jueves, 11 de octubre de 2007

Isabel Allende, La suma de los días

Ciudad de México, 11 de octubre del 2007.

Sofía y Antonio:

Todas las vidas pueden contarse como una novela,
cada uno de nosotros es el protagonista de su propia leyenda.
En este momento, al escribir estas páginas, tengo dudas.
¿Sucedieron los hechos tal como los recuerdo y los cuento?
Isabel Allende, La suma de los días, p. 25

Del 15 de septiembre al día de hoy me di a la lenta tarea, en ocasiones lentísima, de leer La suma de los días, la más reciente obra de la escritora chilena Isabel Allende (IA). Digo “obra” porque en verdad es muy difícil clasificarla dentro de un género literario. En esencia está resuelta como novela, pero no lo es. Parece una autobiografía, mas tampoco lo es, puesto que la narradora se asume como tal y no como el personaje protagónico; desde luego no es un libro de cuentos, aunque cada uno de sus apartados cobra una vida independiente y su final es a veces anecdótico, a veces profético, a veces basado en una frase sentenciosa. Bien puede ser un libro de memorias fundamentado en los recuerdos decantados y hechos historia por IA; sin embargo su tratamiento y su lenguaje sitúan a este libro más allá de la simple relación de sucesos encadenados por el tiempo y las circunstancias.

Así es que para salir de este pequeño problema diré que La suma de los días es, antes y después de todo, una carta; sí, una extensa epístola ya nostálgica, ya crítica, ya emocionante, ya reveladora, ya mágica, ya reflexiva, pero sobre todo humana, que a lo largo de 361 páginas nos da a conocer un pedazo de la vida de la mujer-madre-escritora Isabel Allende. Es la misiva catártica que le escribe a su hija Paula, muerta en diciembre de 1992. A partir de este ejercicio de amanuense, la escritora le cuenta a Paula lo que ha pasado al interior y al exterior de su familia desde esa fecha y hasta 2006.

Los personajes, entonces, no son seres imaginarios surgidos del pensamiento de la autora; por el contrario, son personas de carne y hueso (seres de no-ficción) con las que ella ha convivido a lo largo de esos catorce años, pero que, desde luego, en su mayoría, conoce desde hace muchos más. Por ello, IA no tiene que buscar en los retazos de las personalidades ajenas ni remendarlos para dar vida a los actores de su historia. Los tiene cerca de ella, en la convivencia cotidiana y los conoce tanto como ellos la conocen. Pareciera, entonces, que su deseo es contarle a Paula cómo son y cómo viven esos seres con los que ella compartió durante los 28 años de su vida, y cómo llegan a este mundo aquéllos que no conoció porque aparecieron en la historia de su madre después de ese funesto 6 de diciembre de 1992 en el que ella, Paula, dejó de existir.

Mas la magia de la literatura, o para ser más exacto, la magia de la escritura, nos permite involucrarnos en los entretelones de la tribu Gordon-Allende. Entonces como lectores nos convertimos en los acompañantes de la lectura que hace Paula de esta historia contada para ella. Nos asomamos por las ventanas para ver qué pasa en ese pedazo de la vida de las personas-personajes.

Conocimos a Willie Gordon, amante de IA, su segunda pareja formal que es la vez su marido, su cómplice, su alumno (él se convierte en escritor), su sostén, su guía, su compañero de terapia y de viajes. Nos enteramos, aunque sólo un poco, de la vida de Paula y de su deceso provocado por el mal cuidado de su padecimiento (porfiria). Supimos de los últimos días de la existencia de Jennifer (hija de Willie y madre de la pequeña Sabrina), joven atacada, afectada y aniquilada por las drogas. Vimos cómo Sabrina, a pesar de haber nacido tan frágil y tan enferma a causa de la adicción de su progenitora, fue luchando por su vida gracias al cuidado de sus madres adoptivas Fu y Grace, quienes conformaban una pareja lésbica.

Gozamos de la familia integrada por Nico (hijo mayor de IA) y su esposa, la venezolana Celia, así como por sus hijos Alejandro, Andrea y Nicole. Cuando supusimos que la familia alcanzaba su estabilidad en California, nos enteramos por teléfono que Celia se descubría lesbiana y no sólo eso: decidía compartir su vida con Sally, novia de uno de los hijos de Willie. Así es que testificamos el divorcio de Nico y Celia, además de las penurias de éste para vérsela una semana sí y otra no al cuidado de sus tres hijos (la semana que no estaban con Nico, los niños vivían con su mamá y su “madrastra”: Sally). También fuimos cómplices de IA quien poco a poco fue metiéndole a su hijo ―por los ojos, los oídos y los poros― a Lori, con quien sufrimos por su imposibilidad para concebir hijos y a quien quisimos tanto como su suegra.

