viernes, 14 de octubre de 2011

El adiós de Granados Chapa


Para Antonio Valentín por sus 27

Escribo esta entrada obligado por la prisa. En la edición de Reforma de hoy, 14 de octubre, la columna “Plaza Pública”, del maestro Miguel Ángel Granados Chapa, concluye con un renglón huérfano que dice: “Esta es la última vez que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”.

Granados Chapa, con su modestia y sencillez habituales, ni siquiera se dio el lujo de utilizar su espacio para anunciarnos los pormenores de su retiro. Fiel a su ausencia de protagonismo le bastaron trece palabras para decirnos que se va, que no estará más con nosotros, sus lectores asiduos o esporádicos. Eso muestra la grandeza del hombre, del periodista, del columnista y del maestro. El que hizo de su oficio la más importante razón de su existencia, sin mayores pretensiones que dar a sus miles de lectores un puntual análisis de los sucesos más relevantes de su presente que se prolongó por más de tres décadas.

Tras el asesinato de Manuel Buendía, la tarde del 30 de mayo de 1984, quedaba más que claro que el hueco que dejaba “Red Privada”, la columna que don Manuel escribía y que se publicaba en más de 30 diarios, poco a poco sería ocupado por la de su alumno y amigo Miguel Ángel. Y así fue.

La "Plaza Pública" que nació en Cine mundial, que luego pasó por Proceso, Uno más uno y La Jornada, y que desde hace tres lustros tuvo su lugar en Reforma, se convirtió en espacio obligado para tratar de entender las complejidades de la política, la economía, la cultura y la sociedad mexicanas. El pensamiento limpio y ordenado de Granados Chapa nos hizo transitar por los senderos más obscuros del acontecer nacional, para entender su significado y trascendencia. Para muchos de nuestros gobernantes de ayer y hoy es un periodista incómodo; para los ciudadanos de a pie, la pluma que les dio voz y cobijo para denunciar las injusticias y las impunidades que padecemos.

Mucho debieron batallar Silvia Cherem (Por la izquierda. Medio siglo de historias en el periodismo mexicano contadas por Granados Chapa) y Humberto Musacchio (Granados Chapa, un periodista en contexto) para lograr que Granados aceptara que ellos escribieran su biografía. Por eso en estos momentos se potencia la tarea de ambos periodistas para reconstruir la historia del columnista hidalguense.

En esas obras Granados Chapa afirma que cuando las fuerzas le falten y, a causa de su enfermedad, sienta que ya no puede analizar con rigor los sucesos de la actualidad nacional, determinará, junto con sus hijos, que es la hora de anunciar la retirada.

Pues bien, parece que ese momento ha llegado. Se anuncia con el estruendo de trece palabras, mismas que desde las primeras horas de hoy han sido replicadas en múltiples espacios radiofónicos y electrónicos.

A los lectores nos duele que Miguel Ángel abandone la plaza que él construyó, no para imponer su criterio ni su verdad sino para aglutinarnos en un espacio de denuncia, debate y diálogo. Ojalá que esta decisión abone a favor de su restablecimiento, para que en breve podamos seguir abrevando de la fuente que se encuentra justo en medio de esa plaza.

