Una noche
dominical lo encontré en la mesa novedades de la librería Rosario Castellanos.
Lo primero que llamó mi atención fue su largo y contradictorio título: un
escrito sobre los ciegos destinado a los que ven. Tomé un ejemplar y me llevé
una segunda sorpresa: se trata de un libro muy delgado, apenas 90 páginas. El
sábado siguiente, el libro más reciente de Mario Bellatin: Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara, 2017) ya
estaba sobre mi buró esperando que lo empezara a leer.
A diferencia de
lo que casi siempre me sucede cuando empiezo un libro, en esta ocasión no sentí
eso que Daniel Pennac llama bovarismo:
El bovarismo es esa satisfacción inmediata
y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación se inflama, los nervios
vibran, el corazón se acelera, la adrenalina salta, la identificación opera en
todas direcciones, y el cerebro confunde (por un momento) el gato de lo
cotidiano con la liebre de lo novelesco…
Las primeras
líneas de Carta sobre los ciegos…
tendieron la oscuridad que me acompañó durante toda la travesía: «Habitamos,
Isaías, en la Colonia de los Alienados Etchepare. Ahí mismo donde los recluidos
convivimos con jaurías de perros salvajes imposibles de erradicar.» Esas 23
palabras son el relato recurrente y reiterativo de esta obra. De manera previa
el editor nos da la primera señal de alarma: «En la tradición japonesa existe
un tipo de relato denominado Moroa Monogatari. Se trata de textos cuyos
protagonistas son siempre discapacitados. Este tipo de narración se puso de
moda en la isla tras los sucesos de Hiroshima».
Las otras
señales se van desgajando poco a poco en el desarrollo de la novela. Los protagonistas:
Ella, una narradora anónima, mujer ciega que, además, por un tiempo fue sorda. Sólo
que recuperó parte de su audición gracias a un implante cloquear. Isaías,
hermano de la narradora. Él sí es ciego y sordo. Su única percepción del mundo
es lo que le cuenta su hermana, vía un equipo electrónico. Las acciones se
desarrollan, como ya quedó anotado, en la Colonia de los Alienados Etchepare.
La historia
arranca cuando a la Colonia llega un maestro-escritor, con el propósito de que
los habitantes aprendan a redactar y sean capaces de escribir sus propios
libros. Pero el maestro, a decir de la narradora, es un escritor fracasado
incapaz de enseñar a escribir a los ciegos. Un ser egocentrista que lo único
que hace, en un primer momento, es contar su propia historia, luego se empeña
en enseñar cine y fotografía ¡a los ciegos!
La narradora y
su hermano, Isaías, fueron dejados en la Colonia por su madre. Ese abandono es
el causante de todos los traumas de Isaías, quien rechaza que su hermana le “hable”
de su madre.
El relato se
vuelve reiterativo, monótono. A pesar de su brevedad, el lector debe hacer un
esfuerzo considerable para terminar la obra. A cada rato escuchaba la voz de
Pennac respecto de que uno de los derechos del lector es dejar los libros
inconclusos:
Hay treinta y seis mil razones para
abandonar una novela antes del final: la sensación de que ya la hemos leído,
una historia que no nos agarra, nuestra desaprobación total de las tesis del
autor, un estilo que nos eriza el cabello, o por el contrario una ausencia de
escritura a la que ninguna otra razón compensa para que justifique ir más
lejos… Inútil enumerar las otras 35,995, entre las cuales sin embargo hay que
colocar una caries dental, las persecuciones de nuestro jefe de departamento o
un cataclismo del corazón que petrifica nuestra cabeza.
Pero el lector
se arma de valor y continúa. Entonces aparecen ante sus ojos otros posibles
supuestos sobre la “verdad” de la historia: la narradora e Isaías no son
hermanos: ella lo encontró como parte de los habitantes de la Colonia, y,
gracias a su generosidad y a su sentido altamente solidario lo “adoptó” como si
en verdad fuera su hermano. La narradora no es una mujer, es un hombre y tiene
sesiones de sexo homosexual con Isaías. Las acciones no se llevan a cabo en la
Colonia sino en un buque, en el que la hermana-narradora debe cumplir con las
tareas más pesadas a fin de que ella e Isaías puedan continuar en el barco…
Sea como fuere, Carta sobre los ciegos para uso de los que
ven nos permite involucrarnos en el mundo oscuro de los que no ven. La magia
se completa porque gracias a la lectura (que requiere de la vista) habitamos
ese cuerpo ciego y sordo de Isaías y escuchamos las palabras de la narradora,
que nos transmite en la voz alta de la lectura silenciosa lo que a Isaías le cuenta a través de un teclado.
Experimento narrativo más que complejo que nos regala Mario Bellatin.
Fuentes:
Bellatin, Mario (2017) Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. México, Alfaguara, pp. 90.
Pennac, Daniel (2001) Como una novela. Barcelona, Anagrama, pp. 156.
Fuentes:
Bellatin, Mario (2017) Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. México, Alfaguara, pp. 90.
Pennac, Daniel (2001) Como una novela. Barcelona, Anagrama, pp. 156.
La lectura nos hace libres y felices
José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna,
CDMX
16 de julio de
2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario