retiemble en sus centros la tierra, misma que me recomendó y regaló mi amigo Jaime Castañeda Iturbide.

Se trata de la historia del doctor Juan Manuel Barrientos, profesor alcohólico que hacía recorridos con sus alumnos por diferentes cantinas del Centro Histórico de la Ciudad de México. Así como el doctor Castañeda me la recomendó, yo también te la recomiendo. Lástima que no la podamos recrear cantina a cantina pues una muy significativa de ellas ya no existe.

Pero deja que la conciencia del protagonista te cuente esta historia tal y como me la contó. Lee sus catorce capítulos acompañado/a de tu bebida favorita, puede ser desde un agua de horchata hasta un güisqui en las rocas o una cuba libre o una paloma o un brandy con sidral… También puedes hacer el recorrido por Casa Pedro, La Ópera, el Bar Alfonso, La Puerta del Sol, La Casa de las Sirenas, El Nivel (aquí no porque ya despareció) y La Potosina, tal y como lo hizo el doctor Barrientos. Igual y aunque no leas te pones una guarapeta sabrosa y llegas a la conclusión del protagonista: “…la cruda puede curarse pero es imposible disfrazarla”.

¿Te das cuenta, estimado/a único/a lector/a, que sí he leído? Sólo me faltaba un poco de tiempo para poder decírtelo. Espero, como siempre, tu comentario.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
23 de diciembre de 2010

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Amar a madrazos, Ale del Castillo y Moisés Castillo


Agradezco la preocupación de los lectores de este blog que me han reclamado mi silencio. Como dos se han dado cuenta que no escribo en este espacio desde finales de julio. Ofrezco una disculpa por ello. Una de esas personas me preguntó si ya no leo. Sí leo, el problema es que no he podido escribir los separadores de lo leído. Prometo corregirme. A continuación, reproduzco un texto que leí en la Universidad Marista al presentar el libro Amar a madrazos.

Presentar un libro es un evento social tan importante como bautizar a un hijo. Libro no presentado es como hijo no bautizado.

Por eso hoy nos congregamos en esta parroquia académica para compartir con todos ustedes la publicación de Amar a madrazos, la más reciente obra de los jóvenes periodistas Del Castillo y Castillo, quienes hace unos meses le escribieron a la cigüeña y le pidieron tener un libro. La cigüeña les cumplió el deseo, los puso a trabajar arduamente, les concertó muchas entrevistas, les regaló noches interminables de desvelo y, finalmente, en el sanatorio de Grijalbo parieron a este inclasificable material.

Inclasificable porque se lo encuentra en los estantes de las librerías compartiendo un lugar con los libros de psicología y salud o con los de superación personal. Lo acompañan El quinto acuerdo, ¿Por qué los hombres aman a las cabronas?, el Libro del placer, ¿Cómo comprender a tu hijo adolescente?, Aliviánate. En otras aparece en las mesas de novedades y aquí compite con El sueño del celta, de Vargas Llosa; Yo no vine a decir un discurso, de García Márquez; Arrebatos carnales II, de Francisco Martín Moreno; y Yo, de Ricky Martin, entre otros.

Los padres del chamaco-libro empiezan a compartir y a comprender las penas de los grandes escritores, pues a sus actividades cotidianas han tenido que agregar la presentación del niño. Por eso sus voces han sido escuchadas en diversas estaciones de radio y Alejandra se ha convertido en otro más de los animales nocturnos.

Sin embargo, invitados todos, debo advertirles que esta ceremonia gozosa y festiva fue acordada cuando aún el niño estaba alimentándose en la placenta de la computadora. Algo nos decía que el parto iba a ser exitoso. Por ello le dijimos a la mamá que además de las múltiples actividades que realiza debía regalarnos un poco de su tiempo para platicarnos sobre este suceso.

Amar a madrazos es, ante todo, un texto periodístico. Se inscribe en los materiales escritos basados en la investigación y, sobre todo, en el testimonio. Sus fuentes son de primera mano. Por tanto, el libro, si bien tiene dos autores, se nutre de la valentía de sus protagonistas para contarnos como lectores una parte de su historia, esa que ha quedado marcada como huella indeleble y que habrá de seguirlos a lo largo de sus vidas.

Para quienes no lo han leído, les invitamos a que se involucren en sus diecinueve capítulos-relatos: Mi primer golpe; No seas nenita, no te va a doler; Veneno para gato; Su rostro me persigue; No creo que me pueda hacer más daño; Culero; Besos compartidos; Mira cómo esta puta te está dejando; Doble vida; ¿Dónde estoy?; Diez minutos; Bajo advertencia no hay engaño; Nervio óptico; Espalda negra; De aquí no hay salida; Aprendiendo a sufrir; Días Extraños; Estas cosas sanan, estas cosas pasan; y Sólo quiero despedirme.

Así serán partícipes de estos trozos de vida marcados por el miedo, la desesperanza, la impotencia, la incomprensión, la baja autoestima, la inseguridad, el desaliento… Nubes que envuelven a los protagonistas y los enfrenta con ellos mismos.

Además de las historias narradas, los datos duros que nos hablan de un peligro poco analizado, pues no se da en las grandes plazas ni deja mantas en los puentes con mensajes de amenaza, tampoco ocupa los titulares de los grandes o los pequeños diarios. ¿Acaso en el noticiero de López Dóriga escucharon: “Esta tarde Miguel tomó veneno para gato” o esta otra: “Hoy a medio día Valeria agarró a guitarrazos a César”? Pero el doloroso rostro de la violencia entre jóvenes está aquí y habita entre nosotros.

Por ello, este trabajo periodístico se inscribe en un hacer que busca desentrañar una parte de nuestra múltiple realidad juvenil, en este caso citadina, y encierra las claves de una cultura fundamentalmente machista basada en prácticas sociales que para ser desterradas deben ser comprendidas, denunciadas, documentadas, narradas, leídas y escuchadas.

Como los alumnos de Alejandra lo saben, ella es la presidenta del club internacional de fans de Kapuscinski, él me habló desde ultratumba para pedirme que les transmitiera a los autores de Amar a madrazos las siguientes palabras (que se encuentran en Los cinco sentidos del periodista), a fin de que contrastaran sus haceres como periodistas-escritores y las recomendaciones que él les dejó:

El periodismo se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen, porque sin los otros no podemos hacer nada. Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de otros, no existimos. La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos, y somos, aquello que los otros nos permiten. Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas no podemos existir sin la sociedad.