José Antonio Galván Pastrana
Tláhuac
14 de octubre de 2011




domingo, 25 de septiembre de 2011

Dos libros, un aviso




Esta entrada es para mi amigo Jael y su partida prematura.
Él nunca supo cuán importante era para este amanuense.
Ahora es un amigo eterno: mi amigo niño, que me regaló
muchas frases y palabras. Gracias a él seré para siempre
"Pofesón" y seguirá retumbando en mis oídos su frase célebre:
"¿Cómo estás, bizcochito?" y su pregunta: "¿Qué es bizcochito?"
Gracias, Jael, por todo lo me enseñaste, por tus planas inconclusas
y tus veinte pesos. Por los regalos que tú ni siquiera sabías que me dabas.
Gracias por llenar mi vida de tu ilusión infantil.
Ahora sé que sabías tu destino. Por eso hiciste las cosas sencillas,
sin complicaciones. Por eso para ti era más importante el hallazgo
que la letra bien hecha.
Sabías que tu tiempo era breve, y te encargaste de inundarnos
con tu presencia. Hoy te extrañamos, pero sabemos que eres un ángel.
El ángel que protege a su madre y a sus abuelos,
a sus padrinos y a Emilio y a su familia numerosa.
Danos tu luz y tu fuerza, tu sencillez y tu sonrisa. Danos tu gusto
por la vida para decir con el poeta Sabines: "Y por eso invento la muerte
para que la vida no tú ni yo la vida, sea para siempre".

Estimadas lectoras y estimados lectores, ¿cómo les va la vida?, ¿me han extrañado? Seguro poco a poco han dejado de pucharle al URL de este blog. Para qué, si casi siempre encuentran lo mismo. Han de decir: “Ese cuate ya ni escribe”. Y tienen razón. Por ello he tomado una seria decisión. Seguro están pensando: “Nos va a informar que este separador se cierra, que aquí se acaba”. No. De ninguna manera. Este separador continúa pero ahora tendrá un giro: no necesariamente escribiré sobre libros. Este changarro virtual, ciberespacial, digital o como se tenga que decir, se diversifica, se amplía, adquiere un nuevo respiro.

Lo he pensado mucho, tanto que me he tardado demasiado en hacérselos saber. Llegué a pensar en abrir otro blog, en imaginar otro título, en establecer otra temática. Pero decidí que no era conveniente. Si así con este espacio tengo pocas lectoras y pocos lectores, abrir una especie de sucursal perturbaría a las y los que aún me honran con el privilegio de su visita y su lectura.

Seguirá siendo el Separador, porque cuando abordamos un tema, llámese libro, situación, vivencia, experiencia, dolor, alegría, problema… lo separamos de eso que llamamos “la realidad”. Así es que cuando una idea me asalte o algo me acontezca lo comentaré con ustedes. Puede ser tema político, social, económico, futbolístico, artístico, filosófico, educativo, etc. No establezco ni impongo una periodicidad pues no quiero fallarles. Igual y les escribo a diario (poco probable) o cada semana o cada mes. Eso lo determinará el ritmo de los hechos que se presenten ante mí.

Para que sirva como puente entre el antes y el después, les comento mis últimas lecturas y no lecturas.

Del 16 al 30 de junio leí Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción, de Jorge Volpi. No voy a hacer la reseña de este ensayo, por demás interesante, complejo y, seguramente para muchos, polémico. Tiene como personaje central al cerebro humano y cómo ese “ente” nos ha permitido llegar a ser lo que somos: seres humanos llenos de grandezas y de miserias. Copio para ustedes algunos de sus pasajes que considero ilustrativos. Así, si aún no leen el libro, quizá logre despertar su interés y salgan corriendo a comprarlo. ¿Cómo ven?

«En su discurso tras recibir un importante premio literario, un célebre escritor estadounidense confesó que adoraba las novelas porque, a diferencia de casi cualquier otra cosa, no sirven para nada». (p. 13)

«El arte no es sólo una prueba de nuestra humanidad: somos humanos gracias al arte». (p. 15)

«… los mecanismos cerebrales por medio de los cuales nos acercamos a la realidad son básicamente idénticos a los que empleamos a la hora de crear o apreciar una ficción. Su suma nos ha convertido en lo que somos: organismos autoconscientes, bucles animados». (p. 16)

«Yo no soy sino una ficción de mi cerebro. O… mi yo es una fantasía de mi cerebro. Eso sí, la mayor y la más poderosa de las fantasías, pues se concibe capaz de generar y controlar a todas las demás. El yo me da orden y coherencia, estructura mi vida, me confiere una identidad más o menos nítida ―pero no existe ningún lugar preciso en el cerebro donde sea posible localizar a ese esquivo fantasma, a ese omnipresente y omnipotente animalillo que es el yo». (pp. 17-18)

