miércoles, 24 de noviembre de 2010

Amar a madrazos, Ale del Castillo y Moisés Castillo


Agradezco la preocupación de los lectores de este blog que me han reclamado mi silencio. Como dos se han dado cuenta que no escribo en este espacio desde finales de julio. Ofrezco una disculpa por ello. Una de esas personas me preguntó si ya no leo. Sí leo, el problema es que no he podido escribir los separadores de lo leído. Prometo corregirme. A continuación, reproduzco un texto que leí en la Universidad Marista al presentar el libro Amar a madrazos.

Presentar un libro es un evento social tan importante como bautizar a un hijo. Libro no presentado es como hijo no bautizado.

Por eso hoy nos congregamos en esta parroquia académica para compartir con todos ustedes la publicación de Amar a madrazos, la más reciente obra de los jóvenes periodistas Del Castillo y Castillo, quienes hace unos meses le escribieron a la cigüeña y le pidieron tener un libro. La cigüeña les cumplió el deseo, los puso a trabajar arduamente, les concertó muchas entrevistas, les regaló noches interminables de desvelo y, finalmente, en el sanatorio de Grijalbo parieron a este inclasificable material.

Inclasificable porque se lo encuentra en los estantes de las librerías compartiendo un lugar con los libros de psicología y salud o con los de superación personal. Lo acompañan El quinto acuerdo, ¿Por qué los hombres aman a las cabronas?, el Libro del placer, ¿Cómo comprender a tu hijo adolescente?, Aliviánate. En otras aparece en las mesas de novedades y aquí compite con El sueño del celta, de Vargas Llosa; Yo no vine a decir un discurso, de García Márquez; Arrebatos carnales II, de Francisco Martín Moreno; y Yo, de Ricky Martin, entre otros.

Los padres del chamaco-libro empiezan a compartir y a comprender las penas de los grandes escritores, pues a sus actividades cotidianas han tenido que agregar la presentación del niño. Por eso sus voces han sido escuchadas en diversas estaciones de radio y Alejandra se ha convertido en otro más de los animales nocturnos.

Sin embargo, invitados todos, debo advertirles que esta ceremonia gozosa y festiva fue acordada cuando aún el niño estaba alimentándose en la placenta de la computadora. Algo nos decía que el parto iba a ser exitoso. Por ello le dijimos a la mamá que además de las múltiples actividades que realiza debía regalarnos un poco de su tiempo para platicarnos sobre este suceso.

Amar a madrazos es, ante todo, un texto periodístico. Se inscribe en los materiales escritos basados en la investigación y, sobre todo, en el testimonio. Sus fuentes son de primera mano. Por tanto, el libro, si bien tiene dos autores, se nutre de la valentía de sus protagonistas para contarnos como lectores una parte de su historia, esa que ha quedado marcada como huella indeleble y que habrá de seguirlos a lo largo de sus vidas.

Para quienes no lo han leído, les invitamos a que se involucren en sus diecinueve capítulos-relatos: Mi primer golpe; No seas nenita, no te va a doler; Veneno para gato; Su rostro me persigue; No creo que me pueda hacer más daño; Culero; Besos compartidos; Mira cómo esta puta te está dejando; Doble vida; ¿Dónde estoy?; Diez minutos; Bajo advertencia no hay engaño; Nervio óptico; Espalda negra; De aquí no hay salida; Aprendiendo a sufrir; Días Extraños; Estas cosas sanan, estas cosas pasan; y Sólo quiero despedirme.

Así serán partícipes de estos trozos de vida marcados por el miedo, la desesperanza, la impotencia, la incomprensión, la baja autoestima, la inseguridad, el desaliento… Nubes que envuelven a los protagonistas y los enfrenta con ellos mismos.

