lunes, 27 de diciembre de 2010

Confieso que he leído


Para Antonio Valentín
por su exitosa graduación
en la Universidad de Amsterdam.
Para Silvia y Beto, por la llegada
de Chilpa.

En días pasados uno de los pocos lectores de este blog me preguntó por qué he dejado de leer. Le respondí que su apreciación era errónea, que mi actividad lectora continúa igual que en otros tiempos. “Es que —me dijo— hace mucho que no veo una nueva entrada. La última, de Pamuk, ya la leí más de tres veces”.

Entonces me asaltó una sensación de arrepentimiento y culpa. El primero, por no haberme dado el tiempo para escribir las entradas sobre los libros leídos. La segunda, por el abandono de este espacio, por dejar solo a mi único lector.

Por ello me resultan admirables las personas que tienen la disciplina de la escritura. Disciplina que les permite publicar periódicamente reseñas o artículos o ensayos o crónicas. Personas que, suceda lo que suceda, escriben. Recuerdo que hace muchos años le preguntaron al escritor Luis Spota (ya fallecido) cómo le hacía para publicar una novela cada año. Él contestó que diariamente escribía dos cuartillas definitivas (es decir, podía escribir muchas más, pero al final dejaba dos), ésa era su primera actividad del día. Al término de un año tenía más de setecientas cuartillas dignas de ser publicadas, pero entonces empezaba un proceso de depuración para quedarse con 250 o 300 con las que conformaba su libro anual.

Estimado/a lector/a, este prolongado silencio no se debe a que no haya leído. Digamos que mi actividad lectora le ha ganado a mi actividad escritora. Eso es todo. A veces no hay tiempo para sentarse a puchar el teclado para escribir. Las obligaciones cotidianas se nos imponen implacables y, como bien decía la abuela: "primero está la obligación y luego la devoción". El trabajo se ha impuesto al gusto por compartir mis lecturas.

Hecha esta aclaración, te cuento que del 11 al 26 de mayo leí el libro más reciente de Laura Restrepo, Demasiados héroes. Una historia tranquila que nos cuenta la vida de una periodista colombiana y su hijo, el adolescente Mateo, producto de la relación de aquélla con un militante argentino (Ramón). La novela recrea algunos pasajes de la dictadura militar en Argentina de los años 70 y 80 del siglo pasado.

Los compromisos políticos y clandestinos de Ramón, sus huídas constantes para no ser atrapado por los militares, provocan que su mujer lo abandone, vuelva a Colombia y se lleve con ella, por supuesto, al pequeño Mateo.

Demasiados héroes nos muestra el reencuentro del padre con su hijo, o mejor dicho, la búsqueda que hace Mateo de su padre. La unión de dos vidas separadas en esa parte reciente de la historia argentina, que ahora se reconstruye poco a poco a partir de los ecos de las muchas voces que padecieron la persecución, la tortura y la injusticia.

Del 7 al 16 de junio mis ojos recorrieron las letras que conforman Adán en Edén, una pequeña novela de Carlos Fuentes, que presenta la vida de Adán Gorozpe, buscador de poder político que, para lograrlo, contrae matrimonio con Priscila Holguín, hija de un hombre poderoso: Celestino Holguín, el “Rey del bizcocho”. El desamor hacia su esposa lleva al protagonista a involucrarse sentimentalmente con otra mujer: Ele. Adán en Edén es el relato de esa doble vida del protagonista.

Con seguridad, esta novela no formará parte de los grandes libros de Carlos Fuentes. Pareciera que su gran imaginación y magia literaria le han abandonado en los últimos años y no nos ha regalado nada digno del recuerdo permanente.

La semana del 19 al 26 de julio, este lector-amanuense se enteró de las penurias de Porfirio Díaz en sus últimos años de vida, una vez que fue desterrado a causa de la Revolución Mexicana de 1910.

Pobre patria mía, de Pedro Ángel Palou, nos lleva de mayo de 1911 a abril de 1915 para acompañar al expresidente Díaz en sus momentos de reflexión, tristeza y soledad; alejado de la patria y los amigos, e imposibilitado a cambiar las condiciones de México, condiciones adversas que él mismo provocó.

La lectura de esta obra la inicié en la playa de Varadero, Cuba, teniendo frente a mí las apacibles aguas de su mar y disfrutando de su clima paradisíaco. La concluí la noche del 26 de julio, recostado en mi cama, en mi domicilio de la colonia Moderna de la Ciudad de México.