«Los humanos somos rehenes de la ficción. Ni los más severos iconoclastas han logrado combatir nuestra debilidad y nuestra dependencia por las mentiras literarias, teatrales, audiovisuales, cibernéticas, pero ellas no nos deleitan, no nos abducen, no nos atormentan de forma adictiva por el hecho de ser mentiras, sino porque, pese a que reconozcamos su condición hechiza y chapucera, las vivimos en la misma pasión con la cual nos enfrentamos a lo real. Porque esas mentiras también pertenecen al dominio de lo real». (pp. 20-21)

«En una novela o en un cuento nunca vemos a los personajes, sino a un personaje ―o, más bien, las ideas que forman un personaje― nos invitan, primero, a identificarnos con él y, sólo después, a representarlo de manera visual. Al imaginar a un personaje contamos con una libertad inusitada, pues sus ideas se mezclan de maneras radicalmente distintas con las ideas (la experiencia) de cada lector particular. Todos vemos a míster Kane con el rostro iracundo y mofletudo de Orson Welles, mientras que cada lector inventa una Anna Karénina distinta sin que ello perturbe su esencia. A Kane lo miramos y sólo después nos metemos en su pellejo, a Anna Karénina le damos vida desde su interior aun antes de reconocer sus atributos». (p. 25)

«No quiero exagerar: leer cuentos y novelas no nos hace por fuerza mejores personas, pero estoy convencido de que quien no lee cuentos y novelas ―y quien no persigue distintas variedades de ficción― tiene menos posibilidades de comprender el mundo, de comprender a los demás y de comprenderse a sí mismo. Leer ficciones complejas, habitadas por personajes profundos y contradictorios, como tú y como yo, como cada uno de nosotros, impregnadas de emoción y desconcierto, imprevisibles y desafiantes, se convierte en una de las mejores formas de aprender a ser humano». (p. 30)

«… la ficción surge también como un esfuerzo colectivo, un singular ejercicio de cooperación entre aficionados. Yo, lector, acepto tus mentiras siempre y cuando tú, contador de historias, me mantengas en vilo, me lleves a vivir experiencias, me conduzcas a sitios ignotos, me emociones, me sacudas o me exaltes. Éste es el pacto y, si alguno de los dos lo quebranta, el juego pierde sentido y concluye con el mismo desasosiego que nos embarga al ser bruscamente arrancados de un sueño». (p. 47)

«En resumen, la ficción literaria debe ser considerada como una adaptación evolutiva que, animada por un juego cooperativo, nos permita evaluar nuestra conducta en situaciones futuras, conservar la memoria individual y colectiva, comprender y ordenar los hechos a través de secuencias narrativas y, en última instancia, introducirnos en las vidas de los otros, anticipar sus reacciones y descifrar su voluntad y sus deseos». (p. 49-50)

«¿Qué diferencia nuestra conciencia, pues, de la de otros animales y, en especial, de nuestros parientes peludos? Según Donald, un atributo específico: la mímesis en su máxima expresión. Compartimos con los simios salvajes, y en mayor medida con los simios educados en nuestro entorno, la capacidad para monitorearnos y reconocernos, pero nosotros hemos perfeccionado una habilidad sin igual para imitarnos y “leer” las mentes de nuestros congéneres. Y, por encima de todo, el homo sapiens desarrolló la imaginación simbólica ―y con ello trastocó para siempre su propia estructura cerebral». (p. 59)

«Con el transcurso de los meses, la variedad de estímulos externos, sumada a las ideas que los padres se apresuran a compartir con los hijos ―y que éstos copian febrilmente―, provoca que las ideas del yo se multipliquen hasta que en cierto punto, ¡pum!, el niño de dos o tres años se vuelve consciente de sí mismo. Se me permita esta metáfora: el yo es una novela que escribimos, muy lentamente, en colaboración con los demás». (p. 72-73)

