sábado, 19 de junio de 2010

Por todas las madres, bohemio.


Desde hace varias semanas nos enteramos que Carlos Monsiváis estaba en terapia intensiva en el Hospital de Nutrición. Luego nos informaron que había salido de esa área, después que había vuelto…

Hoy la noticia se regó rápidamente. Monsiváis había dejado de existir. Margarita y yo comíamos plácidamente en Las Sillas cuando a mi cel llegó un mensaje. Era de Paco López y sólo decía: Murió Monsiváis. No acababa de leer cuando entró otro, éste era de Fabiana Medina y decía lo mismo. En seguida me llamó mi hija y sólo me pregunto: “Papi, ¿ya supiste?” Margarita y yo sólo pudimos comentar que ayer se había ido Saramago y hoy Monsiváis. Al llegar a mi casa, escribí en mi muro de facebook: “Dios, detén tu ira. Ayer te llevaste a Saramago y hoy te llevas a Monsi. ¿Qué onda contigo? ¿Por qué te empeñas en quitarnos nuestra conciencia, nuestra posibilidad de reflexión? El único consuelo que nos queda es que hoy gozan del infierno que les prometiste y en el que ellos no creyeron. La “R” está llorando, perdió su sonoridad. Por tu madre, bohemio”.

Desde luego que esta entrada no será un artículo como los muchos que escribirán los muchos amigos de Carlos, aquellos que lo conocieron y convivieron con él. Los que fueron sus compañeros de trabajo o de lucha política. Yo sólo me dedicaré a relatar algunas escenas que tuve de este incalificable intelectual mexicano, que en la denominación genérica de periodista o escritor albergaba al cronista, ensayista, prologuista, antologador, columnista, humorista, crítico, articulista. Y que en todas en todas esas sus facetas profesionales era singular, único, irrepetible.

A mediados de los setenta empecé a escuchar que algunos de mis profesores del CCH se referían a los escritos de Monsiváis. Lo comencé a leer a finales del 77 en los primeros ejemplares del Uno más uno, acabadito de fundar. La verdad a muchos de sus artículos no les hincaba el diente. Años después alguien me dijo: ese Monsiváis es bien denso. Entonces supe por qué no entendía mucho de lo que él publicaba.

En el 79 empecé a cursar mis estudios de licenciatura en la UNAM. Ahí nuevamente Monsiváis era un referente infaltable. Una tarde cualquiera yo estaba en uno de los pasillos de la antigua Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Veía los libros y las revistas que se expendían en el suelo. Escuché junto a mí una voz que preguntaba por el precio de un libro. La voz se me hizo conocida: a mi lado estaba el mismísimo Carlos Monsiváis. Creo que sólo le alcancé a sonreír. Él cerró la compra y se marchó lentamente. Vestía un pantalón de mezclilla, una camisa amarilla y una chamarra de gamuza.

En cuarto semestre cursé la materia de Periodismo con el maestro Fernando Benítez. Para esas fechas yo ni siquiera sabía de la trascendencia de este personaje de la tercera edad que lunes y miércoles de 4 a 6 de la tarde nos impartía el curso. Pero al poco tiempo supe que ese anciano alegre, optimista y lleno de vitalidad era uno de los más grandes periodistas de este país. El fundador en México de los suplementos culturales y autor de una magna obra llamada Los indios de México, que para entonces constaba de cuatro tomos. Las clases de Benítez no sólo eran de periodismo, también lo eran de historia de México, del México que él había vivido (nació en 1912) y padecido. El México que también era de nosotros, noveles aprendices.

Un tema recurrente en el discurso de Benítez era su incidencia en la formación de extraordinarios periodistas y escritores. Siempre hablaba de Carlos Fuentes, José Emilio y Cristina Pacheco, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Nada más, pero nada menos. A una de las últimas sesiones del semestre Don Fernando llegó acompañado por Monsiváis. Con su tono cansino y su voz casi apagada, su cabello revuelto y sus grandes lentes, nos dio una cátedra sobre una de sus especialidades: la crónica. Por esos días la editorial Era acababa de publicar A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, quizá la más grande de las muchas antologías preparadas y publicadas por Monsiváis.