Junto a esa sensibilidad es valioso mantener una actitud humilde sobre lo que hacemos porque en esta profesión la experiencia no se acumula. A diferencia de otras actividades, donde en ocasiones es posible afirmar que alguien ha conseguido mucho, en el periodismo nunca sabemos en realidad qué hacer, cómo actuar, cómo escribir. En cada artículo, cada reportaje, cada crónica, siempre estaremos empezando de nuevo, desde cero. Ni siquiera los libros que escribimos escapan a esta regla: ninguno nos va a servir mucho para el que sigue. Siempre estaremos al principio, nunca podremos estar contentos.

Como periodistas, la tensión entre lo local y lo global nos toca particularmente. Para aquellos que trabajan en el centro del mundo, todo lo que allí sucede tiene automáticamente valor central por sí mismo. Pero para los que trabajamos en la gran periferia es muy importante entender que debemos buscar lo universal en cualquier tema, aquello que revela el mundo entero en una gota de agua. Porque una gota de agua contiene al mundo, pero hay que saber encontrar el mundo en una gota de agua.

Cada vez que nos proponemos escribir acerca de un tema, debemos preguntarnos qué tiene de universal: cuál metáfora, símbolo o signo que nos permita pasar de lo pequeño a lo grande. Debemos hacer una reflexión porque sólo si encontramos este vínculo, este pasaje entre lo local y lo universal, nuestro texto tendrá peso y valor. Sólo así el lector descubrirá en nuestro texto, junto a la historia concreta, un mensaje universal, una pista que le ayude a descifrar las leyes del mundo.

¿Por qué algunos textos pueden vivir cien años y otros textos mueren al día siguiente de su publicación? Por una diferencia capital: los textos que viven cien años son aquellos en los que el autor mostró, a través de un pequeño detalle, la dimensión universal, cuya grandeza dura. Los textos que carecen de este vínculo desaparecen.

Conviene tener presente este requisito de universalidad también a la hora de recoger el material, mientras investigamos nuestros temas. Es una cuestión de talento, de intuición, pero también de amplitud de conciencia, de sabiduría. Y, sobre todo, se trata del secreto para que unos textos perduren y otros se pierdan en el olvido.

Esta noche, los aquí presentes hacemos votos no sólo por el éxito comercial del libro, que de ello se ocupe y se preocupe el señor Grijalbo, sino porque sea útil a los miembros de esta sociedad, sobre todo a los jóvenes. Con seguridad muchos de ellos se verán en un espejo, mientras que otros tendrán información suficiente para no dejarse atrapar por las garras, a veces imperceptibles, de la violencia. Di sí al amor y di no a los madrazos.

José Antonio Galván Pastrana
Tláhuac, D. F.
23 de noviembre de 2010

sábado, 31 de julio de 2010

Orhan Pamuk, El museo de la inocencia


Para Silviññññññña y Alberto
en estos días de espera y descubrimiento
mientras llega Chilpa.


En el 2006, el escritor turco Orhan Pamuk obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Ello le hizo posible ser conocido en muchos países, como sucede con los escritores que gracias a ese premio se convierten en autores “globales”. Nosotros, los lectores, nos acercamos a sus obras pues los suponemos novelistas, ensayistas o poetas extraordinarios, artistas de la pluma o de la tecla que merecen ser leídos.

Diversas personas me recomendaron su novela Me llamo rojo, luego recibí en préstamo otra de sus obras: Nieve, pero no le había leído. En marzo de este 2010 la maestra María de Jesús Gómez me regalo El museo de la inocencia (junto con La mano de Fátima). Así es que no me pude resistir más para leer a este autor que ha hecho de Estambul el escenario preferido de sus diversas historias.

En su edición de Mondadori, el libro consta de 648 páginas, mismas que leí del 17 de junio, día en que la selección de México derrotó 2-0 a Francia en el Mundial de Sudáfrica, al 19 de julio en que la concluí mientras viajaba en un autobús de La Habana a Varadero, en la isla de Cuba.

Múltiples personajes (más de 200) coinciden en esta novela. Sin embargo, en esta breve reseña sólo rescato a los dos protagonistas: el personaje narrador, Kemal, y su prima lejana Füsun, de quien él se enamora y, al hacerlo, encuentra nuevos asideros para su vida, tantos que los destinos de ambos cambiarán irremediablemente.

El museo de la inocencia es un relato de amor. La relación detallada de lo sucedido desde 1975 y hasta 2007 en la vida de Kemal. Su obsesión, muchas veces enfermiza, por conquistar a Füsun. Esa situación lo lleva a montar un museo que dé cuenta del inmenso sentimiento amoroso por ella. En el museo de exponen los más variados objetos a los que el personaje les ha dado un significado especial por eso sólo hecho de haber pertenecido o haber sido tocados por su amada.

Los hechos, desde luego, se llevan a cabo en la cuidad de Estambul. Tienen como contexto la situación política de Turquía en la última parte del siglo XX.

El relato es intimista y pormenorizado. Ello nos da la idea, como lectores, que la historia no avanza. Se alarga en descripciones tan detalladas y repetitivas que por momentos nos invitan a no seguir adelante o a saltarnos unas buenas decenas de páginas con la seguridad de que no nos perderemos de nada importante.

Por ello, la lectura se convierte en una tarea de resistencia, y en la posibilidad de imaginar los más diversos desenlaces. Si Pamuk hubiera omitido la mitad de los 83 capítulos y, por tanto, la mitad de su extensión en páginas, hubiéramos tenido una historia atractiva y veloz.

No me quedará más remedio, como lector, de tratar de cambiar esta primera vaga impresión de la obra de Pamuk y leer las que dicen son sus novelas magnas: Me llamo rojo y El castillo blanco.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
31 de julio de 2010.

sábado, 19 de junio de 2010

Por todas las madres, bohemio.