«La ficción no puede ser vista, pues, como un mero accidente en la evolución humana, un lindo e inútil artificio o una chispeante fuente de entretenimiento. Por el contrario, la ficción surge a partir del mismo proceso que nos permite construir el mundo y, en especial, concebir las ideas que tenemos de los demás y de nosotros mismos. Invento mi yo así como los yos de los demás, mediante un procedimiento análogo al que me permite concebir una narración en primera persona. Mal que nos pese, todos somos ficciones. Ficciones verdaderas. Si no fuese así, tendríamos que conformarnos con encarnar las palabras del poeta: polvo y sombra». (p. 74)

«Analicemos lo que sucede con un texto. Conforme avanzo en mi lectura de Los hermanos Karamázov, mi cerebro contrasta patrones y los actualiza a partir de las huellas dejadas por el autor ―a veces, una sola palabra basta para desatar una catarata de sentidos―. La asociación de ideas funciona justo así: un meme conduce a su vecino y éste al siguiente, en una cadena que en principio podría volverse interminable. Sea por similitud ―metáfora― o por proximidad ―metonimia―, las ideas se suceden unas a otras, crecen y se reproducen como si estuviesen animadas. Ideas virus, memes egoístas.
«Otro ejemplo. El novelista escribe: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”, todos los fusilamientos que he leído, escuchado o visto ―de Goya a Monet, pasando por decenas de novelas sobre la Guerra Civil española― comparecen de golpe en mi cabeza sin que los haya convocado. García Márquez no necesita describir escrupulosamente todo el ajusticiamiento ―quiéralo o no, el lector ya lo tiene delante―, sino apenas aquellos detalles que, a sus ojos, lo tornan especial e irrepetible». (p. 91)

«Si el yo es un invento genial de nuestra especie, nuestra historia personal es nuestra primera ficción. Basta leer los cientos de memorias y autobiografías que nuestros congéneres han redactado desde el principio de los tiempos, de San Agustín a Rousseau al último político en turno: todas declaran su apego a los hechos y, tras un somero escrutinio con otras fuentes, todas demuestran, en mayor o menor medida, su falsedad. No se trata de simples inexactitudes o, en el otro extremo, de groseras mentiras, sino de la consecuencia ineludible de narrar a partir de un solo punto de vista ―la autobiografía es un género que, en las librería anglosajonas, jamás debería estar expuesto en el anaquel de la no-ficción». (p. 107)

«La imitación, mecanismo esencial para nuestra supervivencia, se halla en la base de ese extraño comportamiento, tantas veces vilipendiado o menospreciado, que conocemos como empatía. Me meto en tu pellejo para averiguar si eres amigo o enemigo, si me tenderás la mano o me clavarás un cuchillo en la espalda y, al hacerlo, te conozco mejor ―y de paso me conozco mejor a mí mismo. El inmenso poder de la ficción deriva de la actividad misma de las neuronas espejo ―y de ellas se desprende una idea todavía más amplia y generosa, la humanidad. ». (p.115)

«En las neuronas espejo, el yo y el otro se traslapan, se trenzan, se enmarañan ―por un instante dejamos de estar aislados en el recóndito interior de nuestros cráneos y creamos un vínculo virtual con los demás. Seré más drástico: de hecho, el yo sólo se modela a partir del contacto con los otros. Como demuestran las historias de los niños ferales, como el infeliz Kaspar Hauser, un bebé que crece en aislamiento es apenas humano. Por eso la soledad extrema conduce con frecuencia a la desesperación o a la locura ―o a la filosofía». (p. 118-119)

Cómo ves, lector/a, ¿interesante, no? Nuestra realidad y nuestro ser habitan nuestro cerebro. Por eso, al concluir la lectura le mandé un mensaje vía tweeter al autor: @jvolpi: Si Ortega y Gasset hubiera leído tu libro más reciente, su frase célebre sería: "Yo soy yo, mis circunstancias y mi cerebro". Espero que los párrafos reproducidos te abran el apetito para leer el libro.

