miércoles, 25 de marzo de 2020

Mateo García Elizondo. Una cita con la Lady




#PáginasEnCurso

La lectura de esta novela (México: Anagrama, 2019. pp. 197) fue de resistencia. La comencé el último día de 2019, en Washington, D. C., mientras visitaba a Emiliano; y la concluí la mañana del 23 de marzo de 2020, en Tlaxcala, enclaustrado y amenazado por la pandemia del siglo.

La única motivación que tuve para leerla fue el morbo: el autor es nieto de dos grandes escritores: del colombiano Gabriel García Márquez y del mexicano Salvador Elizondo. Así es que el primer propósito fue constatar si nieto de tigres, tigrillo. La sorpresa es que vi más una historia oscura con estilo cercano al mundo narrativo de Juan Rulfo.

La resistencia obedeció a que en muchos pasajes la novela es repetitiva: el narrador protagonista se duerme con un ansiado propósito y resulta que al despertar se decepciona de no haberlo logrado. Así, el lector no encuentra atractivos para continuar leyendo. Habría que pedirle a Daniel Pennac que aumente un derecho imprescindible del lector: el derecho a resistir, hasta llegar al final de la travesía.

Dejo para ustedes dos párrafos sugerentes:

Vine al Zapotal para morirme de una buena vez. En cuanto puse el pie en el pueblo me deshice de lo que traía en los bolsillos, de las llaves de la casa que dejé abandonada en la ciudad, y de todo el plástico, todo lo que tenía mi nombre o la fotografía de mi rostro. No me quedan más de tres mil pesos, veinte gramos de goma de opio y un cuarto de onza de heroína, y con esto me tiene que alcanzar para matarme. Porque si no, luego no tendré ni para pagar la habitación, ni para comprar más lady. No me va a alcanzar ni para una triste cajetilla de cigarros, y me voy a morir de frío y de hambre allá afuera, en vez de hacerle el amor a la Flaca, lento y suave, como tengo planeado. Creo que con lo que tengo hay de sobra, pero ya van varias que no le atino y siempre vuelvo a despertar. Algo debo tener pendiente. (Párrafo inicial, p. 9)

Creo que en el fondo lo que intenta uno curarse es esta soledad que sientes cada vez que se pasa el flash, cuando entiendes que te estás quedando solo, que tus compas se te están muriendo uno por uno, y los que no se mueren se van, te abandonan. Así como me abandonó mi familia por vender hasta mi alma y volverme escoria, igual me abandonó mi madre, con el simple acto de parirme. Hasta mi Valerie me abandonó, por quererme alcanzar. La única que no te abandona es la lady. Ella siempre está dispuesta a recibirte, es la única que te proporciona algo así, algo parecido al amor, a un abrazo tan estrecho que a veces te cuesta trabajo respirar. Terminas como yo, dejándolo todo, yéndote de la ciudad porque no hay nada peor que estar rodeado de gente y aun así sentirte solo; pero mira adónde llegas. Este lugar al que vine a dar tiene que ser el pueblo más desolado del mundo. (p. 132 y 133)

#LaLecturaNosHaceLibresyFelices

Fuente:
Mateo García Elizondo (2019). Una cita con la Lady. México: Anagrama, pp. 197.

José Antonio Galván Pastrana
Tlaxcala de Xicoténcatl
25 de marzo de 2020


sábado, 28 de diciembre de 2019

Eduardo Sacheri. Lo mucho que te amé




La tarde del martes 26 de noviembre de este agónico 2019, me apersoné en la librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica, y en la mesa de novedades vi esta novela de Eduardo Sacheri: Lo mucho que te amé (México: Alfaguara, 2019. pp. 383).

En los últimos años he seguido a este autor, así que de inmediato decidí comprar esta obra. No comencé a leerla de inmediato porque justo por esos días me encontraba en un frenético cierre de semestre en la UPIITA, pero en cuanto pude comencé a leerla.

Como seguramente usted lector/a querrá disfrutar esta obra, me limitaré a señalar que nos presenta parte de la historia de la familia Fernández Mollé, conformada por José y Luisa (los padres) y las hijas: Rosa (casada con Ernesto y madre de Ernestito), Mabel (casada con Pedro), Ofelia (novia y luego esposa de Juan Carlos) y Delfina (novia y después cónyuge de Manuel). Mención especial merece Rita, hermana de José y tía de las muchachas.