Desde hace varias semanas nos enteramos que Carlos Monsiváis estaba en terapia intensiva en el Hospital de Nutrición. Luego nos informaron que había salido de esa área, después que había vuelto…

Hoy la noticia se regó rápidamente. Monsiváis había dejado de existir. Margarita y yo comíamos plácidamente en Las Sillas cuando a mi cel llegó un mensaje. Era de Paco López y sólo decía: Murió Monsiváis. No acababa de leer cuando entró otro, éste era de Fabiana Medina y decía lo mismo. En seguida me llamó mi hija y sólo me pregunto: “Papi, ¿ya supiste?” Margarita y yo sólo pudimos comentar que ayer se había ido Saramago y hoy Monsiváis. Al llegar a mi casa, escribí en mi muro de facebook: “Dios, detén tu ira. Ayer te llevaste a Saramago y hoy te llevas a Monsi. ¿Qué onda contigo? ¿Por qué te empeñas en quitarnos nuestra conciencia, nuestra posibilidad de reflexión? El único consuelo que nos queda es que hoy gozan del infierno que les prometiste y en el que ellos no creyeron. La “R” está llorando, perdió su sonoridad. Por tu madre, bohemio”.

Desde luego que esta entrada no será un artículo como los muchos que escribirán los muchos amigos de Carlos, aquellos que lo conocieron y convivieron con él. Los que fueron sus compañeros de trabajo o de lucha política. Yo sólo me dedicaré a relatar algunas escenas que tuve de este incalificable intelectual mexicano, que en la denominación genérica de periodista o escritor albergaba al cronista, ensayista, prologuista, antologador, columnista, humorista, crítico, articulista. Y que en todas en todas esas sus facetas profesionales era singular, único, irrepetible.

A mediados de los setenta empecé a escuchar que algunos de mis profesores del CCH se referían a los escritos de Monsiváis. Lo comencé a leer a finales del 77 en los primeros ejemplares del Uno más uno, acabadito de fundar. La verdad a muchos de sus artículos no les hincaba el diente. Años después alguien me dijo: ese Monsiváis es bien denso. Entonces supe por qué no entendía mucho de lo que él publicaba.

En el 79 empecé a cursar mis estudios de licenciatura en la UNAM. Ahí nuevamente Monsiváis era un referente infaltable. Una tarde cualquiera yo estaba en uno de los pasillos de la antigua Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Veía los libros y las revistas que se expendían en el suelo. Escuché junto a mí una voz que preguntaba por el precio de un libro. La voz se me hizo conocida: a mi lado estaba el mismísimo Carlos Monsiváis. Creo que sólo le alcancé a sonreír. Él cerró la compra y se marchó lentamente. Vestía un pantalón de mezclilla, una camisa amarilla y una chamarra de gamuza.

En cuarto semestre cursé la materia de Periodismo con el maestro Fernando Benítez. Para esas fechas yo ni siquiera sabía de la trascendencia de este personaje de la tercera edad que lunes y miércoles de 4 a 6 de la tarde nos impartía el curso. Pero al poco tiempo supe que ese anciano alegre, optimista y lleno de vitalidad era uno de los más grandes periodistas de este país. El fundador en México de los suplementos culturales y autor de una magna obra llamada Los indios de México, que para entonces constaba de cuatro tomos. Las clases de Benítez no sólo eran de periodismo, también lo eran de historia de México, del México que él había vivido (nació en 1912) y padecido. El México que también era de nosotros, noveles aprendices.

Un tema recurrente en el discurso de Benítez era su incidencia en la formación de extraordinarios periodistas y escritores. Siempre hablaba de Carlos Fuentes, José Emilio y Cristina Pacheco, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Nada más, pero nada menos. A una de las últimas sesiones del semestre Don Fernando llegó acompañado por Monsiváis. Con su tono cansino y su voz casi apagada, su cabello revuelto y sus grandes lentes, nos dio una cátedra sobre una de sus especialidades: la crónica. Por esos días la editorial Era acababa de publicar A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, quizá la más grande de las muchas antologías preparadas y publicadas por Monsiváis.

Un año después, la FCPyS organizó un ciclo de conferencias sobre el cine en México. Uno de los conferenciantes fue Monsiváis. El salón 2 de la facultad, que hacía las veces del auditorio con que no contaba, se abarrotó de profesores y jóvenes estudiantes. Escuché ahora al Carlos crítico de cine, que a cada párrafo del escrito que leía arrancaba los aplausos y las risas de su público. Con estilo mordaz y satírico puso como lazo de cochino al cine nacional, desde las películas de la llamada época de oro hasta las, en ese momento actuales, películas de ficheras.

Terminó la conferencia. Muchos se acercaron al maestro. Yo me mantuve a distancia. De repente, entre apretones de mano y sonrisas, Monsiváis emprendió la retirada. Llevaba bajo el brazo, sin fólder, las páginas que había leído. Con temor me acerqué y le dije si me permitía su escrito, le sacaría copias fotostáticas y en seguida se lo devolvería. Él sólo tomó las hojas y me las entregó. Me dijo que no era necesario que sacara copias. Le agradecí y él se marchó. Ahora que recuerdo no sé dónde anda ese original, pero lo voy a buscar y a llevar al Estanquillo, la casa-museo que Monsiváis nos regaló a los mexicanos.

Otra escena con Monsiváis fue a mediados de los ochenta cuando Fernando Benítez presentó el quinto tomo de Los indios de México. El acto fue en la sala Manuel M. Ponce, en Bellas Artes. Estuvieron Benítez, Monsiváis y Cristina Pacheco. Carlos hizo una semblanza sobre el trabajo de Benítez en las diversas comunidades indígenas con las que convivió, por más de un cuarto de siglo, para escribir su obra. Luego, Cristina entrevistó a Benítez. Recuerdo que una de las preguntas que ella le hizo fue: "Fernando, ¿en verdad crees que los indios de México te han leído?" Benítez contestó: "El único indio que me consta que me ha leído es Carlos Monsiváis". Risas y aplausos del público.

Por último, te cuento, único/a lector/a, esta escena. La mañana del 16 de julio de 1988 el Frente Democrático Nacional convocó a una marcha para defender el voto de las elecciones ocurridas diez días antes. Es decir, en contra del fraude electoral, la caída del sistema, que llevaba a la presidencia de la república a Carlos Salinas y desconocía el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas. Esa megamarcha salió del Monumento a la Revolución y llegó al Zócalo, pero éste fue insuficiente para dar cabida a los miles y miles de mexicanos que asistimos.

En el Monumento vi a Heberto Castillo y a Porfirio Muñoz Ledo, entre muchos otros personajes. La marcha inició y a unos metros de mí caminaba, solo, el ciudadano Carlos Monsiváis. Era un marchista protestante más. No gritaba consignas ni bailaba ni tocaba un tambor o una corneta como los muchos miles de otros. Él sólo caminaba. Pensé: seguramente está tomando nota mental para su crónica de mañana. Y así fue. Al día siguiente la crónica de la marcha se publicaba en la primera plana de La Jornada. La leí con detenimiento y quedé asombrado de la fidelidad con la que Monsiváis recreaba lo vivido en esa marcha histórica. Conste que no tomaba apuntes, pero sus ojos, sus oídos, su olfato, su instinto de cronista-reportero-periodista le bastaban para reconstruir los sucesos percibidos.

