jueves, 22 de noviembre de 2007

José Saramago, Las intermitencias de la muerte

Del 26 de octubre al día de hoy me di a la gustosa tarea de leer esta obra del autor portugués. Fue una tarea tan placentera que por eso la hice poco a poco, pedazo a pedazo; sin prisas ni adelantos. El libro llegó a mis manos gracias a la solidaridad de Bere-Nice, alumna y tutorada de la UPIITA.

Saramago construye con su imaginación un micromundo irreal: el primer día de un año reciente cualquiera, en un país sin nombre (sólo sabemos que tiene diez millones de habitantes) la muerte deja de cobrar vidas. Primera de muchas intermitencias.

El hecho provoca reacciones diversas pues exige el replanteamiento de un buen número de actividades humanas y, de tajo, da al traste con la razón de ser de la industria funeraria, de las compañías de seguros y de la iglesia. Asimismo, obliga a replantear las tareas del gobierno, de los asilos y de los hospitales públicos y privados. Y ante una realidad literaria tan cruel para unos, tan esperanzadora para otros y tan inusual para todos, no podía faltar el surgimiento de una maphia que ante una oportunidad sui géneris idea un negocio lucrativo: exportar agonizantes para que pasen a mejor vida dentro de las fronteras de otros países donde la muerte continúa trabajando.

De esta forma, Saramago comienza a desdoblar la alfombra de esta singular experiencia que dura siete meses, hasta que la muerte misma aparece con una carta que entrega al director del canal de televisión, en la que le indica que debe informar a toda la audiencia que en breve reanudará su labor.

Y tal como lo prometió, la muerte se hace presente el día anunciado llevándose a todos los que se encontraban en estado de “muerte suspendida”. Un evento tan abrupto y tan masivo provoca otra terrible crisis en la organización del imaginario país.

Ahora la alfombra se vuelve a enredar. La situación recobra la normalidad perdida pero genera, nuevamente, un reajuste en las actividades de las compañías de seguros, de las funerarias, de la iglesia, de los asilos, de los hospitales, etc.

Cuando todo parece volver a la normalidad, la muerte se convierte en personaje. Es ahora la amanuense que escribe y manda cartas color violeta a todos aquellos que en el término de una semana deberán entregar sus vidas, ya por enfermedad ya por accidente. Así, una nueva preocupación inunda a los habitantes del anónimo país: ninguno desea recibir la misiva que señala el límite.

Sólo una vez falla la muerte: su mensaje no es entregado al destinatario y ella no sabe por qué. Entonces, en su empeño por descubrir las causas, la parca deja de ser un personaje de niebla y hueso para convertirse en una mujer seductora de carne y hueso que conquistará el corazón del destinatario-violonchelista. ¿Qué sucederá? Léalo usted mismo para que se entere de los entretelones de lo que aquí se ha escrito a toda prisa y descubra qué pasó cuando “Al día siguiente no murió nadie”...

J. Antonio Galván P.
Zacatenco
22 de noviembre del 2007