La novela, narrada por Ofelia, se sitúa en Buenos Aires, Argentina, entre los años 1951 y 1966. Nos presenta las relaciones que se dan entre los miembros de ésta que podemos llamar familia muégano. Las hermanas van al cine junto con sus parejas y muchos de los recuerdos y anécdotas están en función de su experiencia con lo que les ofrece la pantalla grande.

Los domingos, en la casa de los Fernández Mollé, los hombres hablan de política. Es una discusión entre peronistas y antiperonistas que en más de una ocasión las mujeres deben incitar a que terminen debido a los ánimos exaltados de los participantes.

Si usted, lector/a, desea saber si el ser humano es capaz de enamorarse al mismo tiempo de dos personas, y mantenerse en ese estado de gracia por muchos años, no deje de leer esta novela. Si, además, supone que ese amor puede ser correspondido en las mismas circunstancias, corra a la librería por su ejemplar.

La noche del jueves 26 de diciembre, justo un mes después de haberlo adquirido, terminé la lectura del libro. Debo consignar que no me apasionó tanto como otros de Eduardo Sacheri, por ejemplo: El secreto de sus ojos y La noche de la Usina, pero no desmerece dentro del universo narrativo de su autor.

Fuente:

Eduardo Sacheri (2019) Lo mucho que te amé. México: Alfaguara. pp. 383.

#LaLecturaNosHaceLibresyFelices

José Antonio Galván Pastrana
Washington, D. C.
28 de diciembre de 2019


martes, 27 de noviembre de 2018

Siete lustros sin Jorge

 

Letras en marcha (texto en construcción)
 
No me gusta escribir ni “de repente” ni “se me ocurre”, pero esta vez de repente se me ocurrió. Acabé de desayunar en Los Girasoles, en la Plaza Tolsá de la Ciudad de México y al escribir una entrada para mi muro de Facebook, leí algo que dijo el escritor y exfutbolista Jorge Valdano sobre la muerte de Eduardo Galeano: “cuando se fue me entró, como dice Sabina, una nostalgia por lo que nunca jamás sucedió”.
Llegó a mi mente una idea: hacer un texto, relato, historia… sobre los autores que leí mientras ellos estaban vivos, y cuál fue mi reacción, pensamiento, situación, reflexión… al saber que habían muerto.
Me di a la tarea de buscar con la ayuda del señor Google, que es un detective efectivo y solidario, y de la señorita Wikipedia, que tiene un memoria excepcional y que dice todo lo que sabe, las fechas de fallecimiento de escritores, poetas, ensayistas, cronistas, divulgadores, periodistas, que influyeron en mi formación como lector esporádico o cotidiano. Esporádico porque de ellos leía novelas o libros de cuentos, ensayos o poemas. Cotidiano, porque me acercaba a sus columnas o artículos en los diarios o revistas para los que trabajaban.
Así es que la experiencia fue rica en búsquedas. Primero en mi memoria para sacar del archivo a esos personajes. Algunos estaban a flor de piel, pero otros hubo que buscarlos en el recuerdo de largo plazo. Poco a poco fueron llegando, uno traía a otro. Aunque estoy consciente, como en todo recuento, que más de uno puede quedar fuera.
 
Jorge Ibargüengoitia murió trágicamente el domingo 27 de noviembre de 1983, en el aeropuerto de Barajas (Madrid, España). Asistía a un encuentro de escritores y el avión en el que viajaba se estrelló al aterrizar. Junto con él murieron Manuel Scorza, escritor peruano de quien había leído Redoble por Rancas y el crítico uruguayo Ángel Rama, de quien leía las críticas que publicaba en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno.
En 1980 el maestro Francisco Blanco, que impartía Teoría Social en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, nos recomendó leer (no como parte de la clase sino lectura en vacaciones) Dos crímenes, de Jorge Ibargüengoitia, Redoble por Rancas, de Manuel Scorza y El evangelio de Lucas Gavilán, de Vicente Leñero. Yo le hice caso y leí la del primero. Fue una de las primeras novelas que recorrí con fruición y no sólo eso: me abrió la puerta para interesarme por la obra periodística y literaria de Ibargüengoitia. Después de esa novela leí Las muertas, Maten al León, Los relámpagos de agosto, Estas ruinas que ves, Los pasos de López, De viaje en la América ignota, La ley de Herodes, Sálvese quien pueda. Según mi memoria esos libros los leí antes de la muerte de JI, pero puedo estar equivocado y alguno de ellos pude haberlo leído después.
Cuando el 28 de noviembre de 1983, en su noticiero nocturno, Jacobo Zabludovsky informó que algunos escritores latinoamericanos que se dirigían al Encuentro Hispanoamericano de Cultura en Madrid habían perecido en un accidente aéreo, mencionó en primer lugar a Jorge Ibargüengoitia. Entonces me invadió una nube de tristeza porque seguramente muchas otras historias nos pudo haber regalado su pluma creativa, antisolemne, sorprendente, humorística.
Tiempo después fueron publicadas las recopilaciones de sus artículos que aparecieron semanalmente en el Excélsior (entre 1968 y 1976) y, luego mensualmente, en la revista Vuelta (de 1976 a 1983): Autopsias rápidas, Instrucciones para vivir en México, La casa de usted y otros viajes, Misterios de la vida diaria, Ideas en venta y ¿Olvida usted su equipaje? De igual manera, se publicó una recopilación de su faceta como dramaturgo.
A pesar de los años transcurridos desde su muerte, Ibargüengoitia sigue siendo frecuentado por sus viejos lectores, como este amanuense, y descubierto por jóvenes que se acercan por primera vez a sus novelas, sus obras de teatro o sus artículos.
 