Pues sí. Esto es lo que puedo escribir de este mexicano ejemplar, de este maestro de la palabra que fue y seguirá siendo parte de la materia gris de los mexicanos. Como a todos los escritores que se marchan, ahora hay que leerlo con más ímpetu, con más detenimiento. Con seguridad las nuevas generaciones de mexicanos sabrán de los grandes pasajes de la historia de este país, de la segunda mitad del siglo XX y de la primera década del XXI, a partir de los ojos y la escritura de Monsiváis, el buen Monsi.

Sería inútil hacer la relación de su vasta obra. Yo me quedo con sus crónicas y su agudeza de columnista en las muchas entregas que nos regaló en “Por mi madre, bohemios”.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
19 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

Hasta siempre, Saramago


Nuestra única defensa de la muerte, es el amor: JS


Despedida
por José Saramago
Agosto 31, 2009

Dice el refrán que no hay bien que cien años dure ni mal que perdure, sentencia que le sienta como un guante al trabajo de escritura que acaba aquí y a quien lo hizo. Algo bueno se encontrará en estos textos, y por ellos, sin presunción, me felicito, algo mal habré hecho en otros y por ese defecto me disculpo, pero sólo por no hacerlos mejor, que diferentes, con perdón, no podrían ser. Es conveniente que las despedidas siempre sean breves. No es esto un aria de ópera para poner ahora un interminable adio, adio. Adiós, por tanto. ¿Hasta otro día? Sinceramente, no creo. Comencé otro libro y quiero dedicarle todo mi tiempo. Ya se verá por qué, si todo va bien. Mientras tanto, ahí tienen “Caín”.
P. S – Pensándolo mejor, no hay que ser tan radical. Si alguna vez sintiera necesidad de comentar u opinar sobre algo, llamaré a la puerta del Cuaderno, que es el lugar donde más a gusto podré expresarme.

Esta mañana me levanté con una certeza: debía escribir una nueva entrada para el blog. Y es que mi lectura le está ganando a mi escritura. Por tanto, pensé: tengo cuatro reseñas pendientes: la de Rosa Montero, Instrucciones para salvar el mundo; la de Laura Restrepo, Demasiados héroes; la de Saramago, Caín; y la de Fuentes, Adán en Edén. Bueno, de la Montero ya la había escrito pero no publicado. Entonces me serviría como inicio de una reseña cuádruple. Se titularía: Dos escritoras y dos escritores. Y sería una mezcla de esas obras.

Cuando me dirigía a la UPIITA escuché la noticia en voz de Javier Solórzano: “Estamos por confirmarlo, pero El País publica en su portal que murió, a los 87 años de edad, el escritor portugués José Saramago”. Entonces me invadió una especie de nostalgia, ésa que los portugueses llaman saudade, y que en realidad es intraducible al español. De esos sentimientos que no pueden ser nombrados ni limitados ni expresados ni contenidos por las palabras. Una especie de vacío similar al que me produjeron las noticias sobre la muerte de Ibargüengoitia y Cortázar y Sabines y Kapuscinski y Benedetti.

De inmediato le hablé a Alejandra del Castillo, fan de Saramago, para que buscara en la red algo que confirmara esa nota. Quedó triste y sorprendida, pero buscó en internet, y mientras yo seguía al volante, ella me leía la crónica que daba cuenta del hecho.

Así es que tuve que cambiar la estrategia redactora, no para rendir homenaje a este portugués universal, sino para dejar constancia en este espacio de esa sensación de tristeza que nos invade cuando se va alguien que nos hizo disfrutar de la palabra, ya hablada, ya cantada, ya escrita.

Como decía, hace unos días (del 27 de mayo al 7 de junio) leí Caín, última novela publicada por Saramago. Imaginé, entonces, hacer la entrada para este blog suponiendo una conversación, a finales octubre de 2009, entre el Papa Benedicto XVI y el lector oficial de la Santa Sede. Éste le informaba al Papa sobre el contenido de la novela. La historia era más o menos así.

Lector oficial: Su Santidad (reverencia y beso en el anillo papal): Ayer por la tarde (el lector oficial del Vaticano lee dos obras al día, digo, ésa es su única chamba) leí la obra de ese escritorcillo portugués que se llama José Saramago. Seguro usted lo recuerda porque hace algunos años se le ocurrió publicar El evangelio según Jesucristo. Esa novelucha le causó un gran disgusto a Juan Pablo II. Incluso aquí en el Vaticano se discutió sobre la conveniencia de censurar ese dizque libro, pero al recomendar a nuestros fieles que no lo leyeran nos salió contraproducente, pues se agotaron con rapidez las distintas ediciones publicadas en más de cuarenta idiomas.

Benedicto XVI (habla en alemán, aquí sólo hacemos la traducción): Ahhh, sí, sí recuerdo. A ese tal Saramago el demonio lo inspiró para blasfemar en contra de Jesús. Imagínate, escribir que Magdalena era su amante, que Jesús tuvo hermanos, que José murió en la cruz… Bueno, y ahora qué.

Lector oficial: Pues ahora, Su Santidad, ese sujeto ha publicado un libelo que se titula Caín. Y yo recomendaría…

Benedicto XVI: No, no, no, no. Tú limítate a informarme sobre ese libro, no ha formular recomendaciones…

Lector oficial: Sí, sí. Perdón, Su Santidad. Le decía que ese sujeto en su nueva novela da al traste con los hechos bíblicos del Génesis y el Éxodo y del Antiguo Testamento completo. Hace una sátira de nuestra sagrada versión sobre el surgimiento de la humanidad y sobre la manifestación del poder del Único Dios Verdadero. Revuelve los hechos históricos pues no respeta el tiempo y pone en boca de Caín palabras ofensivas en contra de Dios, a quien tacha de injusto, caprichoso, vengativo, sanguinario y, sobre todo, alejado de los hombres. Caín es castigado por Dios por haber matado a su hermano Abel. Entonces Dios habla con Caín, lo marca en la frente y lo condena a una vida de errante por el mundo. Pero más que castigarlo, en la versión de Saramago, pareciera que Dios premia a Caín, pues lo hace fornicar con las mujeres más exquisitas sobre la tierra, testigo de las catástrofes de Sodoma y Gomorra (de las que sale ileso), interviene e impide la muerte de Isaac a manos de su padre Abraham, se pasea y convive con los castigados de la torre de Babel, se da cuenta que la mujer de Lot se convierte en estatua de sal, narra el incesto de las hijas de Lot con su padre, es soldado de Josué en la toma de Jericó y esclavo de Job cuando éste pierde hijos y riqueza; y por si eso fuera poco, es viajero en el arca de Noé y ahí produce un gran desgarriate. ¿Se da cuenta, Su Santidad?, no podemos permitir que Saramago trastoque la Historia Sagrada y haga de ella una sátira de mal gusto y se escude diciendo que es literatura y que Caín es sólo una novela.

