sábado, 21 de mayo de 2011

Re-cuento


A Isabel, mi hermana, por sus 15 x 4
A Toño López, con un abrazo fuerte y solidario

Estimados lectores, porque creo que ya son más de uno. A alguno de ustedes me los he encontrado en el camino y me han dicho, que no reclamado, que han buscado una entrada nueva en mi blog y no la han encontrado. Pues bien, aquí va.

No les escribía desde la década pasada. Así es que bienvenidos a este nuevo tiempo que, con seguridad, nos tendrá deparadas muchas nuevas sorpresas.

El 2010 (16 a 31 diciembre) lo terminé con la lectura de El sexenio de Televisa. Conjuras del poder mediático, de Jenaro Villamil. En este libro se documenta el inmenso poder que tiene esta televisora. Llamémosle poder “real”, que le permite no sólo mantenerse vigente como medio de comunicación, sino en influir en muchas decisiones de carácter político. Así, los televidentes, contados por millones, recibimos una versión de la “realidad”, en la que en nuestros días el aún gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, ocupa un lugar muy importante.

El último día del 2010 y hasta el 11 de febrero del 2011 leí dos novelas “negras” de Elmer Mendoza: Balas de plata y La prueba del ácido. De éstas sólo rescato las acciones del detective Édgar Mendieta, especie de clarividente cuya intuición le permite resolver casos difíciles. Al hacerlo, nos deja ver la complicidad de policías y narcotraficantes, el poco valor de la vida humana, las miserias de hombres y mujeres en un espacio sin ley. Es decir, a través de la ficción tenemos, como lectores, la posibilidad de acercarnos al tiempo que nos ha tocado vivir.

Las obras de Mendoza me interesaron al escuchar una entrevista radiofónica que le hizo Javier Solórzano. Consideré que bien valía la pena echarme un clavado en esas páginas y lo hice con el gusto por descubrir algo nuevo. Y lo encontré, a pesar de que la crítica no es muy positiva para el autor.

Como elemento intercalado, ya entrado 2011, del 15 al 20 de enero, leí Amores adúlteros, de Beatriz Rivas y Federico Traeger. No voy a decirles de qué se trata, pues el título es más que sugestivo. Reproduzco unas cuantas líneas de la historia de Él y Ella:

«Amanece, todavía duerme. Él le susurra al oído: Espero que tus párpados, al separarse, reciban un día tan hermoso como el paisaje de tus pupilas.
«Después le da un beso acechante, suave, insistente, contundente y certero al clítoris de su razón.» (p. 23)

«Cada mail tuyo es un clímax mío. Estoy empezando a experimentar correos múltiples.» (p. 37)

«Ella:
«Dejó de funcionar mi cerebro… ¿y si deja de funcionar mi corazón?
«Él:
«Entonces te doy el mío, que ya es tuyo.» (p. 39)

«Ella está en salón de belleza. Saca su teléfono para marcarle: quiere preguntarle de qué color pintarse las uñas de los pies. En ese instante se da cuenta de que está profundamente enamorada.» (p.77)

«El culpable fue ese amanecer mágico, de volcanes lúdicos y orgullosos. O tal vez pasó desde antes, desde el inicio de los tiempos, desde que inventaron el mito del amor eterno. ¿No dicen, acaso, que el futuro está escrito en nuestra mirada?» (p. 108)

«―¿En dónde estás? ―se preguntó Él, a solas.
«También a solas se contestó:
«―Ya sé dónde, en mi torrente sanguíneo, en el fuelleo de mis pulmones, en mi sentido del ritmo, en la estrella que guía mis sueños, en la clarividencia del aire, en las texturas del deseo, en la hojarasca del lenguaje, en la polifonía del silencio, en los derrumbes de la ansiedad, en los escalones del tiempo, en la silueta del devenir, en los surcos de la certidumbre, en el iris del calendario.» (p. 119)

El programa radiofónico La Tertulia, que se transmite los viernes de 9 a 10 de la noche en el 1110 de AM, fue el culpable que del 6 al 23 de marzo leyera El último poeta del universo, de Orlando Cruzcamarillo. Una breve novela (135 páginas) que nos relata la relación amorosa de un poeta: Marco Aurelio y una joven funcionaria pública del municipio de Nezahualcóyotl: Agripina.

Lo interesante de la novela es que la cuentan dos voces, sus protagonistas: Marco Aurelio y Agripina. Por tanto, esa relación es vista, analizada y vivida a veces desde el uno y a veces desde la otra. Criterios que se cruzan, deseos que chocan contra la pared, competencia entre ambos, coincidencias que confluyen en encuentros… Interesante experimento de narración del que, sin duda, el autor sale bien librado.