Un año después, la FCPyS organizó un ciclo de conferencias sobre el cine en México. Uno de los conferenciantes fue Monsiváis. El salón 2 de la facultad, que hacía las veces del auditorio con que no contaba, se abarrotó de profesores y jóvenes estudiantes. Escuché ahora al Carlos crítico de cine, que a cada párrafo del escrito que leía arrancaba los aplausos y las risas de su público. Con estilo mordaz y satírico puso como lazo de cochino al cine nacional, desde las películas de la llamada época de oro hasta las, en ese momento actuales, películas de ficheras.

Terminó la conferencia. Muchos se acercaron al maestro. Yo me mantuve a distancia. De repente, entre apretones de mano y sonrisas, Monsiváis emprendió la retirada. Llevaba bajo el brazo, sin fólder, las páginas que había leído. Con temor me acerqué y le dije si me permitía su escrito, le sacaría copias fotostáticas y en seguida se lo devolvería. Él sólo tomó las hojas y me las entregó. Me dijo que no era necesario que sacara copias. Le agradecí y él se marchó. Ahora que recuerdo no sé dónde anda ese original, pero lo voy a buscar y a llevar al Estanquillo, la casa-museo que Monsiváis nos regaló a los mexicanos.

Otra escena con Monsiváis fue a mediados de los ochenta cuando Fernando Benítez presentó el quinto tomo de Los indios de México. El acto fue en la sala Manuel M. Ponce, en Bellas Artes. Estuvieron Benítez, Monsiváis y Cristina Pacheco. Carlos hizo una semblanza sobre el trabajo de Benítez en las diversas comunidades indígenas con las que convivió, por más de un cuarto de siglo, para escribir su obra. Luego, Cristina entrevistó a Benítez. Recuerdo que una de las preguntas que ella le hizo fue: "Fernando, ¿en verdad crees que los indios de México te han leído?" Benítez contestó: "El único indio que me consta que me ha leído es Carlos Monsiváis". Risas y aplausos del público.

Por último, te cuento, único/a lector/a, esta escena. La mañana del 16 de julio de 1988 el Frente Democrático Nacional convocó a una marcha para defender el voto de las elecciones ocurridas diez días antes. Es decir, en contra del fraude electoral, la caída del sistema, que llevaba a la presidencia de la república a Carlos Salinas y desconocía el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas. Esa megamarcha salió del Monumento a la Revolución y llegó al Zócalo, pero éste fue insuficiente para dar cabida a los miles y miles de mexicanos que asistimos.

En el Monumento vi a Heberto Castillo y a Porfirio Muñoz Ledo, entre muchos otros personajes. La marcha inició y a unos metros de mí caminaba, solo, el ciudadano Carlos Monsiváis. Era un marchista protestante más. No gritaba consignas ni bailaba ni tocaba un tambor o una corneta como los muchos miles de otros. Él sólo caminaba. Pensé: seguramente está tomando nota mental para su crónica de mañana. Y así fue. Al día siguiente la crónica de la marcha se publicaba en la primera plana de La Jornada. La leí con detenimiento y quedé asombrado de la fidelidad con la que Monsiváis recreaba lo vivido en esa marcha histórica. Conste que no tomaba apuntes, pero sus ojos, sus oídos, su olfato, su instinto de cronista-reportero-periodista le bastaban para reconstruir los sucesos percibidos.

Pues sí. Esto es lo que puedo escribir de este mexicano ejemplar, de este maestro de la palabra que fue y seguirá siendo parte de la materia gris de los mexicanos. Como a todos los escritores que se marchan, ahora hay que leerlo con más ímpetu, con más detenimiento. Con seguridad las nuevas generaciones de mexicanos sabrán de los grandes pasajes de la historia de este país, de la segunda mitad del siglo XX y de la primera década del XXI, a partir de los ojos y la escritura de Monsiváis, el buen Monsi.