Benedicto XVI: Bien, bien. No cometeremos el error de antes. De nada serviría, por ejemplo, amenazar con la excomunión a Saramago pues él es comunista, ateo y, para acabarla de amolar, amigo del subcomandante Marcos y de los zapatistas, defensor de los palestinos, descendiente de analfabetas que sólo estudió la escuela básica, campesino pobre que ganó un Nobel. No diremos nada, ¿entendido? Que Dios Todopoderoso ponga en su lugar a este fulano. Por cierto, ahora que tengas tiempo, chécate el blog de Pastrana, pues ya ves que seguido se queja que nadie lo lee ni lo comenta.

Lector oficial: Sí, Su Santidad, en seguida lo haré. Con su permiso (reverencia, beso en el anillo papal y salida de la oficina).

Así, único/a lector/a concluyo esta entrada llena, como dije, de saudade. Me quedo con ese vacío que nos produce la muerte de un escritor, que aunque se retire a edad avanzada dejó en el teclado o en el tintero muchas historias por contarnos, muchos mundos por describirnos, muchos personajes por presentarnos, muchos narradores para darnos a conocer sus historias...

PD. Quedan pendientes mis comentarios sobre Demasiados héroes, de Laura Restrepo, y Adán en Edén, de Carlos Fuentes.

Otra PD. Alejandra del Castillo (a) La Jinta o La Imss Creyrol, me recomienda que les recomiende entrar a http://cuaderno.josesaramago.org/ para disfrutar de las letras de este escritor portugués.

José Antonio Galván Pastrana
Tláhuac
18 de junio de 2010

sábado, 15 de mayo de 2010

Rosa Montero, Instrucciones para salvar el mundo


Del 2 al 10 de mayo leí esta obra de Rosa Montero. No había leído ninguna novela de esta madrileña, si acaso algún artículo. Hace algunos meses, digamos una tarde de enero, Homero Ventura me llevó el libro y me dijo que era “muy sencillo, de fácil lectura”.

Para comprobar su dicho comencé a recorrer sus 312 páginas y, en efecto, el ritmo apresurado y sin recovecos provoca una experiencia lectora apetecible.

Montero crea un microcosmos con la vida de cuatro personajes. Los hechos se sitúan en los suburbios sombríos de Madrid. No transitamos por las grandes avenidas ni entramos a las grandes edificaciones de la capital española. Nos quedamos en un espacio oscuro donde los personajes viven su cotidianidad.

La trama es muy sencilla: las coincidencias provocan que cuatro vidas totalmente diferentes confluyan a partir de los caminos que debe recorrer Matías, taxista, viudo reciente y protagonista de esta historia. Así, él nos lleva a compartir el duelo por la partida de su esposa, Rita; mujer trece años mayor que él y que con su cariño y cuidados le dio sentido a la existencia casi perdida de Matías. Su nueva condición humana lo acerca a una obsesión: un médico es culpable de la muerte de Rita, entonces aparece Daniel, adicto a los juegos y a las páginas eróticas de la red, mediocre galeno del hospital San Felipe.

Junto con ello, nos ubicamos en un lugar al que empieza a frecuentar Matías: el Oasis, bar que permanece abierto las 24 horas y en el que conoce a Cerebro, senil profesora retirada de quien también sabremos algunos de los pormenores de su vida. Para cerrar el cuadro de los personajes, encontramos a Fatma, prostituta nacida en Sierra Leona para quien la vida en un burdel madrileño, el Cachito, es mil veces mejor a las penurias que debió pasar para sobrevivir y, luego, salir de su país.

Como telón de fondo, la historia transcurre a la par de las acciones delictivas del asesino de la felicidad, sujeto que da muerte a ancianos, quienes presentan en sus rostros un rictus de alegría. El desgarramiento de esta atmósfera se da a la par de la conclusión del relato.

Estimado/a único/a lector/a, te invito a que nades por las aguas de estas instrucciones, que desde luego no salvarán al mundo, pero que nos sitúan en un contexto propio de la desesperanza, las bajezas y las amenazas de la sociedad globalizada.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
15 de mayo de 2010

sábado, 8 de mayo de 2010

Ildefonso Falcones, La mano de Fátima


A la memoria de Alejandro Julio Puente Munguía,
conocido en el bajo mundo de la familia como “Tane”,
que escogió el Día del Niño para separarse de este mundo
e iniciar sus aventuras en otro mejor.

Como lo señalé en la entrada anterior, no tenía la intención de leer esta obra. Sus 955 páginas me daban miedo, ejercían sobre mí una especie de desmotivación. Pero una tarde de marzo la maestra María de Jesús Gómez llegó con su hija Fátima a mi oficina en la UMA. Me regaló esta novela, junto con otra de Pamuk y una botella de tequila.

El 2 de abril, Viernes Santo, comencé esta lectura, misma que concluí la mañana del 1 de mayo en una capilla ardiente de la agencia J. García López, mientras esperaba el llamado para recibir la urna con las cenizas de mi cuñado Tane.

Pareciera que Ildefonso Falcones ha diseñado un modelo para escribir sus novelas. La estructura de La catedral del mar y La mano de Fátima son similares. El autor repite la receta: Establece y estudia un tiempo, en este caso va de 1568 a 1612. Nos sitúa en un espacio: parte de la historia transcurre en Granada y otro tanto en Córdoba. Diseña un protagonista (Hernando Ruiz o Ibn Hamid) y lo rodea de personajes que lo quieren y protegen y de otros que lo odian y desean su muerte. Echa a andar el relato y coloca al protagonista al filo del despeñadero, cuando parece que no hay escapatoria posible una circunstancia fortuita lo salva. Al final, la historia se cierra con otras múltiples coincidencias que le permiten al personaje principal concluir sus días en paz y tranquilidad.

