A la memoria de Ramón Ortiz Mejía, que hoy domingo cumpliría años
El ojo que veía siempre se burlaba del postizo. “Tú no puedes ver lo que yo veo: ni los amaneceres ni las puestas de sol, ni las rosas amarillas ni los volcanes cubiertos de nieve, ni los árboles del bosque ni la inmensidad del mar…”. El ojo que no veía, además de ciego parecía mudo: nunca contestaba las sátiras, las ironías o las palabras ásperas de su disímil compañero. Su silencio tenía razones que sólo él era capaz de comprender, su voyeurismo era lo suficientemente fuerte como para soportar la humillación, la burla o el desdén.
Cuando llegaba la noche, la mujer se recostaba a ver en la tele de 27 pulgadas algún programa que se inmiscuía en el zaping. Antes de que el sueño la venciera se desnudaba por completo y colocaba al ojo postizo sobre el buró, enseguida se acostaba sin tapar. Ahí empezaba la vida del ojo. A través de la oscuridad veía esas enormes nalgas de su dueña y, minutos después, sus prominentes senos, sus muslos macizos y su exuberante sexo…
Al día siguiente, cuando la dama empezaba su día, el ojo que veía comenzaba su sermón al postizo, éste, muy callado, llevaba para sí la película repetida que noche tras noche le dotaba de la fuerza para continuar su silencio.
José Antonio Galván Pastrana
Colonia Moderma
31 de agosto del 2008
3 comentarios:
Muy buena introduccion para dejar al lector con ganas de seguir adentrandose en la historia.
Intuyo que dentro del sarcasmo y el humor negro hay una enseñanza muy profunda que me gustaria conocer. pero donde termino de de leer el articulo?
Anónimo:
¿Adónde te escribo para informarte sobre el término de esta minificción?
Separador
Veo con gusto la dedicatoria que le hiciste a mi señor padre y reitero lo que ya sabes: él te quería mucho; siempre te mencionaba con mucho orgullo. Gracias, es un muy buen detalle Toño.
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