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Del libro Autopsias rápidas (México, Ed. Vuelta, 1988. pp. 225-227) retomamos este artículo que guarda secretos sobre el destino fatal de su autor.
 
El fuego y la sangre fría
Uno de los documentos fundamentales en mi desarrollo emocional fue el horóscopo que calculó hace cuarenta años un compañero de oficina de mi tía Emma, que era astrólogo en sus ratos de ocio. Después de hacer los cálculos escribió los resultados minuciosamente, a renglón seguido en un papel oficial. Por ser yo acuario nacido en domingo, a las doce del día en tal y tal fecha —decía la única parte que se me quedó grabada— estaba destinado a tener problemas con el agua y el fuego.
Aparte de que durante años viví obsesionado con el peligro que corría ante esos elementos, el horóscopo en sí pereció víctima de uno de ellos —en el calentador de agua— pero a mí todavía no se me olvida la predicción y de vez en cuando me pregunto si no estoy destinado a acabar mis días en una Coconut Grove del futuro [Coconut Grove: salón de baile donde murieron achicharradas cientos de parejas que bailaban alegremente big apple].
Mis experiencias con el agua no han sido hasta la fecha atroces. En realidad, las peores no han sido por abundancia sino por carencia. A este respecto puede consultarse mi bibliografía sobre plomeros.
En cambio, el fuego, son llegar a ser catastrófico —estoy tocando madera—, ha sido un tema recurrente.
El primer incendio que hubo en mi casa ocurrió unos cuantos meses después de confeccionado el horóscopo. Yo era un niño de ocho años que estaba jugando con sus soldaditos, cuando de repente el chofer de la casa de junto empezó a golpear la ventada como si quisiera romperla. Cuando abrimos para reclamarle nos anunció que nuestra casa se estaba incendiando. Debo advertir que la incredulidad ante el incendio es un tema persistente en mi vida como el incendio mismo. Mientras mi tía Emma, que estaba a punto de irse a misa con sombrero y guantes, iba a investigar si era cierto que había incendio, mi abuela se puso a rezar una oración especial para el caso y yo fui a pararme afuera de la puerta del baño, donde mi madre estaba tomando uno de tina.
—Mamá, se está quemando la casa.
Su respuesta todavía me asombra, por la lógica.
—Bueno, pues que llamen a los bomberos.
En ese momento mi tía Emma entró triunfal por el pasillo con los guantes carbonizados y una estela de criadas admiradas. Ella sola había arrancado cortinas en llamas y brincado sobre ellas. Cuando el chofer que había dado la alarma preguntó cómo nos había ido de incendio, ella contestó, entre el humo, que no había pasado nada.
Otro momento culminante ocurrió diez años después, la primera vez que estuve en Francia. Íbamos repleto de niños franceses vestidos de boy scouts, cuando notamos que la gente que estaba en las tabernas que había a orillas de la carretera se nos quedaba mirando como si tuviéramos animales en la cara. Era que el camión se estaba incendiando. Cuando las llamas empezaron a lamer el parabrisas, el chofer detuvo el vehículo y gritó en francés alque que debe haber sido “sálvese quien pueda”. Las escenas que siguieron fueron completamente ridículas. Los niños se dieron trompadas para llegar antes a la puerta, los maestro-scouts perdieron la serenidad y brincaron por las ventanas, hubo dos descalabrados, etc. Cuando el chofer logró apagar el fuego con el extintor, arriba del camión sólo quedamos dos, otro mexicano y yo, que no habíamos logrado ponernos de acuerdo en si sería mejor bajarse cada quien con su mochila o bajarse uno primero y el otro quedarse arriba para pasar las mochilas por la ventana. Gracias a que el incendio se apagó, quedamos como héroes, después de portarnos como idiotas.
El último incendio del que hay que informar hasta el momento —y sigo tocando madera— empezó como celebración de aniversario de bodas. Íbamos a cenar camarones a la borgoñona. Pusimos a calentar sobre la estufa un sartén de cobre lleno de aceite y nos fuimos a la sala a platicar. Nos dimos cuenta de que algo raro estaba pasando cuando empezaron a vibrar las vidrieras. Cuando entramaos a la cocina el sartén se había convertido en una lámpara de Aladino a lo bestia, el yeso del techo empezó a caerse en pedazos, las cortinas de cabeza de indio y cochambre ardían como yesca. Otra vez la serenidad se apoderó de mí. Me quedé en el incendio hasta que de un soplo como de Eolo apagué la última llama. Mi mujer dice que me porté como Steve McQueen.
 