Sería inútil hacer la relación de su vasta obra. Yo me quedo con sus crónicas y su agudeza de columnista en las muchas entregas que nos regaló en “Por mi madre, bohemios”.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
19 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

Hasta siempre, Saramago


Nuestra única defensa de la muerte, es el amor: JS


Despedida
por José Saramago
Agosto 31, 2009

Dice el refrán que no hay bien que cien años dure ni mal que perdure, sentencia que le sienta como un guante al trabajo de escritura que acaba aquí y a quien lo hizo. Algo bueno se encontrará en estos textos, y por ellos, sin presunción, me felicito, algo mal habré hecho en otros y por ese defecto me disculpo, pero sólo por no hacerlos mejor, que diferentes, con perdón, no podrían ser. Es conveniente que las despedidas siempre sean breves. No es esto un aria de ópera para poner ahora un interminable adio, adio. Adiós, por tanto. ¿Hasta otro día? Sinceramente, no creo. Comencé otro libro y quiero dedicarle todo mi tiempo. Ya se verá por qué, si todo va bien. Mientras tanto, ahí tienen “Caín”.
P. S – Pensándolo mejor, no hay que ser tan radical. Si alguna vez sintiera necesidad de comentar u opinar sobre algo, llamaré a la puerta del Cuaderno, que es el lugar donde más a gusto podré expresarme.

Esta mañana me levanté con una certeza: debía escribir una nueva entrada para el blog. Y es que mi lectura le está ganando a mi escritura. Por tanto, pensé: tengo cuatro reseñas pendientes: la de Rosa Montero, Instrucciones para salvar el mundo; la de Laura Restrepo, Demasiados héroes; la de Saramago, Caín; y la de Fuentes, Adán en Edén. Bueno, de la Montero ya la había escrito pero no publicado. Entonces me serviría como inicio de una reseña cuádruple. Se titularía: Dos escritoras y dos escritores. Y sería una mezcla de esas obras.

Cuando me dirigía a la UPIITA escuché la noticia en voz de Javier Solórzano: “Estamos por confirmarlo, pero El País publica en su portal que murió, a los 87 años de edad, el escritor portugués José Saramago”. Entonces me invadió una especie de nostalgia, ésa que los portugueses llaman saudade, y que en realidad es intraducible al español. De esos sentimientos que no pueden ser nombrados ni limitados ni expresados ni contenidos por las palabras. Una especie de vacío similar al que me produjeron las noticias sobre la muerte de Ibargüengoitia y Cortázar y Sabines y Kapuscinski y Benedetti.

De inmediato le hablé a Alejandra del Castillo, fan de Saramago, para que buscara en la red algo que confirmara esa nota. Quedó triste y sorprendida, pero buscó en internet, y mientras yo seguía al volante, ella me leía la crónica que daba cuenta del hecho.

Así es que tuve que cambiar la estrategia redactora, no para rendir homenaje a este portugués universal, sino para dejar constancia en este espacio de esa sensación de tristeza que nos invade cuando se va alguien que nos hizo disfrutar de la palabra, ya hablada, ya cantada, ya escrita.

Como decía, hace unos días (del 27 de mayo al 7 de junio) leí Caín, última novela publicada por Saramago. Imaginé, entonces, hacer la entrada para este blog suponiendo una conversación, a finales octubre de 2009, entre el Papa Benedicto XVI y el lector oficial de la Santa Sede. Éste le informaba al Papa sobre el contenido de la novela. La historia era más o menos así.

Lector oficial: Su Santidad (reverencia y beso en el anillo papal): Ayer por la tarde (el lector oficial del Vaticano lee dos obras al día, digo, ésa es su única chamba) leí la obra de ese escritorcillo portugués que se llama José Saramago. Seguro usted lo recuerda porque hace algunos años se le ocurrió publicar El evangelio según Jesucristo. Esa novelucha le causó un gran disgusto a Juan Pablo II. Incluso aquí en el Vaticano se discutió sobre la conveniencia de censurar ese dizque libro, pero al recomendar a nuestros fieles que no lo leyeran nos salió contraproducente, pues se agotaron con rapidez las distintas ediciones publicadas en más de cuarenta idiomas.