El sábado 26 de marzo, en la tranquilidad de El Bohío, en Veracruz, echado en un camastro playero y refrescado por la brisa el mar, empecé a hincarle el diente a La profundidad de la piel, de Pedro Ángel Palou. Una historia triangular de amor integrada, como es lógico, por tres personajes: Él, un músico, narrador enamorado de Ella, una pintora (a quien Él llama “mi amiga del cuello largo”) y el pintor del mundo flotante, de quien Ella está enamorada.

Si bien en la cuarta de forros se califica a este libro como “luminoso” y se asegura que “Pedro Ángel Palou ha escrito su novela más límpida y ha logrado un clásico contemporáneo”, este amanuense no comparte esa opinión. Palou ha recurrido a un lenguaje estrictamente musical (el narrador es músico) por lo que precisa de un lector conocedor de ese lenguaje, supuesto que en este caso no se cumple. Terminé la lectura en la Ciudad de México el día séptimo del cuarto mes.

El 8 de abril inicié la lectura de la obra más reciente de Carlos Fuentes: Carolina Grau. La continué el 13 de ese mes en un vuelo con destino a Madrid, y la concluí el 14 en una habitación del hostal Luis XV, en el centro de esa ciudad, después de una visita por demás impactante al Museo del Prado, sus Meninas y sus Majas.

Fuentes reúne en esta obra ocho cuentos, situados en tiempos y lugares distintos, pero que tienen un personaje común: Carolina Grau. El libro, por tanto, puede leerse como lo que es: una especie de antología de cuentos con historias independientes, en un plano de microcosmos. Pero también puede integrarse en un todo, unido por esa figura enigmática de la protagonista. Desde esta segunda óptica podemos apreciar la magia creativa y narrativa del escritor.

Desde que en 2008 leí El corazón helado, de Almudena Grandes, me dieron ganas de echarle un ojo a la primera novela de esta autora: Las edades de Lulú. El libro lo busqué en las diversas visitas que hice a la Gandhi, pero nunca tuve suerte. “Está agotado”, me decía alguno de los empleados de ese lugar.

Antes de viajar a España, Jaime Castañeda me dijo: “No dejes de ir a la librería Fnac, está en el centro de Madrid, frente a El corte inglés”. En efecto, sin buscarlo, de repente me encontré frente a ese establecimiento. Ahí me acordé de mi búsqueda infructuosa de Las edades de Lulú. Así que pregunté por ese texto, la empleada de la librería buscó en el ordenador, dejó su asiento y me llevó al estante de literatura erótica. Ahí estaba Lulú, pareciera que me esperaba desde hacía mucho tiempo. Mi hijo pagó los 8.95 euros que costaba el libro y lo puso en mis manos.

La noche del 15 de abril, en la misma habitación del mismo hostal Luis XV, al regresar del tablao Las carboneras, comencé a recorrer la historia de Lulú y a inmiscuirme en sus edades. Copio para ustedes, lectores, parte de la contraportada del libro en la que se resume con precisión esta fascinante novela: “Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de quince años, es seducida por Pablo, el amigo de su hermano mayor [Marcelo] por el que desde pequeña siente una rendida fascinación. Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, acepta el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la iniciación y el sometimiento. Pero el sortilegio se rompe cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos”. Ni más ni menos. Ésa es la historia. Qué historia.

El libro me acompañó de Madrid a Lisboa y de Lisboa a Madrid. Lo terminé la madrugada del 23 de abril, incómodamente sentado, en el avión de Iberia que me regresó a la Ciudad de México.

Por último, las lecturas aquí consignadas tuvieron una especie de telón de fondo: otra lectura: El último brindis de Don Porfirio, de Rafael Tovar y de Teresa. Lo inicié el 11 de febrero y lo concluí tres meses después. Fue una actividad lectora que intercalé con la de otros libros. Se trata de una investigación básicamente hemerográfica en la que el autor nos presenta la fastuosidad de los festejos del Centenario de la Independencia, llevados a cabo en 1910.

Un México que en voz de sus gobernantes llegaba al siglo XX para afianzarse como país moderno, democrático, independiente, pacífico... Tres ilustres mexicanos habían hecho posible tal sueño: Hidalgo, Juárez y Díaz.

La obra es un recorrido pormenorizado de aquellos festejos: su organización, sus invitados, sus presupuestos, sus discursos… Mientras la élite celebraba, afuera del Palacio Nacional (valga la metáfora) se empezaba a prender la mecha de la Revolución de 1910.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
21 de mayo de 2011