José Antonio Galván Pastrana
Alcaldía Gustavo A. Madero
27 de noviembre de 2018
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sábado, 11 de agosto de 2018

Alma Delia Murillo, El niño que fuimos




Del 18 de julio al 5 de agosto de 2018 leí la segunda novela de Alma Delia Murillo: El niño que fuimos (México, Alfaguara, 2018. pp. 302). Me enteré de esta novela en La Tertulia, un programa radiofónico que se transmite los domingos de 8:00 a 9:00 de la mañana en Radio Red FM (92.1 de la Ciudad de México). La entrevista que Mayra González y Jorge Alberto Gudiño, los conductores, tuvieron con Alma Delia, despertó mi interés por leer esta novela.

En verdad fue una experiencia gozosa y entretenida: cuando la historia parecía acabarse o perderse, la autora introducía una nueva situación, un nuevo conflicto, que rescataba no sólo esa parte de la historia sino a la novela misma.

A la usanza de Arístides Lombardero, personaje de @eduardosacheri en La noche de la Usina, les dejo algunas pistas de esta historia:

·           Dos niños y una niña se encuentran en un internado.
·           Uno ha perdido a sus padres; otro está a punto de perder a su madre; otro, dadas las carencias familiares y los muchos hijos, ha sido enviado a ese colegio.
·           Este trío genera algo más que un pacto de amistad pasajera.
·           Una biblioteca como lugar de encuentro y descubrimiento.
·           Un trapo se convierte en cómplice y compañero.
·           Travesuras y buling acompañan a los adolescentes.
·           Prácticas iniciáticas de adolescentes.
·           La prostitución como forma de sobrevivencia.
·           Un intento de suicidio une al trío y otro (viral) los vuelve a reunir.
·           La mediación de las redes sociodigitales.
·           Un triángulo amoroso encubierto.
·           Rasgos de fetichismo.
·           Un viaje por algunos sitios de la Ciudad de México.
·           Una mujer tocada por la infidelidad.
·           Dos amigos solidarios.
·           Un político en apuros.
·           Un diseñador de zapatos, un arquitecto y una actriz.
·           Una historia narrada por una voz inesperada.

Sin duda, una recomendable novela salpicada de actualidad. Y más que eso, de las vivencias de tres personajes que no sólo se apoderan de la historia sino del corazón del lector.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Narvarte, CDMX
10 de agosto de 2018
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jueves, 19 de julio de 2018

Laura Restrepo. Los Divinos





Se encuentra ya en la mesa de novedades de las librerías la más reciente novela de la colombiana Laura Restrepo, Los Divinos (México, Alfaguara, 2018. 248 páginas). En la mesa de la Gandhi Madero la descubrí el pasado 30 de junio. La leí como parte de mis vacaciones veraniegas del 12 al 17 de julio.

La autora tiene una tendencia natural para abordar historias truculentas, con personajes situados en los límites, lo que nos lleva como lectores a tratar de hurgar en las razones de la actuación extrema de los protagonistas. Así nos sucedió con Delirio, La isla de la pasión, Leopardo al sol, Dulce compañía, La novia oscura, La multitud errante, Demasiados héroes, Hot sur y Pecado, sus novelas anteriores.