Benedicto XVI (habla en alemán, aquí sólo hacemos la traducción): Ahhh, sí, sí recuerdo. A ese tal Saramago el demonio lo inspiró para blasfemar en contra de Jesús. Imagínate, escribir que Magdalena era su amante, que Jesús tuvo hermanos, que José murió en la cruz… Bueno, y ahora qué.

Lector oficial: Pues ahora, Su Santidad, ese sujeto ha publicado un libelo que se titula Caín. Y yo recomendaría…

Benedicto XVI: No, no, no, no. Tú limítate a informarme sobre ese libro, no ha formular recomendaciones…

Lector oficial: Sí, sí. Perdón, Su Santidad. Le decía que ese sujeto en su nueva novela da al traste con los hechos bíblicos del Génesis y el Éxodo y del Antiguo Testamento completo. Hace una sátira de nuestra sagrada versión sobre el surgimiento de la humanidad y sobre la manifestación del poder del Único Dios Verdadero. Revuelve los hechos históricos pues no respeta el tiempo y pone en boca de Caín palabras ofensivas en contra de Dios, a quien tacha de injusto, caprichoso, vengativo, sanguinario y, sobre todo, alejado de los hombres. Caín es castigado por Dios por haber matado a su hermano Abel. Entonces Dios habla con Caín, lo marca en la frente y lo condena a una vida de errante por el mundo. Pero más que castigarlo, en la versión de Saramago, pareciera que Dios premia a Caín, pues lo hace fornicar con las mujeres más exquisitas sobre la tierra, testigo de las catástrofes de Sodoma y Gomorra (de las que sale ileso), interviene e impide la muerte de Isaac a manos de su padre Abraham, se pasea y convive con los castigados de la torre de Babel, se da cuenta que la mujer de Lot se convierte en estatua de sal, narra el incesto de las hijas de Lot con su padre, es soldado de Josué en la toma de Jericó y esclavo de Job cuando éste pierde hijos y riqueza; y por si eso fuera poco, es viajero en el arca de Noé y ahí produce un gran desgarriate. ¿Se da cuenta, Su Santidad?, no podemos permitir que Saramago trastoque la Historia Sagrada y haga de ella una sátira de mal gusto y se escude diciendo que es literatura y que Caín es sólo una novela.

Benedicto XVI: Bien, bien. No cometeremos el error de antes. De nada serviría, por ejemplo, amenazar con la excomunión a Saramago pues él es comunista, ateo y, para acabarla de amolar, amigo del subcomandante Marcos y de los zapatistas, defensor de los palestinos, descendiente de analfabetas que sólo estudió la escuela básica, campesino pobre que ganó un Nobel. No diremos nada, ¿entendido? Que Dios Todopoderoso ponga en su lugar a este fulano. Por cierto, ahora que tengas tiempo, chécate el blog de Pastrana, pues ya ves que seguido se queja que nadie lo lee ni lo comenta.

Lector oficial: Sí, Su Santidad, en seguida lo haré. Con su permiso (reverencia, beso en el anillo papal y salida de la oficina).

Así, único/a lector/a concluyo esta entrada llena, como dije, de saudade. Me quedo con ese vacío que nos produce la muerte de un escritor, que aunque se retire a edad avanzada dejó en el teclado o en el tintero muchas historias por contarnos, muchos mundos por describirnos, muchos personajes por presentarnos, muchos narradores para darnos a conocer sus historias...

PD. Quedan pendientes mis comentarios sobre Demasiados héroes, de Laura Restrepo, y Adán en Edén, de Carlos Fuentes.

Otra PD. Alejandra del Castillo (a) La Jinta o La Imss Creyrol, me recomienda que les recomiende entrar a http://cuaderno.josesaramago.org/ para disfrutar de las letras de este escritor portugués.

José Antonio Galván Pastrana
Tláhuac
18 de junio de 2010