Además de las historias narradas, los datos duros que nos hablan de un peligro poco analizado, pues no se da en las grandes plazas ni deja mantas en los puentes con mensajes de amenaza, tampoco ocupa los titulares de los grandes o los pequeños diarios. ¿Acaso en el noticiero de López Dóriga escucharon: “Esta tarde Miguel tomó veneno para gato” o esta otra: “Hoy a medio día Valeria agarró a guitarrazos a César”? Pero el doloroso rostro de la violencia entre jóvenes está aquí y habita entre nosotros.

Por ello, este trabajo periodístico se inscribe en un hacer que busca desentrañar una parte de nuestra múltiple realidad juvenil, en este caso citadina, y encierra las claves de una cultura fundamentalmente machista basada en prácticas sociales que para ser desterradas deben ser comprendidas, denunciadas, documentadas, narradas, leídas y escuchadas.

Como los alumnos de Alejandra lo saben, ella es la presidenta del club internacional de fans de Kapuscinski, él me habló desde ultratumba para pedirme que les transmitiera a los autores de Amar a madrazos las siguientes palabras (que se encuentran en Los cinco sentidos del periodista), a fin de que contrastaran sus haceres como periodistas-escritores y las recomendaciones que él les dejó:

El periodismo se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen, porque sin los otros no podemos hacer nada. Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de otros, no existimos. La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos, y somos, aquello que los otros nos permiten. Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas no podemos existir sin la sociedad.

Junto a esa sensibilidad es valioso mantener una actitud humilde sobre lo que hacemos porque en esta profesión la experiencia no se acumula. A diferencia de otras actividades, donde en ocasiones es posible afirmar que alguien ha conseguido mucho, en el periodismo nunca sabemos en realidad qué hacer, cómo actuar, cómo escribir. En cada artículo, cada reportaje, cada crónica, siempre estaremos empezando de nuevo, desde cero. Ni siquiera los libros que escribimos escapan a esta regla: ninguno nos va a servir mucho para el que sigue. Siempre estaremos al principio, nunca podremos estar contentos.

Como periodistas, la tensión entre lo local y lo global nos toca particularmente. Para aquellos que trabajan en el centro del mundo, todo lo que allí sucede tiene automáticamente valor central por sí mismo. Pero para los que trabajamos en la gran periferia es muy importante entender que debemos buscar lo universal en cualquier tema, aquello que revela el mundo entero en una gota de agua. Porque una gota de agua contiene al mundo, pero hay que saber encontrar el mundo en una gota de agua.

Cada vez que nos proponemos escribir acerca de un tema, debemos preguntarnos qué tiene de universal: cuál metáfora, símbolo o signo que nos permita pasar de lo pequeño a lo grande. Debemos hacer una reflexión porque sólo si encontramos este vínculo, este pasaje entre lo local y lo universal, nuestro texto tendrá peso y valor. Sólo así el lector descubrirá en nuestro texto, junto a la historia concreta, un mensaje universal, una pista que le ayude a descifrar las leyes del mundo.

¿Por qué algunos textos pueden vivir cien años y otros textos mueren al día siguiente de su publicación? Por una diferencia capital: los textos que viven cien años son aquellos en los que el autor mostró, a través de un pequeño detalle, la dimensión universal, cuya grandeza dura. Los textos que carecen de este vínculo desaparecen.

Conviene tener presente este requisito de universalidad también a la hora de recoger el material, mientras investigamos nuestros temas. Es una cuestión de talento, de intuición, pero también de amplitud de conciencia, de sabiduría. Y, sobre todo, se trata del secreto para que unos textos perduren y otros se pierdan en el olvido.

Esta noche, los aquí presentes hacemos votos no sólo por el éxito comercial del libro, que de ello se ocupe y se preocupe el señor Grijalbo, sino porque sea útil a los miembros de esta sociedad, sobre todo a los jóvenes. Con seguridad muchos de ellos se verán en un espejo, mientras que otros tendrán información suficiente para no dejarse atrapar por las garras, a veces imperceptibles, de la violencia. Di sí al amor y di no a los madrazos.

José Antonio Galván Pastrana
Tláhuac, D. F.
23 de noviembre de 2010