El telón de fondo de esta novela es la lucha entre cristianos y moriscos. Cada quien pelea por su dios y, al hacerlo, incurre en violencia extrema para acabar con el enemigo. Por eso la sangre y la injusticia tiñen toda la historia. Esto le permite al lector mantenerse interesado en los hechos, que uno a uno van llegando sin dilación.

Hernando Ruiz desde pequeño tiene una vida atormentada por las circunstancias de su origen: su madre morisca, Aisha, es violada por un sacerdote cristiano. Fruto de esa violación nace él, también llamado el Nazareno, y por ello se debate entre su mitad morisca y su mitad cristiana. Algunos lo consideran morisco y, para otros, es un cristiano. En esa dualidad habrá de enfrentarse a su destino, a veces ni él mismo sabrá quién ni qué es.

La historia amorosa de Hernando quedará marcada por tres mujeres: Fátima, Isabel y Rafaela. Muchos personajes le perseguirán para hacerle daño, mientras otros tantos se empeñarán en protegerlo.

Querido/a único/a lector/a, te invito a inmiscuirte en esta propuesta de Falcones. En muchas ocasiones sentirás que la sangre te corre apresurada y serás testigo de una batalla entre seres humanos empeñados en defender al dios verdadero. Lo malo es que nunca se dieron cuenta (ni se han dado) que se trata del mismo.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
8 de mayo de 2010.

sábado, 17 de abril de 2010

Rabih Alameddine, El contador de historias


Escucha: había una vez un leedor que acostumbraba ir cada año a la librería, en especial a la Gandhi. Ahí se daba su autorregalo de navidad, año nuevo, reyes y cumpleaños. Un día, una tarde o una noche de diciembre recorría una y otra vez los estantes del establecimiento. Preguntaba por los más recientes libros de García Márquez y Fuentes y Saramago o Allende y Restrepo y Mastretta… veía títulos, autores, empastados, tamaños, tipografías, contraportadas.

En su visita del 2009 se encontró con dos nuevos títulos de Volpi (una novela y un libro de ensayos); los Papeles inesperados, de Cortázar; de Saramago, Caín; Adán en Edén, de Fuentes; Demasiados héroes, de Restrepo. Los echó en su canasta de compras y siguió su camino. Luego se topó con La mano de Fátima, de Falcones, pero dijo “no” por su gran tamaño: casi mil páginas de lectura. Llegó frente a El contador de historias y las primeras líneas de la cuarta de forros motivaron su compra: Escuchad. Dejad que os guíe en un viaje hacia los confines de la imaginación. Dejad que os cuente una historia

El 8 de enero de 2010, mientras Isabel Allende iniciaba la escritura de nueva novela, el leedor empezó a recorrer El contador de historias. Desde las primeras páginas creyó captar la estrategia del autor, Rabih Alameddine: montar un escenario en varias pistas. Una aparente historia real contada por Osama, nacido en Líbano en 1961. Este dato atrajo aún más la atención del leedor, pues él también nació en ese año, pero en México. Otra, la historia de Fátima, esclava de un emir y de la esposa de éste. Una tercera, la del esclavo que luego será libre, luego príncipe y luego rey: Baybars.

Y dentro de estos relatos muchos otros surgidos de la imaginación, la historia, la leyenda, la tradición (o todas ellas juntas) de los hakawati. «Un hakawati es un contador de historias, mitos y fábulas (hekayât). Un cuentista, un actor. Una especie de trovador, alguien que se gana la vida hechizando al público con relatos. Como la palabra hekayeh (“historia”, “fábula”, “noticia”), hakawati se deriva de la palabra libanesa haki, que significa “charla” o “conversación”, lo que supone que en libanés el mero acto de charlar ya supone narrar una historia». (pp. 53-54)

Por un momento el leedor tuvo la tentación de no leer el libro según el orden de las páginas sino según la aparición de los personajes. Supuso que ello le hubiera permitido una mejor comprensión de cada uno de los relatos. Pero no lo hizo, una voz le dijo que si lo hacía iba a perder el encuentro de los hilos narrativos. Y no se arrepintió, pues la magia de la estrategia del autor está justamente al final, cuando los cauces de los ríos confluyen, y de ese encuentro surge la redondez y complejidad de esta historia y de este tiempo que es a la vez muchas historias y muchos tiempos.

El leedor se quedó impresionado por la sencillez de los múltiples relatos. Desde luego hubo muchas situaciones que no entendió, pues su ignorancia sobre el mundo árabe es mayúscula. Por ello debió conformarse por medio entender la diversidad que confluye en Beirut, donde las razas, los pueblos, las tradiciones y los credos se mezclan para formar un mosaico de eso que hoy llaman multiculturalismo.

Al leedor le dijeron que esta obra es Las mil y una noches del siglo XXI. Quizá lo sea, aunque según lo declara el escritor su meta no es tal. Mal haría en reconocerlo. El tiempo y los lectores le darán o no a esta obra un lugar en la literatura.

Lo que el leedor no puede negar es que El contador de historias está lleno de magia y simbolismos, de realidad (tan cruda como la guerra civil en Líbano a mediados de la década de los setenta y que se prolongó por muchos años) y fantasía, misma que hace coincidir en la tierra a humanos con espíritus, a dioses con demonios.

El leedor encontró a muchos personajes entrañables cercanos a Osama: el abuelo, la madre y el tío Yihad. Trató de entender, aunque en realidad no lo consiguió, la dualidad literaria de las Layla y las Fátima. Pero sobre todo, fue presa de una especie de encantamiento, pues aunque dos veces interrumpió la lectura del texto, cuando volvió no tuvo ningún problema para atrapar de nuevo a la presa.

Y así, poco a poco, como deben leerse estas historias o tomarse un buen vino o hacer el amor, la mañana apacible y silenciosa del 1 de abril, Jueves Santo, el leedor puso fin a la lectura. Él le sugiere, querido/a único/a lector/a, que vaya a una librería, compre este libro y escuche…

José Antonio Galván Pastrana
Colonia moderna
1 de abril del 2010

miércoles, 31 de marzo de 2010

Ana Francis Mor, Manual de la buena lesbiana


A tres Brendas, Gaby, Vicky, Ale,
Diego y Víctor, por la nostalgia del egreso.
A los participantes en El Bohío, incluidos
un Camilo y una Estrellita.