Andaba enredado en esas letras, cuando la editorial Alfaguara dio a conocer y publicó la novela ganadora de su Premio 2011. Se titula El ruido de las cosas al caer, del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Año con año me mantengo atento a este premio de novela. Gracias a él, por ejemplo, en el 2004 descubrí a Laura Restrepo y su Delirio. Un año antes, Xavier Velasco adquirió notoriedad con Diablo guardián, que dos personas me regalaron y muchas más me recomendaron, pero la que nunca pude concluir. No sé por qué algo me alejó de la primera lectura. Tiempo después traté de entrarle, pero no pude. En el 2008, Antonio Orlando Rodríguez fue el ganador con Chiquita. Contrario a su título, una gran novela. En el 2009, compré El viajero del siglo, de Andrés Neuman, pero es uno de los muchos libros que me están esperando para que los lea. Por eso ese texto está acostado en el librero: para que no se canse de tanto esperar.

Del 1 al 11 de julio leí El ruido de las cosas al caer. Sin duda, uno de las mejores novelas premiadas por Alfaguara. Es una historia doble: la del narrador, de nombre Antonio, abogado y profesor; y la de Ricardo Laverde, joven aviador a quien el crecimiento del tráfico de drogas en Columbia, de los años 70 y 80, lo lleva a querer resolver su vida en un vuelo en el que transportaba cocaína y por el que ganaría dos millones de dólares. Pero el destino le jugó una mala pasada y Laverde no pudo cumplir su objetivo.

Pues bien, junto con esa dualidad de personajes protagónicos se da otra especie de desdoblamiento temporal. Antonio cuenta la historia en el 2009, muchos años después de que los hechos centrales concluyeron (1996), pero que desde muchos años antes se fueron hilvanando. Sin embargo, respecto del tiempo, el lector no tiene problemas ni se enfrenta a trampas. El narrador claramente lo va situando.

Como se trata de una obra más que digna de leerse. Sólo señalaré que sus pocos personajes se vuelven entrañables. Los vemos actuar con sus grandezas y sus miserias, con sus sueños y las sorpresas que les depara el destino. Desde luego, en primer lugar, Ricardo Laverde y su fugaz amigo Antonio Yammara; pero sin desmerecer en el desarrollo novelesco: Elaine (Elena) Fritts, Maya, Aura y la pequeña Leticia. ¿Qué relaciones hay entre ellos? Eso mejor descúbrelo tú, estimado/a lector/a.

El telón de fondo de la historia completa es la Colombia dominada por el narcotráfico, en especial su capital: Bogotá. Por ello, un personaje más que relevante es el capo Pablo Escobar, cuya sombra inunda el paisaje.

Cuando me encontraba metido en esta lectura, los escuchas de la tercera emisión del noticiero Hoy por hoy, de W Radio, que conduce Salvador Camarena, fuimos invitados por Gabriela Warkentin (encargada de la sección Leer y discutir) a leer El ruido de las cosas al caer y a enviar comentarios al twitter de Camarena. Así es que aproveche y envié los siguientes:

@SalCamarena "El ruido de las cosas al caer" es de los mejores premios Alfaguara. A la altura de "Chiquita", por encima de muchas otras.

@ "El ruido..." tiene un acomodo exacto de los sucesos, un hecho sucede después de otro, sin trampas ni trucos. Qué novela.

@ Gaby Warkentin quiere que leamos "El ruido de la cosas..." a partir de lo que vivimos los mexicanos, pero ello nos limita.

@ Qué personajes: Antonio, Ricardo Laverde, Elena, Maya... dignos de recordarse por mucho tiempo. Qué novelón. Escobar de fondo.

@ Entre la Colombia de los 80 y el México actual no hay similitudes, sólo hay dolores sociales que se comparten por su parecido.

@ "Le cambiaron al país" dijo Maya. Ella (Elena) llegó a un sitio y veinte años después ya no lo reconocía. [A nosotros, también].

@ Cientos de casos como éste. Eso es lo bueno de Colombia [y de México] que uno nunca está solo con su destino.

