¿Dónde termina la historia y dónde empieza la novela? ¿Cuál es el límite de la realidad y cuál la puerta por la que se cuela la ficción?
Gerardo Laveaga nos lleva por los caminos que recorrió Lotario y que lo condujeron hasta el trono de San Pedro para luchar, en una época convulsa y compleja, por imponer su idea de Iglesia.
¿Cuál es la virtud de esta obra? Que no se pierde en descripciones que retarden el relato. Pareciera que estamos, como lectores, ante una serie acelerada de sucesos. Las voces que nos cuentan la historia nos la presentan de golpe, por ello adquiere velocidad e interés.
Destaco las voces, ya como narradoras o dialogantes, ya como escribientes de cartas o formuladoras de monólogos, que llegan a los ojos-oídos del lector-escucha para que se entere de los sueños-realidades de Lotario de Segni-Inocencio III.
Las acciones de éste, protagonista de la novela-personaje histórico, sólo son comprensibles a la luz de las dualidades: Bruna-Ortolana, Ángelo-Ugolino, Clara-Francisco, Claricia Scotti-padre Alvar, además del despliegue de aquellas que corresponden a jerarcas de la Iglesia y de la tierra. ¡Qué novela!
Este libro llegó a mis manos de manera casual: Olga García Villegas se lo regaló a Margarita y Laveaga se lo dedicó.
Durante algunas semanas esperó sobre el buró de mi esposa, pero al no ser abierto por ella yo lo tomé el martes 12 de septiembre. Me acompañó al examen profesional de mi hija, mas esa noche no lo empecé. Un día después mis ojos empezaron a caminar por esas avenidas rápidas y tranquilas. Lo leí en mis pocos ratos libres, la mayoría de las veces robándole minutos y más minutos a mi sueño.
Lo cerré la tarde del sábado 7 de octubre en una habitación de un hotel en Oaxtepec, antes de asistir a una boda. Las últimas páginas las leí con el dolor inmenso de saber a mi amigo Héctor Rivas hospitalizado y muy enfermo. Y toda la travesía la recorrí con una mezcla de tristeza y satisfacción. La primera provocada por la partida del Viejo López y la segunda por la titulación exitosa de mi hija. ¡Qué cruenta vida: en un instante nos hace recorrer del alfa al omega y viceversa!
Por ello, esta lectura tiene triple dedicatoria: por el recuerdo del Viejo y el cumplimiento de sus utopías, por la salud de mi amigo Héctor y por el éxito profesional de mi hija Sofía.
J. Antonio Galván P.
Oaxtepec, Morelos
7 de octubre del 2006
Gerardo Laveaga nos lleva por los caminos que recorrió Lotario y que lo condujeron hasta el trono de San Pedro para luchar, en una época convulsa y compleja, por imponer su idea de Iglesia.
¿Cuál es la virtud de esta obra? Que no se pierde en descripciones que retarden el relato. Pareciera que estamos, como lectores, ante una serie acelerada de sucesos. Las voces que nos cuentan la historia nos la presentan de golpe, por ello adquiere velocidad e interés.
Destaco las voces, ya como narradoras o dialogantes, ya como escribientes de cartas o formuladoras de monólogos, que llegan a los ojos-oídos del lector-escucha para que se entere de los sueños-realidades de Lotario de Segni-Inocencio III.
Las acciones de éste, protagonista de la novela-personaje histórico, sólo son comprensibles a la luz de las dualidades: Bruna-Ortolana, Ángelo-Ugolino, Clara-Francisco, Claricia Scotti-padre Alvar, además del despliegue de aquellas que corresponden a jerarcas de la Iglesia y de la tierra. ¡Qué novela!
Este libro llegó a mis manos de manera casual: Olga García Villegas se lo regaló a Margarita y Laveaga se lo dedicó.
Durante algunas semanas esperó sobre el buró de mi esposa, pero al no ser abierto por ella yo lo tomé el martes 12 de septiembre. Me acompañó al examen profesional de mi hija, mas esa noche no lo empecé. Un día después mis ojos empezaron a caminar por esas avenidas rápidas y tranquilas. Lo leí en mis pocos ratos libres, la mayoría de las veces robándole minutos y más minutos a mi sueño.
Lo cerré la tarde del sábado 7 de octubre en una habitación de un hotel en Oaxtepec, antes de asistir a una boda. Las últimas páginas las leí con el dolor inmenso de saber a mi amigo Héctor Rivas hospitalizado y muy enfermo. Y toda la travesía la recorrí con una mezcla de tristeza y satisfacción. La primera provocada por la partida del Viejo López y la segunda por la titulación exitosa de mi hija. ¡Qué cruenta vida: en un instante nos hace recorrer del alfa al omega y viceversa!
Por ello, esta lectura tiene triple dedicatoria: por el recuerdo del Viejo y el cumplimiento de sus utopías, por la salud de mi amigo Héctor y por el éxito profesional de mi hija Sofía.
J. Antonio Galván P.
Oaxtepec, Morelos
7 de octubre del 2006
3 comentarios:
Siempre que leo este separador, me dan muchas ganas de llorar. Te quiero mucho!
¿Quién escribió estas letras el 23 de septiembre del 2008 con el nombre de anónimo?
El libro y el comentario son maravillosos. El libro por lo que nos descubre...por el coraje y el golpe bajo que nos da a nosotros los católico..."todo sería más fácil si creyera en Dios" por la duda que el propio Inocencio nos herada ¿qué es la iglesia... y qué tiene que ver con la fé? ¿qué con nuestro credo...inocentes hombres?. El comentario por los sentimientos que muestra en un claro obscuro infinito
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