Continúa pospuesta la lectura de El contador de historias. Concluí Ella y otras mujeres e inicié, el 5 de marzo, el recorrido por las venas de este libro que me consiguió en eme-equis Ale del Castillo.

Aunque pude concluirlo antes, me esperé para leer en El Bohío sus últimas páginas, lo que ocurrió hoy sábado 20 de marzo, frente al mar del Golfo de México, en espera de la llegada de un norte, rodeado de los jóvenes de comunicación de la Universidad Marista que con sus música estridente invaden mis oídos.

A la autora de este Manual de la buena lesbiana ya la había leído en alguna de sus columnas que quincenalmente publica en la revista eme-equis. Por eso, en cuanto supe que compilaría y publicaría en un libro algunas de esas colaboraciones, le pedí a la Jinta (Ale del Castillo) que me consiguiera un ejemplar.

Debo confesar que su lectura la hice casi a escondidas, pues muchas de mis amistades al verme leer me preguntan: “¿qué estás leyendo?”, e imaginé (simple prejuicio) que al decirles “el Manual de la buena lesbiana” se sorprenderían y formularían más preguntas. Para evitarlo, leía en lugares apartados y no mostraba la pasta del texto. Igual y si esto lo supiera la autora me mentaría la madre, me diría algo así como: “los lectores también deben salir del clóset”. Para lavar mi pecado, prometo que compraré otros ejemplares y se los regalaré a mis amigas habitantes de la isla de Lesbos.

El Manual consta de 40 lecciones, entre ellas: Nunca te enamores de una buga, ¿Clóset? Ni de caoba, No sólo de tortilla vive la lechuga, ¿Qué horóscopo sigue una buena lesbiana?, Cómo vive su calvario una buena lesbiana, Cómo marcha una buena lesbiana, ¿Qué edad tiene una buena lesbiana?, ¿Cómo desea una buena lesbiana?

En beneficio de la autora, y del mío propio, debo decir que desde que leí en la revista una de sus columnas, me atrapó su estilo mordaz, ágil, sabroso y cachondo. Inspiró en mí la confianza para dedicarle parte de mi vista, mi tiempo y mi cerebro, así como en el pasado lo hicieron conmigo como lector Jorge Ibargüengoitia y Germán Dehesa. Ana Francis posee un don muy especial para dominar la tecla (en el sentido literal de la frase) y atraparnos en las redes de sus relatos.

Del Manual de la buena lesbiana resalta la dignidad de la escritora y su gusto, que no condena o destino o castigo, por vivir sin tapujos ni prejuicios su ser lésbico, su orientación sexual (que no preferencia).

Estimado/a único/a lector/a de esta entrada del blog: le invito a que disfrute estas lecciones a veces valientes, a veces reflexivas, a veces agresivas de Ana Francis Mor. Para motivarlo/a le dejo este aparador.

Aparador (o citas citables)

«La condición de heterosexualidad o la esencia buga está fundamentalmente opuesta al principio de indeterminación de Heisenberg, según el cual es imposible determinar la posición de la partícula subatómica mientras no estemos dispuestos a aceptar la incertidumbre absoluta respecto de su posición exacta». (pp. 26-27)

«Si la vida es una larga conversación, la sobremesa es el mejor lugar para vivir». (p. 54)

«Una vez rumbo a Ensenada dormité un poco y con el sonido de las olas y las playas —vendidas a los jubilados gringos— soñé. En mi sueño había letreros espectaculares de fondo azul con letras blancas que decían “Todo México es territorio lesbiano”, “Yo nací lesbiana porque soy mexicana” y así, letreros por todos lados, “Marota power” o “Lesbucks café”. No había problema, no nomás había dos estados en donde estabas medianamente reconocida en la ley, sino 32. Y cuando desperté, fresca como una lechuga, me di cuenta que si fuera celular tendría más derechos». (p. 63)

«Piensas que el mundo es un lugar extraño para vivir, que hay artículos de primera necesidad, como son los derechos humanos, que por más que pasan los meses, miles y millones de meses, no acabamos de pagarlos —y con un chingo de intereses—. Piensas que la justicia, la educación y la salud debieran ser gratis y no nomás los primeros dos meses, sino todos los meses de todos los años, porque hay que proteger a los tuyos. Piensas que los anuncios de la tiendas deberían dejar de poner a puras parejas heterosexuales y que deberían dejar de decir que la mujer o es mamá o no es mujer, porque resulta tremendamente indignante y ofensivo, y ahí te das cuenta que estás en un lugar que en cada rincón resalta la indignidad tan profunda en la que vivimos. Y mientras piensas cómo es que la humanidad llegó a este punto de organización tan absurda regresa tu mujer que andaba en Electrónica y te dice: “Okey, ya me convertí en mi mamá”». (p. 67)

«Sería lindo que desde que naces tuvieras la opción de que te gustaran los niños y las niñas… Sería un ahorro como del 76.5 por ciento del DIT (Dolor Innecesario a lao Tarugo). Sería lindo que la educación pública fuera consciente y respetuosa de la diversidad. Sería lindo que los libros donde está la madre patria en la portada dijeran que la diversidad es un valor que provee de riqueza a una sociedad, que un país entre más diverso más chipocles». (p. 83)

«¿En qué parte del cuerpo se encuentra la pasión? A veces en el pecho, a veces en los genitales, a veces en la boca, supe de unas brasileñas que la traían en los pies… en fin.
«Hay costumbres emocionales autodestructivas que están tan arraigadas, que sólo un tratamiento de choques artísticos podría desatorar. Es el caso de la tan católica costumbre de sentir culpa desde temprano en la mañana hasta tan tarde por la noche. Y el problema de la culpa es que es difícil de extirpar. A pesar de ser puro tejido muerto, necrosado, está como encarnado en diversas partes del cuerpo, así que la disección tiene que ser más bien con filos muy específicos, como el humor y el placer». (pp. 128-129)