@ Ricardo quiso lo mejor para él y su familia. Pero se fue por el camino equivocado en el momento equivocado, con el amigo equivocado.

@ "Lo que importa en la vida no es cagarla, sino saber remediar la cagada": Ricardo a Antonio.

@ "Yo no veía los noticieros. Tardaría tiempo en soportarlos de nuevo, en admitir de nuevo que las noticias invadieran mi vida".

@ Cien años de soledad, exagerado, melodramático. Julio puso una uña larga sobre la E de la última palabra, que estaba al revés.

@ Cien años de Soledad le pareció aburrido a Elena: "El español es muy difícil y todo el mundo se llama igual". Ah qué García M.

@ Maya Laverde nació en julio de 1971, más o menos al mismo tiempo que Nixon utilizaba por primera vez "guerra contra las drogas".

@ Ricardo Laverde, sin saberlo, trastocó la vida de Antonio. Provocó que Antonio oyera el del ruido de las cosas cuando caen.

@ Aura se cansó de tratar de entender lo que pasaba con Antonio. Se llevó a la pequeña Leticia y, otra vez, cambió la vida de él.

@ "El ruido..." hay que leerla como es: una ficción de la Colombia de Escobar, poco parecida al México del Chapo, los Z y cía.

@ De los personajes, me quedo con Maya. Se vuelve entrañable por sus decisiones de vida. Hasta me dan ganas de ir a conocerla.

@ Ricardo seguro andaba otra vez en malos pasos. Eso le costó la vida, pero hizo posible "El ruido de las cosas..."

@ Oficio de críticos: empiezan las comparaciones entre Restrepo, Vallejo y Vásquez. Cada uno tiene su encanto en esa Colombia 80.

@ Un actual joven de Juárez, Matamoros o Monterrey escribirá dentro de 20 años la versión mexicana de "El ruido de las cosas al caer".

@ Elba Esther es más peligrosa y duradera que Pablo Escobar. Él controlaba las drogas; ella, la educación. Que la extraditen.

@ Elena Fritts sentó a Maya en sus rodillas y le dijo: "A papá se le acabaron los años" [A muchos mexicanos, también].

@ Maya a Antonio: Cientos de casos como éste, cientos de huérfanos ficticios, yo era un caso solamente...

@ Maya a Antonio: Eso es lo bueno de Colombia, que uno nunca está solo con su destino. [También es lo bueno de México].

Desde luego, siguieron otras lecturas. Estoy en las páginas finales de El jefe máximo, de Ignacio Solares. Igual y en breve puedo comentárselas. Pero antes de ésta hay muchas otras. Ya les platicaré.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
25 de septiembre de 2011

sábado, 21 de mayo de 2011

Re-cuento


A Isabel, mi hermana, por sus 15 x 4
A Toño López, con un abrazo fuerte y solidario

Estimados lectores, porque creo que ya son más de uno. A alguno de ustedes me los he encontrado en el camino y me han dicho, que no reclamado, que han buscado una entrada nueva en mi blog y no la han encontrado. Pues bien, aquí va.

No les escribía desde la década pasada. Así es que bienvenidos a este nuevo tiempo que, con seguridad, nos tendrá deparadas muchas nuevas sorpresas.

El 2010 (16 a 31 diciembre) lo terminé con la lectura de El sexenio de Televisa. Conjuras del poder mediático, de Jenaro Villamil. En este libro se documenta el inmenso poder que tiene esta televisora. Llamémosle poder “real”, que le permite no sólo mantenerse vigente como medio de comunicación, sino en influir en muchas decisiones de carácter político. Así, los televidentes, contados por millones, recibimos una versión de la “realidad”, en la que en nuestros días el aún gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, ocupa un lugar muy importante.