Los Divinos es una historia contada en seis tiempos (capítulos). En cada uno de ellos se recrea a uno de los personajes. Los capítulos que atrapan más la atención son el uno y el cuatro. En el primero se presenta al Muñeco, protagonista que sirve de eje a la novela en su conjunto. En el cuarto, a La Niña, que se convierte en la víctima a partir de la cual se confrontan los sentimientos de amistad, de lealtad, de justicia, de reflexión, de ira…

Para muchos de nosotros, la escuela fue el lugar ideal para hacer amigos, mismos que nos acompañarán a los largo de los años, que compartirán nuestras alegrías y penas, que participarán de nuestras aventuras, aficiones, sueños y proyectos. Eso también sucede en Los Divinos. Se trata de un quinteto de compañeros bogotanos, de clase alta, que coinciden en el Liceo Quevedo. Una escuela para varones donde ellos sellan sus pactos de amistad. Lugar al que volverán continuamente para contarse la vida o planear nuevos acontecimientos extremos. Los cinco se autodenominan los Tutti Frutti: “[…] nuestra hermandad, la tenemos desde que somos compañeros de escuela y eternamente pelaos, chinos todavía pese a los años, ya superando la treintena y enfilando rapidito hacia lentos y blandos” (p. 18). El contenido de la novela nos lleva, como lectores, a recordar otras que han tenido a la escuela como punto de encuentro. Recordé Los Cachorros y La ciudad y los perros, de Vargas Llosa.

No sabemos los nombres de pila de los personajes, pero su apodo más famoso le da nombre a cinco de los seis capítulos: 1. Muñeco (alias Kent, Kento, Mi-lindo, Dolly-boy, Chucky). 2. El Duque (alias Nobleza, Dux, Kilberggan). 3. Tarabeo (alias Táraz, Taras Bulba, Dino-Rex, Rexona). 5. El Píldora (alias Pildo, Piludo, Piluli, Dora, Dorila, Gorila) y 6. (Hobbit (alias Hobbo, Bitto, Bobbi, Job). El 4, como ya quedó dicho, corresponde a La Niña.

El narrador de toda la historia es Hobbit. Él es un modesto traductor e intérprete. Vive solo pero enamorado de Alicia (Malicia, le llama), quien a su vez es novia del Duque. Por ello está prohibida para Hobbit. Ella desempeñará un papel muy importante en la historia. Como lector considero que bien habría valido la pena incluir un capítulo que se titulara “Malicia (Alicia)” para tener una explicación más amplia de la naturaleza de este personaje.

El Muñeco es un ser misterioso, huidizo, triunfador, desenfadado, patán. En la madrugada les habla por teléfono a sus amigos y les dice: “Los monicongos son dos y el más chiquitico se parece a vos”, y cuelga. Esa frase se usará a lo largo de la historia con algunas variantes y nos irá anticipando las acciones que vendrán y su funesto desenlace. “Dicharachero y afectuoso ese Muñeco, eso sí, pero también matón, patotero, putañero, atrabiliario, llevado por sus furietas. Pero cariñoso, valga la verdad, buena gente a ratos y amoroso él, o como se dice: tan querido ese Muñeco” (p. 17).

Conforme los amigos fueron creciendo —que no madurando— descubrieron, sobre todo el Muñeco y Tarabeo, su facilidad para conquistar mujeres. Los dos eran hombres bien parecidos y atléticos, que fácilmente se ganaban el cariño femenino y la envidia masculina. “Los llamaban los Divinos y resultaban irresistibles cuando se paseaban juntos como dos pavos reales bajo los magnolios del campus” (p. 39). A lo largo de la historia hay momentos en los que estos personajes dispensan un maltrato a las mujeres. Quizá por eso se diga que esta novela es una “perturbadora puesta en escena contra el feminicidio” (contraportada), aunque yo no me atrevería a llevarla hasta esas fronteras.

Cada año los Tutti Fruttis se van a la finca del Duque “Príncipe burgués que paga el estilacho con money de papi, el Duque es legítimo heredero de otras varias haciendas en tierra fría, las productivas, que llama, donde cría ganado de carne y mantiene hato lechero, más cultivos de vainas alimenticias, trigo, cebada y así” (p. 52) para celebrar el “paseo del póker”, donde dan rienda suelta a sus anécdotas, remembranzas, y que siempre terminan con una terrible cruda los cinco días que dura el paseo.

El narrador dice de Tarabeo: “[…] impone su porte y su presencia. Todo lo sabe, y lo que no sabe lo inventa. Distinguido pillo de cuello blanco, a punta de trapisondas ha hecho millones que luego triplica en el mercado negro. Pero con sexapil y estilacho, y por todo lo alto” (p.57).

