domingo, 16 de julio de 2017

Mario Bellatin, Carta sobre los ciegos para uso de los que ven




Una noche dominical lo encontré en la mesa novedades de la librería Rosario Castellanos. Lo primero que llamó mi atención fue su largo y contradictorio título: un escrito sobre los ciegos destinado a los que ven. Tomé un ejemplar y me llevé una segunda sorpresa: se trata de un libro muy delgado, apenas 90 páginas. El sábado siguiente, el libro más reciente de Mario Bellatin: Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara, 2017) ya estaba sobre mi buró esperando que lo empezara a leer.

A diferencia de lo que casi siempre me sucede cuando empiezo un libro, en esta ocasión no sentí eso que Daniel Pennac llama bovarismo:

El bovarismo es esa satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación se inflama, los nervios vibran, el corazón se acelera, la adrenalina salta, la identificación opera en todas direcciones, y el cerebro confunde (por un momento) el gato de lo cotidiano con la liebre de lo novelesco…

Las primeras líneas de Carta sobre los ciegos… tendieron la oscuridad que me acompañó durante toda la travesía: «Habitamos, Isaías, en la Colonia de los Alienados Etchepare. Ahí mismo donde los recluidos convivimos con jaurías de perros salvajes imposibles de erradicar.» Esas 23 palabras son el relato recurrente y reiterativo de esta obra. De manera previa el editor nos da la primera señal de alarma: «En la tradición japonesa existe un tipo de relato denominado Moroa Monogatari. Se trata de textos cuyos protagonistas son siempre discapacitados. Este tipo de narración se puso de moda en la isla tras los sucesos de Hiroshima».

Las otras señales se van desgajando poco a poco en el desarrollo de la novela. Los protagonistas: Ella, una narradora anónima, mujer ciega que, además, por un tiempo fue sorda. Sólo que recuperó parte de su audición gracias a un implante cloquear. Isaías, hermano de la narradora. Él sí es ciego y sordo. Su única percepción del mundo es lo que le cuenta su hermana, vía un equipo electrónico. Las acciones se desarrollan, como ya quedó anotado, en la Colonia de los Alienados Etchepare.

La historia arranca cuando a la Colonia llega un maestro-escritor, con el propósito de que los habitantes aprendan a redactar y sean capaces de escribir sus propios libros. Pero el maestro, a decir de la narradora, es un escritor fracasado incapaz de enseñar a escribir a los ciegos. Un ser egocentrista que lo único que hace, en un primer momento, es contar su propia historia, luego se empeña en enseñar cine y fotografía ¡a los ciegos!

La narradora y su hermano, Isaías, fueron dejados en la Colonia por su madre. Ese abandono es el causante de todos los traumas de Isaías, quien rechaza que su hermana le “hable” de su madre.

El relato se vuelve reiterativo, monótono. A pesar de su brevedad, el lector debe hacer un esfuerzo considerable para terminar la obra. A cada rato escuchaba la voz de Pennac respecto de que uno de los derechos del lector es dejar los libros inconclusos:

Hay treinta y seis mil razones para abandonar una novela antes del final: la sensación de que ya la hemos leído, una historia que no nos agarra, nuestra desaprobación total de las tesis del autor, un estilo que nos eriza el cabello, o por el contrario una ausencia de escritura a la que ninguna otra razón compensa para que justifique ir más lejos… Inútil enumerar las otras 35,995, entre las cuales sin embargo hay que colocar una caries dental, las persecuciones de nuestro jefe de departamento o un cataclismo del corazón que petrifica nuestra cabeza.

Pero el lector se arma de valor y continúa. Entonces aparecen ante sus ojos otros posibles supuestos sobre la “verdad” de la historia: la narradora e Isaías no son hermanos: ella lo encontró como parte de los habitantes de la Colonia, y, gracias a su generosidad y a su sentido altamente solidario lo “adoptó” como si en verdad fuera su hermano. La narradora no es una mujer, es un hombre y tiene sesiones de sexo homosexual con Isaías. Las acciones no se llevan a cabo en la Colonia sino en un buque, en el que la hermana-narradora debe cumplir con las tareas más pesadas a fin de que ella e Isaías puedan continuar en el barco…

Sea como fuere, Carta sobre los ciegos para uso de los que ven nos permite involucrarnos en el mundo oscuro de los que no ven. La magia se completa porque gracias a la lectura (que requiere de la vista) habitamos ese cuerpo ciego y sordo de Isaías y escuchamos las palabras de la narradora, que nos transmite en la voz alta de la lectura silenciosa lo que a Isaías le cuenta a través de un teclado. Experimento narrativo más que complejo que nos regala Mario Bellatin.

Fuentes:
Bellatin, Mario (2017) Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. México, Alfaguara, pp. 90.
Pennac, Daniel (2001) Como una novela. Barcelona, Anagrama, pp. 156.

La lectura nos hace libres y felices

José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderna, CDMX
16 de julio de 2017

 

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