El último día del 2010 y hasta el 11 de febrero del 2011 leí dos novelas “negras” de Elmer Mendoza: Balas de plata y La prueba del ácido. De éstas sólo rescato las acciones del detective Édgar Mendieta, especie de clarividente cuya intuición le permite resolver casos difíciles. Al hacerlo, nos deja ver la complicidad de policías y narcotraficantes, el poco valor de la vida humana, las miserias de hombres y mujeres en un espacio sin ley. Es decir, a través de la ficción tenemos, como lectores, la posibilidad de acercarnos al tiempo que nos ha tocado vivir.

Las obras de Mendoza me interesaron al escuchar una entrevista radiofónica que le hizo Javier Solórzano. Consideré que bien valía la pena echarme un clavado en esas páginas y lo hice con el gusto por descubrir algo nuevo. Y lo encontré, a pesar de que la crítica no es muy positiva para el autor.

Como elemento intercalado, ya entrado 2011, del 15 al 20 de enero, leí Amores adúlteros, de Beatriz Rivas y Federico Traeger. No voy a decirles de qué se trata, pues el título es más que sugestivo. Reproduzco unas cuantas líneas de la historia de Él y Ella:

«Amanece, todavía duerme. Él le susurra al oído: Espero que tus párpados, al separarse, reciban un día tan hermoso como el paisaje de tus pupilas.
«Después le da un beso acechante, suave, insistente, contundente y certero al clítoris de su razón.» (p. 23)

«Cada mail tuyo es un clímax mío. Estoy empezando a experimentar correos múltiples.» (p. 37)

«Ella:
«Dejó de funcionar mi cerebro… ¿y si deja de funcionar mi corazón?
«Él:
«Entonces te doy el mío, que ya es tuyo.» (p. 39)

«Ella está en salón de belleza. Saca su teléfono para marcarle: quiere preguntarle de qué color pintarse las uñas de los pies. En ese instante se da cuenta de que está profundamente enamorada.» (p.77)

«El culpable fue ese amanecer mágico, de volcanes lúdicos y orgullosos. O tal vez pasó desde antes, desde el inicio de los tiempos, desde que inventaron el mito del amor eterno. ¿No dicen, acaso, que el futuro está escrito en nuestra mirada?» (p. 108)

«―¿En dónde estás? ―se preguntó Él, a solas.
«También a solas se contestó:
«―Ya sé dónde, en mi torrente sanguíneo, en el fuelleo de mis pulmones, en mi sentido del ritmo, en la estrella que guía mis sueños, en la clarividencia del aire, en las texturas del deseo, en la hojarasca del lenguaje, en la polifonía del silencio, en los derrumbes de la ansiedad, en los escalones del tiempo, en la silueta del devenir, en los surcos de la certidumbre, en el iris del calendario.» (p. 119)

El programa radiofónico La Tertulia, que se transmite los viernes de 9 a 10 de la noche en el 1110 de AM, fue el culpable que del 6 al 23 de marzo leyera El último poeta del universo, de Orlando Cruzcamarillo. Una breve novela (135 páginas) que nos relata la relación amorosa de un poeta: Marco Aurelio y una joven funcionaria pública del municipio de Nezahualcóyotl: Agripina.

Lo interesante de la novela es que la cuentan dos voces, sus protagonistas: Marco Aurelio y Agripina. Por tanto, esa relación es vista, analizada y vivida a veces desde el uno y a veces desde la otra. Criterios que se cruzan, deseos que chocan contra la pared, competencia entre ambos, coincidencias que confluyen en encuentros… Interesante experimento de narración del que, sin duda, el autor sale bien librado.

El sábado 26 de marzo, en la tranquilidad de El Bohío, en Veracruz, echado en un camastro playero y refrescado por la brisa el mar, empecé a hincarle el diente a La profundidad de la piel, de Pedro Ángel Palou. Una historia triangular de amor integrada, como es lógico, por tres personajes: Él, un músico, narrador enamorado de Ella, una pintora (a quien Él llama “mi amiga del cuello largo”) y el pintor del mundo flotante, de quien Ella está enamorada.