Del Píldora señala que es un tipo normal, el que lleva la memoria del grupo, el que siempre está dispuesto a agradar a sus amigos. Siempre atento y servicial. Le decían el Píldora porque él “[…] contrabandeaba del negocio de su mami los fármacos que tragábamos a manotadas para echar a volar: más simpáticos que nunca, locuaces como loros, entradores con las nenas, tolerantes con el género humano, orgullosos de nosotros mismos, alucinados” (p. 179). Seguidor y defensor a ultranza del poeta José Asunción Silva.

Hobbit, el narrador, es el eterno enamorado de Alicia (aunque él mismo reconoce que quizá ello sea una tapadera, insinúa su homosexualidad), sólo que se decepciona de ella cuando sabe que engaña al Duque con Tarabeo. Una puñalada que se clava en el corazón del Hobbit. Hombre solitario desde la infancia, reconstruye su relación son su madre: “[…] mi madre y yo nunca hemos sido propiamente uña y mugre, o tal vez sí, no sé, tal vez durante mis primeros años de vida, eso no lo recuerdo. Pero a raíz de la separación de mi padre, ella tomó la decisión —valiente, supongo— de vivir la vida como una mujer libre para gozar de su grupo de amigas, de su trabajo y su bridge, y eventualmente algún novio, o sea sacándole el jugo a toda la energía que aún llevaba por dentro. Y un par de hijos pequeños, tan extraños y huraños como yo y mi hermana Eugenia, no éramos piezas que encajaran en sus planes” (p. 239).

La Niña es la víctima de esta historia. Algo pasó en la mente del Muñeco que poco a poco se fue llenando de ideas oscuras “[…] nada marca tanto al hombre como el momento en que descubre cuál es su verdadera perversión” (p. 88). El Muñeco cometerá un infanticidio en contra de la Niña a quien el Hobbit no quiere ni siquiera mencionar por su nombre. Al hacerlo marcará no sólo su vida sino la de sus amigos, quienes de una u otra manera se verán involucrados y serán los monicongos anunciados por el Muñeco. La Niña, arrebatada de su humilde casa, secuestrada en la calle mientras jugaba con sus primos y sus vecinos, por mucho tiempo observada y seguida por el Muñeco. Su inmolación desatará la ira de los pobres, un clamor de justicia, la sed de venganza contra el plagiario-monstruo-asesino.

Los Divinos se inspiró en un suceso real en Colombia que marcó el corazón de la sociedad bogotana, pero el desvelo no es exclusivo de esa nación: abuso de menores, especialmente de niñas, que se extiende por todos los confines del mundo. Ni las sociedades más avanzadas están exentas de la atrocidad.

Laura Restrepo ha generado una ficción. Se ha valido de cinco hombres surgidos de su imaginación para explicar literariamente los hilos que se fueron uniendo para tratar de reconstruir y entender un delito. Cabe resaltar, por último, el desparpajo con el que la autora maneja el lenguaje y el ambiente de las complicidades masculinas: las pajas individuales o colectivas, los diálogos, las prácticas festivas, los consumos comunitarios de alcohol o psicotrópicos… Pero más allá de eso, nos regala una historia provocadora cuyo desenlace es tal gracias a la acción de una mujer.

“Los monicongos son cinco, y el más chiquitico se mata de un brinco.
“Los monicongos son cuatro, y al más chiquitico lo entierro y lo tapo” (p. 216).

#LaLecturaNosHaceLibresyFelices.

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna, CDMX
19 de julio de 2018








sábado, 28 de abril de 2018

Jorge Volpi. Una novela criminal





El 1 de febrero pasado, la editorial Alfaguara anunció al ganador de su Premio de Novela 2018. En esta ocasión el galardonado fue el escritor mexicano Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) con su obra Una novela criminal.

Alfaguara informó que el libro estaría a la venta a mediados de marzo. Por eso el amanuense se mantuvo muy atento a las novedades en las librerías. En distintas ocasiones habló al teléfono de la Gandhi para preguntar si el bebé-libro ya había llegado al mundo profano de los lectores, pero la respuesta fue siempre negativa. El único disponible era la versión digital.

La mañana del jueves 22 de marzo el amanuense lo vio por primera vez en la librería Porrúa de Parque Lindavista. Entonces le inundó una especie de felicidad. Tomó un ejemplar en sus manos y en silencio lo llevó a su pecho y lo besó. Por fin había llegado. Formaba parte de unas pilas de gran tamaño a la espera de sus compradores.

Esa misma tarde comenzó la aventura lectora, misma que concluyó el viernes 13 de abril en la clínica Narvarte del ISSSTE, mientras esperaba pasar con su médico familiar.

