
La novela Eva Luna la compré en febrero en una librería de San José de Costa Rica y se la dejé a mi hija en su estancia por esa ciudad (entre febrero y agosto del 2007) pues supuse que serviría como objeto de acercamiento entre ella y la chilena con la vivió tres meses, María Paula. La literatura tiene la magia de unirnos en la conversación, en la descripción de los paisajes y los lugares o en la interpretación de la psicología de los personajes. Sin embargo, mi hija trajo a México el libro tal y como se la dejé: envuelto en un celofán.
La noche del 27 de agosto empecé a leer la obra y la terminé la noche del 6 de septiembre. Recorrí sus páginas atrapado en las redes del lenguaje de Isabel Allende y de las acciones de los protagonistas, presentados en dos mundos paralelos: Eva Luna y Rolf Carlé. Ella en un país de América del Sur (Chile, casi seguro) y él en su infancia y adolescencia en Austria. Las coincidencias propias de la vida y recobradas por la literatura habrían de unirlos muchos años después en ese país sudamericano.
¿En qué reside la magia de la protagonista? En su capacidad para inventar y contar historias lo que le permite crear un mundo menos lamentable que el que vive en realidad y volverse indispensable, por eso, para la gente que la rodea.
¿En qué reside la magia de la obra? En la sencillez con que son presentados los personajes y los hechos. No hay vericuetos en el desarrollo, sino episodios que se van engarzando uno a otro en un tratamiento a dos planos-personajes: Eva y Rolf. Esta sencillez es aderezada con un leguaje por demás rico en el uso de recursos literarios. Por momentos parecía que el lector estaba ante lo real maravillo de Carpentier o ante el realismo mágico de García Márquez.
Y así, sin contratiempos ni sobresaltos ni momentos de tensión extrema, fui testigo de una parte de la vida de Eva Luna; desde los antecedentes de su nacimiento hasta su madurez. Vida que recorre junto a Consuelo, su madre, y a la muerte de ésta (cuando Eva tenía seis años) junto a su Madrina, Elvira, Huberto Naranjo, la Señora, Melecio (que luego será Mimí) Riad Halabí, Zulema, Kamal, la maestra Inés, la yugoslava, el coronel Tolomeo Rodríguez y Rolf Carlé. Y cómo de estas relaciones con los otros Eva pasa de chiquilla casi abandonada a adolescente analfabeta y luego a escritora de telenovelas.
En contrapunto, también aprecio el desarrollo de Rolf y su mundo familiar en Austria (su padre el profesor Carlé, su madre y sus hermanos, Jochen y Katharina) y en América, sus tíos Rupet y Burgel, sus primas, Aravena y Eva Luna.
Tanto Huberto Naranjo como Aravena se convertirán en el puente que unirá las vidas y los destinos de los protagonistas.
A partir de tan gratificante experiencia lectora, seguiré recorriendo los mundos literarios de Isabel Allende y complementándolos con aquellos que nos ofrecen otras dos escritoras latinoamericanas: la mexicana Ángeles Mastretta y la colombiana Laura Restrepo.
J. Antonio Galván P.
Zacatenco
8 de septiembre del 2007
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