«...Y así, tratando de sostener el edificio de deberes, mi deseo se fue yendo pa'la chingada. Como dice la célebre filósofa contemporánea argentina Laura Eiven, estamos tan ocupadas en ocultar lo que somos que el deseo se nos va escabullendo. ¿A dónde? Pues al paraíso de los deseos reprimidos: avenida Gastritis casi esquina con Esa-úlcera-ya-parece-balón, en la colonia Ojalá-no-sea-cáncer, provincia de Tan-enojada-estoy-que-te-pateo. O sea, de que se quedan, se quedan.«¿Cuál es el propósito de reprimir los deseos? ¿Qué podría haber más importante en el mundo que desear? ¿Cuál actividad es mejor que hacer el amor? ¿A quién se le ocurrió que había que controlar los deseos? ¿Para qué? ¿Para cumplir con quién? ¿Para lograr qué?«Enterrar el deseo es tan efectivo como el gel anticelulitis y las pastillas para adelgazar.«No se puede tapar el sol, ni el mar, ni el cielo, ni dejar de respirar. No se puede». (pp. 166-167)

José Antonio Galván Pastrana
El Bohío, Tecolutla, Ver.
20 de marzo de 2010

viernes, 19 de marzo de 2010

Rubem Fonseca, Ella y otras mujeres

Para Sofía, por sus 27 años
y el inicio de su vida laboral


Me encontraba a la mitad de la lectura de El contador de historias, de Rabih Alameddine (325 de sus 660 páginas), cuando tuve que ir a las oficinas de la revista Nexos a renovar mi suscripción. Ahí me regalaron Ella y otras mujeres y sin pensarlo dos veces comencé a leer ese libro de cuentos. En mis pocos ratos libres lo caminé todito del 26 de febrero, día en que llegó a mis manos, al 4 de marzo. Eso implica que esta compilación se transita muy rápidamente.

Rubem Fonseca contaba con 81 años cuando publicó este libro (en 2006) cuyos personajes, usted lo adivinó querido/a lector/a, son mujeres. Además de Ella, que no aceptaba que al hacer amor se hablara de filosofía, conocemos las intimidades de la profesora Alice; de Belinha, Olívia y Xânia, las enviadas del Despachador; de Carlota, la que perdió la maleta; de Diana, la gustosa del sadismo; de la incansable e insaciable Elisa; de la incorregible Fátima Aparecida; de la autoviuda Francisca; de Guiomar, la que derrotó al machismo; de Helena, la periodista que acabó con la reputación de un empresario; de Heloisa la pecadora.

Ademas de las existencias de Jéssica, la engañadora; de Joana, la fea salvada por el amor; de la escritora Julie Lacroix; de Karin, la violentada; del trágico fin de Laurinha y Lavínia; de la traviesa Luíza; de la chateadora Marta; de Miriam, la que sentía un objeto extraño en la garganta; de la cleptómana Nora Rubí; de la trabajadora y sumisa Raimundinha; de Selma, la enfermera; de la anciana Teresa; y de Zezé, que en realidad se llamaba Josefa y que por un orgasmo mató a un hombre.

Historias breves producidas y reunidas por la pluma de Fonseca, en un tiempo cercano al nuestro: la Internet y los teléfonos celulares también forman parte del ambiente. Vemos el encuentro de hombres con mujeres que dan rienda suelta a sus instintos amatorios.

Con estilo ágil, atractivo, el autor nos seduce desde la primera línea y hasta la última gracias a nuestra debilidad lectora marcada por el morbo, que en términos literarios llamamos erotismo.

José Antonio Galván Pastrana
El Bohío, Tecolutla, Ver.
19 de marzo del 2010

domingo, 31 de enero de 2010

Alejandro Almazán, Entre perros


Este libro me lo regaló Alejandra del Castillo. Lo primero que vi, luego de la portada, fue la dedicatoria escrita por el autor:

Tío Galván:
Esta pequeña bulldog es cortesía de mi tocaya Ale del Castillo.
Según Élmer, tiene rabia.
Ya verás que por aquí ocurren tiros de gracia, rafagazos, amistades truncadas y tipos salidos del infierno.
Un abrazo.
Dic. 009
¡Fúmese después de leer!

Un día después de haberlo recibido comencé la lectura. Ésta abarcó del 9 de diciembre del 2009 al 7 de enero del 2010. Así es que tuvo como telón de fondo las fiestas navideñas y de año nuevo.

Entre perros es la primera novela del cronista Alejandro Almazán. Su estilo es ágil, sencillo y respetuoso de las formas propias del habla (y la escritura) de los personajes. Gira en torno a la amistad de tres sinaloenses nacidos en el poblado perdido de Diosmío: Diego, el periodista narrador; Carlos, el Rayo, empresario de box; y Ramón, el Bendito, sicario de diversos carteles del narco. Son unos cuantos días en los que se sitúa la historia, pero los retrocesos nos permiten ver y entender las acciones de los diversos personajes y los lugares geográficos dónde ésta se desarrolla.

La novela plantea el modus operandi de los capos del narcotráfico: sus relaciones políticas con personajes clave del gobierno, sus luchas intestinas por apoderarse de mercados, sus ejércitos de sicarios y sus prácticas de muerte, sus traiciones, en fin, todo aquello que nos llega a cuentagotas en los relatos periodísticos amarillistas que no nos explican una realidad sino que sólo nos muestran los retazos que de un tiempo a la fecha tiene consternada a la sociedad mexicana.

Almazán combina seres ficticios y los hace convivir con otros seres, construidos con pedazos de personas de carne y hueso, sobre todo de la vida política. Así, un personaje que aparece como la esposa del presidente, por los rasgos que muestra, nos hace pensar indudablemente en Marta Sahagún. Tal vez por ello el novelista se vea precisado a aclarar, en la página de agradecimientos, su deuda con la ficción: “Y gracias a la ficción; no importa que, a veces, la realidad la aplaste como quizá ocurra con esta novela que es eso: ficción”.

Le recomendamos, amigo/a lector/a que pase su vista por Entre perros. Tendrá, a lo largo de la lectura, el fondo que le da la información periodística del día a día: Que si el presidente declara que va ganando la guerra contra el narco, que si el narco efectúa seis ataques contra la policía federal en Michoacán y deja otros tantos muertos, que si en Chihuahua 27 personas fueron ejecutadas en dos días, que si ayer hubo 38 asesinatos ligados al narco, que si desaparece la mayoría de los testigos protegidos, que si en Morelia ocurren ataques con granadas y se dan tiroteos en distintas partes de la ciudad. Es más que sugestiva la combinación lectura de ficción-lectura de la vida real.

Finalmente, Entre perros nos recuerda nuestra propia realidad: vivimos amenazados por el autoritarismo gubernamental, omiso a veces, excesivo en otras; y el poder del narco que cada día domina más y más espacios de la vida pública.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
31 de enero de 2010