Si bien en la cuarta de forros se califica a este libro como “luminoso” y se asegura que “Pedro Ángel Palou ha escrito su novela más límpida y ha logrado un clásico contemporáneo”, este amanuense no comparte esa opinión. Palou ha recurrido a un lenguaje estrictamente musical (el narrador es músico) por lo que precisa de un lector conocedor de ese lenguaje, supuesto que en este caso no se cumple. Terminé la lectura en la Ciudad de México el día séptimo del cuarto mes.

El 8 de abril inicié la lectura de la obra más reciente de Carlos Fuentes: Carolina Grau. La continué el 13 de ese mes en un vuelo con destino a Madrid, y la concluí el 14 en una habitación del hostal Luis XV, en el centro de esa ciudad, después de una visita por demás impactante al Museo del Prado, sus Meninas y sus Majas.

Fuentes reúne en esta obra ocho cuentos, situados en tiempos y lugares distintos, pero que tienen un personaje común: Carolina Grau. El libro, por tanto, puede leerse como lo que es: una especie de antología de cuentos con historias independientes, en un plano de microcosmos. Pero también puede integrarse en un todo, unido por esa figura enigmática de la protagonista. Desde esta segunda óptica podemos apreciar la magia creativa y narrativa del escritor.

Desde que en 2008 leí El corazón helado, de Almudena Grandes, me dieron ganas de echarle un ojo a la primera novela de esta autora: Las edades de Lulú. El libro lo busqué en las diversas visitas que hice a la Gandhi, pero nunca tuve suerte. “Está agotado”, me decía alguno de los empleados de ese lugar.

Antes de viajar a España, Jaime Castañeda me dijo: “No dejes de ir a la librería Fnac, está en el centro de Madrid, frente a El corte inglés”. En efecto, sin buscarlo, de repente me encontré frente a ese establecimiento. Ahí me acordé de mi búsqueda infructuosa de Las edades de Lulú. Así que pregunté por ese texto, la empleada de la librería buscó en el ordenador, dejó su asiento y me llevó al estante de literatura erótica. Ahí estaba Lulú, pareciera que me esperaba desde hacía mucho tiempo. Mi hijo pagó los 8.95 euros que costaba el libro y lo puso en mis manos.

La noche del 15 de abril, en la misma habitación del mismo hostal Luis XV, al regresar del tablao Las carboneras, comencé a recorrer la historia de Lulú y a inmiscuirme en sus edades. Copio para ustedes, lectores, parte de la contraportada del libro en la que se resume con precisión esta fascinante novela: “Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de quince años, es seducida por Pablo, el amigo de su hermano mayor [Marcelo] por el que desde pequeña siente una rendida fascinación. Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, acepta el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la iniciación y el sometimiento. Pero el sortilegio se rompe cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos”. Ni más ni menos. Ésa es la historia. Qué historia.

El libro me acompañó de Madrid a Lisboa y de Lisboa a Madrid. Lo terminé la madrugada del 23 de abril, incómodamente sentado, en el avión de Iberia que me regresó a la Ciudad de México.

Por último, las lecturas aquí consignadas tuvieron una especie de telón de fondo: otra lectura: El último brindis de Don Porfirio, de Rafael Tovar y de Teresa. Lo inicié el 11 de febrero y lo concluí tres meses después. Fue una actividad lectora que intercalé con la de otros libros. Se trata de una investigación básicamente hemerográfica en la que el autor nos presenta la fastuosidad de los festejos del Centenario de la Independencia, llevados a cabo en 1910.

Un México que en voz de sus gobernantes llegaba al siglo XX para afianzarse como país moderno, democrático, independiente, pacífico... Tres ilustres mexicanos habían hecho posible tal sueño: Hidalgo, Juárez y Díaz.

La obra es un recorrido pormenorizado de aquellos festejos: su organización, sus invitados, sus presupuestos, sus discursos… Mientras la élite celebraba, afuera del Palacio Nacional (valga la metáfora) se empezaba a prender la mecha de la Revolución de 1910.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
21 de mayo de 2011