sábado, 31 de julio de 2010

Orhan Pamuk, El museo de la inocencia


Para Silviññññññña y Alberto
en estos días de espera y descubrimiento
mientras llega Chilpa.


En el 2006, el escritor turco Orhan Pamuk obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Ello le hizo posible ser conocido en muchos países, como sucede con los escritores que gracias a ese premio se convierten en autores “globales”. Nosotros, los lectores, nos acercamos a sus obras pues los suponemos novelistas, ensayistas o poetas extraordinarios, artistas de la pluma o de la tecla que merecen ser leídos.

Diversas personas me recomendaron su novela Me llamo rojo, luego recibí en préstamo otra de sus obras: Nieve, pero no le había leído. En marzo de este 2010 la maestra María de Jesús Gómez me regalo El museo de la inocencia (junto con La mano de Fátima). Así es que no me pude resistir más para leer a este autor que ha hecho de Estambul el escenario preferido de sus diversas historias.

En su edición de Mondadori, el libro consta de 648 páginas, mismas que leí del 17 de junio, día en que la selección de México derrotó 2-0 a Francia en el Mundial de Sudáfrica, al 19 de julio en que la concluí mientras viajaba en un autobús de La Habana a Varadero, en la isla de Cuba.

Múltiples personajes (más de 200) coinciden en esta novela. Sin embargo, en esta breve reseña sólo rescato a los dos protagonistas: el personaje narrador, Kemal, y su prima lejana Füsun, de quien él se enamora y, al hacerlo, encuentra nuevos asideros para su vida, tantos que los destinos de ambos cambiarán irremediablemente.

El museo de la inocencia es un relato de amor. La relación detallada de lo sucedido desde 1975 y hasta 2007 en la vida de Kemal. Su obsesión, muchas veces enfermiza, por conquistar a Füsun. Esa situación lo lleva a montar un museo que dé cuenta del inmenso sentimiento amoroso por ella. En el museo de exponen los más variados objetos a los que el personaje les ha dado un significado especial por eso sólo hecho de haber pertenecido o haber sido tocados por su amada.

Los hechos, desde luego, se llevan a cabo en la cuidad de Estambul. Tienen como contexto la situación política de Turquía en la última parte del siglo XX.

El relato es intimista y pormenorizado. Ello nos da la idea, como lectores, que la historia no avanza. Se alarga en descripciones tan detalladas y repetitivas que por momentos nos invitan a no seguir adelante o a saltarnos unas buenas decenas de páginas con la seguridad de que no nos perderemos de nada importante.

Por ello, la lectura se convierte en una tarea de resistencia, y en la posibilidad de imaginar los más diversos desenlaces. Si Pamuk hubiera omitido la mitad de los 83 capítulos y, por tanto, la mitad de su extensión en páginas, hubiéramos tenido una historia atractiva y veloz.

No me quedará más remedio, como lector, de tratar de cambiar esta primera vaga impresión de la obra de Pamuk y leer las que dicen son sus novelas magnas: Me llamo rojo y El castillo blanco.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
31 de julio de 2010.