Una novela criminal fue el repaso literario de una historia escuchada y vista desde hacía muchos años: la actuación de un grupo de secuestradores comandados por un tal Israel Vallarta y su novia francesa, Florence Cassez.

Para este separador, el amanuense recurre a las lecciones dictadas por ese personaje entrañable Arístides Lombardero, surgido de la imaginación y la pluma de Eduardo Sacheri en su novela La noche de la Usina (Premio Alfaguara 2016).

Si Lombardero tuviera que dar las claves de esta historia, diría:

·      Una joven secuestrada el 31 de agosto de 2005 y liberada unos días después.
·      Un volvo blanco que cambiará de color.
·      Una denuncia atendida por la PGR.
·      Una casualidad poco creíble para ubicar a los secuestradores.
·      Una aprehensión realizada el 8 de diciembre de 2005.
·      Un montaje transmitido el 9 de diciembre de 2005 en los noticieros matutinos de Televisa y TV Azteca.
·      Un empresario judío que parece tomar venganza.
·      Un rancho usado como casa de seguridad.
·      Un ingeniero director de la AFI que luego será secretario de Seguridad Pública.
·      Una familia que conforma una banda de secuestradores.
·      Unos secuestradores descuidados.
·      Unas torturas documentadas.
·      Un expediente judicial plagado de inconsistencias y contradicciones.
·      Un carteo entre presidentes.
·      Un presidente francés que visita México y presiona a su homólogo mexicano.
·      Un presidente mexicano que muestra y demuestra su enojo.
·      Un Año de México en Francia, cancelado.
·      Una ministra astuta.
·      Una decisión dividida en la Corte.
·      Una francesa liberada.
·      Un debido proceso vulnerado.
·      Una posverdad cargada de mentiras (¿posmentiras?)
·      Un presunto secuestrador (con nombre de país y apellido de puerto) que a más de una década de reclusión en un Cefereso de alta seguridad no ha recibido sentencia penal de primera instancia.
·      Un escritor que se convierte en narrador omnisciente, entrevistador, reportero, relator, lector, literato… que entrega a sus lectores, letra a letra, una novela de no ficción.

Al escanear con los ojos Una novela criminal, el leedor convertido en amanuense no puede olvidar otras obras de «no ficción»: A sangre fría, de Truman Capote; Los periodistas y Asesinato, de Vicente Leñero; Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez; Cabeza de turco, de Günter Wallraff… Asunto por demás polémico pues pareciera que la literatura sólo se sustenta en un acto de imaginación (ficción), y que la «no ficción» corresponde al periodismo o a la historia.

A lo largo de su obra, Volpi va guiando los avances del leedor, lo previene a cada rato para que no olvide algún dato relevante o la acción de un personaje. En muchos momentos toma partido por una causa (lo que no sucede con Capote, por ejemplo) y se indigna por el trato inhumano y contrario a sus derechos que reciben los presuntos secuestradores.

En la página 11 de Una novela criminal, su autor escribe una advertencia: «Lector, estás por adentrarte en una novela documental o novela sin ficción. Ello significa que, si bien he intentado conferirle una forma literaria al caos de la realidad, todo lo que aquí se cuenta se basa en el expediente de la causa criminal contra Israel Vallarta y Florence Cassez, en investigaciones periodísticas previas o en las declaraciones y entrevistas concedidas por los protagonistas del caso. Si bien me esforcé por contrastar y confirmar los testimonios contradictorios, muchas veces no me quedó otra salida que decantarme por la versión que juzgué más verosímil. Para llenar los incontables vacíos y lagunas, en ocasiones me arriesgué a conjeturar —a imaginar— escenas o situaciones que carecen de sustento en documentos, pruebas o testimonios oficiales: cuando así ocurre, lo asiento de manera explícita para evitar que una ficción elaborada por mí pudiera ser confundida con las ficciones tramadas por las autoridades». La realidad siempre supera a la ficción.

Fuente:

Jorge Volpi (2018) Una novela criminal. México, Alfaguara, pp. 493.

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José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna, CDMX
28 de abril de 2018.


domingo, 16 de julio de 2017

Mario Bellatin, Carta sobre los ciegos para uso de los que ven




Una noche dominical lo encontré en la mesa novedades de la librería Rosario Castellanos. Lo primero que llamó mi atención fue su largo y contradictorio título: un escrito sobre los ciegos destinado a los que ven. Tomé un ejemplar y me llevé una segunda sorpresa: se trata de un libro muy delgado, apenas 90 páginas. El sábado siguiente, el libro más reciente de Mario Bellatin: Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara, 2017) ya estaba sobre mi buró esperando que lo empezara a leer.