Del 27 de julio al 19 de septiembre, en una lectura lenta pero interesante, recorrí las páginas de Arrebatos carnales, de Francisco Martín Moreno. La obra nos presenta algunos pasajes de la vida amorosa de ciertos personajes de nuestra historia nacional: Maximiliano, Porfirio Díaz, Morelos, José Vasconcelos, Pancho Villa y Sor Juana Inés de la Cruz.

Estos personajes son presentados como seres humanos, es decir, desprovistos de esa versión oficial que los hace héroes o antihéroes. Nuestro morbo lector provoca que nos enteremos de los hilos que determinaron su vida afectiva, sus preferencias y sus orientaciones sexuales…

Entrado en la moda provocada por este año de Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, me di a la tarea de leer del 19 al 26 de septiembre la novela de Celia del Palacio, Leona, que recrea la vida y la obra de Leona Vicario, heroína de la Independencia. La historia abarca de 1808 a 1842 y nos muestra los pasajes y personajes más significativos de la guerra de Independencia: ideales y sueños, móviles políticos, traiciones, encuentros y desencuentros, pugnas… en fin, todo aquello que permitió la formación de una nueva vida para el México recién nacido. Concluí esta lectura en la ciudad de Bogotá, Colombia, a la que asistí al X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación.

Leona es una excelente novela que presenta las motivaciones de la joven burguesa, Leona Vicario, que la orillan a tomar una decisión crucial en su vida: involucrarse en la preparación de un movimiento armado de 1810. Un hecho significativo para ella fue enamorarse del joven abogado, Andrés Quintana Roo, quien de igual manera era uno de los subversivos que buscaba cambiar las condiciones políticas y económicas de hace dos siglos.

Ésta es una buena oportunidad lectora para formarnos una idea por demás completa de esta heroína un poco olvidada de nuestra historia oficial.

Si bien hubo otros libros, como se verá líneas abajo, me adelanto para comentar otro texto que complementa a Leona. Su título es La insurgenta, de Carlos Pascual, y que también recrea la vida y aportaciones de la Vicario a la Independencia nacional. Pero esta recreación se hace a partir de la muerte de Leona, el 21 de agosto de 1842. Obedece a una convocatoria del Ayuntamiento de la Ciudad de México para opinar sobre dos cosas: discutir si los funerales de Leona Vicario serán de Estado o de ciudadano ilustre, y determinar si a la fallecida se le dará el título de “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria”.

Acuden al Ayuntamiento diversos ciudadanos y personajes políticos para dar sus opiniones y, al hacerlo, como lectores nos vamos enterando de los pormenores de la vida de doña Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador de Quintana Roo.

Si bien la obra no nos presenta el conteo final, se colige que la mayoría vota a favor de los funerales de Estado, que finalmente recibió, y en nombrarla “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria”. Lo que nunca sabemos en qué momento y por qué artes perdió tal consideración, toda vez que sólo tenemos un Padre (soltero) de la Patria, pero no una progenitora nacional.

Omito aspectos puntuales de estas dos obras, pero sí recomiendo la lectura de ambas. Sin querer son textos que se complementan y nos proporcionan una amplísima visión sobre la vida de esta mujer que supo luchar y defender sus ideales políticos, contrarios a su propia posición económica y a su fortuna personal.

Para continuar con esta decisión de leer obras relacionadas con el Bicentenario, retomo El misterio del águila, de Juan Miguel Zunzunegui. De entrada, lector/a, te diré que no te la recomiendo. Se trata de esas novelas cuyos hechos son forzados para llegar a un final feliz. Parece más un argumento de mala telenovela que una historia que recree sucesos de la vida nacional (en este caso, prenacional). Lo peor es que el autor nos amenaza diciendo que ésta es la primera parte de una "Trilogía de la Independencia".

Por lo dicho, no vale la pena consignar ni personajes ni situaciones ni escenarios. Sólo te comento que la inicié el 17 de octubre en Amsterdam, la continué del 19 al 21 en París, la retomé el 22 en Bruselas y la terminé a la 1:35 del 24 de octubre en la casa del Chino en Amstardam. Así que lo rescatable de la lectura no fue la historia en sí, sino la experiencia de vida que me regaló mi hijo en esos días inolvidables en el llamado viejo mundo: conocer esas ciudades; apreciar el arte de Van Gogh y saber de su vida caótica y azarosa; llegar al ático de Ana Frank; sentir el frío europeo; entrar al Museo de Louvre y estar frente a la Victoria de Samotracia, visitar en su casa a la Gioconda y ver que tiene más admiradores que las prostitutas de las vitrinas de Amsterdam; abrazar con la mirada a la Venus de Milo; pasear por el jardín de las Tullerías; subir a la Torre Eiffel; cenar en París; ver el recorrido apacible de las aguas del Sena; admirar las construcciones de esos lugares; llegar a Notre Dame y fotografiar sus gárgolas y oír el disparo que le quitó la vida a Antonieta Rivas Marcado… qué días me regaló la vida, lástima que no haya tenido ante mis ojos la gran lectura que acompañara y potenciara esa aventura. Desde luego, lo más importante de todo ello (y razón de esa visita) fue la graduación de mi hijo, Antonio Valentín, como maestro en negocios y mercadotecnia.