Compartimos la amistad de IA con Labra, empresaria primero exitosa y luego arruinada y después vuelta a levantar. Y también nos enteramos de los pormenores de la vida (a veces muy privada) de otras muchas personas.

Nos situamos en San Francisco, California, lugar de residencia de IA y su tribu, pero la acompañamos por diversos lugares del planeta, a veces a la presentación de alguno de sus libros y en ocasiones a sus viajes de descanso por Asia o África o Europa o América. De hecho, sólo nos faltó ir con ella a Oceanía. Quizá de estos viajes sobresalen sus estancias en la India y su paso por el Amazonas brasileño.

IA nos hizo saber sus manías como escritora: que debe empezar una novela el 8 de enero, pues si no lo hace ese año no habrá libro; que escribe sola y rodeada de silencio; que investiga profusamente antes de iniciar la escritura de una obra, desde situaciones históricas hasta pormenores psicológicos de los personajes; que sus jornadas como literata son de por lo menos 10 horas diarias; que debe trabajar en un lugar limpio y en un escritorio pulcro; que su estudio está rodeado de fotografías de sus seres queridos de la actualidad y del pasado; que tiene un altar con tres velas siempre encendidas; que no le gustan los viajes ni los eventos para presentar sus libros, pero que lo debe hacer porque así se lo obligan sus compromisos editoriales.

Sin embargo, quizá lo más importante que conocimos de ella, es el diseño general que realiza para forjar una obra, seguido de su dificultad para comenzar a contar una historia y cómo ésta, se va nutriendo poco a poco gracias a sus experiencias de vida, a su conocimiento de personas reales o históricas, a los múltiples fantasmas que la acompañan, a sus espíritus protectores, a los viajes que realiza, a la interpretación de sus sueños y a su vasta imaginación.

Sofía y Antonio: A lo largo de todo el texto me acompañó una pregunta: ¿Qué derecho tiene un escritor, en este caso IA, de contar los pormenores de la vida de sus seres más cercanos? Si ella tiene una vida pública, ¿por qué hacer lo mismo de los días de los otros? Pero sin duda, esos otros estuvieron de acuerdo, pues IA apunta que dos hijos de Willie: Lindsay y Scott, no aceptaron aparecer en las páginas del libro (situación que ella respetó), luego entonces los que sí son expuestos le dieron su anuencia para que su pluma (mejor dicho, su teclado) los transformara en personajes.

Una vez terminada la lectura, concluyo que gracias a ésta no leería de IA la trilogía formada por La ciudad de las bestias, El bosque de los pigmeos y El reino del dragón de oro. Pero sí correría los cauces de Paula, Hija de la fortuna e Inés del alma mía. Dudaría de Mi país inventado, pues sólo parte de un sueño y un supuesto: ¿cómo hubiera sido la historia de Chile en caso de no haber sufrido el golpe militar de Pinochet en 1973?

Como ven, Sofía y Antonio, le copié a IA la fórmula ésta de escribir una carta para contarles mi experiencia lectora de La suma de los días. Si fueron observadores, este acto intelectovisual lo hice mientras tú, Sofía, vivías las semanas inclementes de tu llegada a Washington DC para integrarte a la OEA, buscabas departamento, esperabas a Ana Luisa y maldecías a medio mundo; y tú, Antonio, te aclimatabas a tu nueva familia en San Francisco en tu experiencia escolar y laboral en Berkeley. Por tanto, hijo, es muy probable que en tu camino por esa ciudad te encuentres a tu vecina Isabel Allende, dice que vive “…en el condado de Marin, al norte de San Francisco, a veinte minutos del puente del Golden Gate, entre cerros dorados en verano y color esmeralda en invierno, en la orilla oeste de la inmensa bahía. En un día claro podemos ver a lo lejos otros dos puentes, el perfil difuso de los puertos de Oakland y San Francisco”. ¿Ya te ubicaste?

Sin embargo, debo confesarle a ambos que en realidad estas cuartillas las he escrito con otro propósito. Su finalidad es didáctica: se las voy a leer a mis alumnos de la UPIITA, que cursan el tercer semestre, y se las enviaré por correo electrónico, como un ejemplo ―nada ejemplar, por cierto― de reseña crítica, para que ellos tengan un faro que los guíe y resuelvan con éxito el trabajo que deberán redactar como parte de su segundo examen departamental de su materia Técnicas de la comunicación. Igual y no leen un libro ni presentan una reseña crítica, pero por lo menos les darán ganas de elaborar una carta para su novia, para su novio o para su amante.
Gracias, Sofía y Antonio, por su complicidad.

J. Antonio Galván P.
Zacatenco y Tláhuac