A diferencia de lo que casi siempre me sucede cuando empiezo un libro, en esta ocasión no sentí eso que Daniel Pennac llama bovarismo:

El bovarismo es esa satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación se inflama, los nervios vibran, el corazón se acelera, la adrenalina salta, la identificación opera en todas direcciones, y el cerebro confunde (por un momento) el gato de lo cotidiano con la liebre de lo novelesco…

Las primeras líneas de Carta sobre los ciegos… tendieron la oscuridad que me acompañó durante toda la travesía: «Habitamos, Isaías, en la Colonia de los Alienados Etchepare. Ahí mismo donde los recluidos convivimos con jaurías de perros salvajes imposibles de erradicar.» Esas 23 palabras son el relato recurrente y reiterativo de esta obra. De manera previa el editor nos da la primera señal de alarma: «En la tradición japonesa existe un tipo de relato denominado Moroa Monogatari. Se trata de textos cuyos protagonistas son siempre discapacitados. Este tipo de narración se puso de moda en la isla tras los sucesos de Hiroshima».

Las otras señales se van desgajando poco a poco en el desarrollo de la novela. Los protagonistas: Ella, una narradora anónima, mujer ciega que, además, por un tiempo fue sorda. Sólo que recuperó parte de su audición gracias a un implante cloquear. Isaías, hermano de la narradora. Él sí es ciego y sordo. Su única percepción del mundo es lo que le cuenta su hermana, vía un equipo electrónico. Las acciones se desarrollan, como ya quedó anotado, en la Colonia de los Alienados Etchepare.

La historia arranca cuando a la Colonia llega un maestro-escritor, con el propósito de que los habitantes aprendan a redactar y sean capaces de escribir sus propios libros. Pero el maestro, a decir de la narradora, es un escritor fracasado incapaz de enseñar a escribir a los ciegos. Un ser egocentrista que lo único que hace, en un primer momento, es contar su propia historia, luego se empeña en enseñar cine y fotografía ¡a los ciegos!

La narradora y su hermano, Isaías, fueron dejados en la Colonia por su madre. Ese abandono es el causante de todos los traumas de Isaías, quien rechaza que su hermana le “hable” de su madre.

El relato se vuelve reiterativo, monótono. A pesar de su brevedad, el lector debe hacer un esfuerzo considerable para terminar la obra. A cada rato escuchaba la voz de Pennac respecto de que uno de los derechos del lector es dejar los libros inconclusos:

Hay treinta y seis mil razones para abandonar una novela antes del final: la sensación de que ya la hemos leído, una historia que no nos agarra, nuestra desaprobación total de las tesis del autor, un estilo que nos eriza el cabello, o por el contrario una ausencia de escritura a la que ninguna otra razón compensa para que justifique ir más lejos… Inútil enumerar las otras 35,995, entre las cuales sin embargo hay que colocar una caries dental, las persecuciones de nuestro jefe de departamento o un cataclismo del corazón que petrifica nuestra cabeza.

Pero el lector se arma de valor y continúa. Entonces aparecen ante sus ojos otros posibles supuestos sobre la “verdad” de la historia: la narradora e Isaías no son hermanos: ella lo encontró como parte de los habitantes de la Colonia, y, gracias a su generosidad y a su sentido altamente solidario lo “adoptó” como si en verdad fuera su hermano. La narradora no es una mujer, es un hombre y tiene sesiones de sexo homosexual con Isaías. Las acciones no se llevan a cabo en la Colonia sino en un buque, en el que la hermana-narradora debe cumplir con las tareas más pesadas a fin de que ella e Isaías puedan continuar en el barco…

Sea como fuere, Carta sobre los ciegos para uso de los que ven nos permite involucrarnos en el mundo oscuro de los que no ven. La magia se completa porque gracias a la lectura (que requiere de la vista) habitamos ese cuerpo ciego y sordo de Isaías y escuchamos las palabras de la narradora, que nos transmite en la voz alta de la lectura silenciosa lo que a Isaías le cuenta a través de un teclado. Experimento narrativo más que complejo que nos regala Mario Bellatin.

Fuentes:
Bellatin, Mario (2017) Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. México, Alfaguara, pp. 90.
Pennac, Daniel (2001) Como una novela. Barcelona, Anagrama, pp. 156.

La lectura nos hace libres y felices

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna, CDMX
16 de julio de 2017