Justo el 17 de octubre, mientras volaba de México a Amstardam, concluí la lectura de libro de Humberto Musacchio, Granados Chapa, un periodista en contexto, mismo que había iniciado el 9 de octubre. Se trata de un recorrido por la vida del columnista más importante de este país desde 1984 y hasta nuestros días.

El 30 de mayo del 84, cuando fue asesinado Manuel Buendía, nadie como Granados Chapa para ocupar el lugar que había quedado vacante. Día tras día a través de su Plaza Pública, el maestro Granados lo ha confirmado.

En este libro, Musacchio nos lleva a conocer los pormenores de esta historia viva del periodismo que, curiosamente, está involucrada en los sucesos más significativos de la prensa nacional de las últimas cuatro décadas: los esplendorosos tiempos del Excélsior dirigido por Julio Scherer, el golpe orquestado por Echeverría en contra de ese periódico, el nacimiento de Proceso, la etapa de oro del Unomásuno, el surgimiento de La Jornada y la última casa de Granados Chapa en el diario Reforma. Hacer periodístico que no puede ser ajeno ni a los sucesos nacionales ni a los avatares propios de la vida personal y al desempeño profesional.

Todo ello es lo que se nos relata en este libro que, por sí mismo, constituye una excelente lección para todos aquellos que son o pretenden ser periodistas.

Como complemento perfecto de esta obra, a los pocos días apareció en los estantes de las librerías otra que reconstruye la vida del periodista: Por la izquierda. Medio siglo de historias en el periodismo mexicano contadas por Granados Chapa. Su autora: Silvia Cherem S. Este libro lo comencé a recorrer el 25 de octubre y lo concluí el 3 de noviembre.

El texto de Cherem presenta, también, la historia de este periodista con base en una serie de entrevistas de la autora con el columnista.

Estimado/a lector/a, ambos libros son más que recomendables. Representan un homenaje a la vida de Granados Chapa, vida dedicada al periodismo, encarnada en un profesional de él que letra a letra y párrafo a párrafo nos muestra diariamente, a lo largo de los últimos cuarenta años, lo difícil que es ser congruente cuando una pluma y una inteligencia desnudan las prácticas de los efímeros poderosos.

Por último, en este recuento re-cuento, sólo me queda comentarte que del 28 de septiembre al 10 de octubre le hinqué el diente a una novela de Gonzalo Celorio: Y retiemble en sus centros la tierra, misma que me recomendó y regaló mi amigo Jaime Castañeda Iturbide.

Se trata de la historia del doctor Juan Manuel Barrientos, profesor alcohólico que hacía recorridos con sus alumnos por diferentes cantinas del Centro Histórico de la Ciudad de México. Así como el doctor Castañeda me la recomendó, yo también te la recomiendo. Lástima que no la podamos recrear cantina a cantina pues una muy significativa de ellas ya no existe.

Pero deja que la conciencia del protagonista te cuente esta historia tal y como me la contó. Lee sus catorce capítulos acompañado/a de tu bebida favorita, puede ser desde un agua de horchata hasta un güisqui en las rocas o una cuba libre o una paloma o un brandy con sidral… También puedes hacer el recorrido por Casa Pedro, La Ópera, el Bar Alfonso, La Puerta del Sol, La Casa de las Sirenas, El Nivel (aquí no porque ya despareció) y La Potosina, tal y como lo hizo el doctor Barrientos. Igual y aunque no leas te pones una guarapeta sabrosa y llegas a la conclusión del protagonista: “…la cruda puede curarse pero es imposible disfrazarla”.

¿Te das cuenta, estimado/a único/a lector/a, que sí he leído? Sólo me faltaba un poco de tiempo para poder decírtelo. Espero, como siempre, tu comentario.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna
23 de diciembre de 2010