domingo, 12 de marzo de 2017

Eduardo Sacheri, El secreto de sus ojos






Con cariño a Cinthya Sánchez Arreola
en su cumpleaños 112, según fb.

 
De la noche del 27 de febrero a la madrugada insomne del 10 de marzo leí El secreto de sus ojos, del argentino Eduardo Sacheri  (Alfaguara 2014, pp. 317). Hace algunos años había visto la película homónima dirigida por Juan José Campanella (ganadora del Oscar a la mejor película extranjera y del premio Goya a la mejor película iberoamericana, ambos en 2010), pero debo advertir que recuerdo muy poco de esa cinta, así que sus actores y sus escenas no contaminaron mi imaginación en el transcurso de la lectura. Tuve la oportunidad de construir mis propios personajes y locaciones, así es que hasta hoy cuento con mi propio Benjamín Chaparro, la jueza Irene, Ricardo Morales y su esposa Liliana Colotto, Báez, Sandoval, Pedro Romano y su ayudante Sicora, Isidoro Antonio Gómez…

Para esta entrada, voy a emplear un recurso que el propio Eduardo Sacheri me regaló en otra novela: La noche de la Usina:

A la gente del pueblo no le atraían del circo, ni los payasos ni los animales cansados. El que de verdad los cautivaba era el maestro de ceremonias. Arístides Lombardero se llamaba (…).

En la mitad de la función, después de los trapecistas, Arístides se sentaba en un banco de madera tan mustio como el resto de las instalaciones, bajo la luz más impiadosa del foco más poderoso. Abandonaba la entonación ampulosa de las presentaciones de los números y adoptaba un tono casi íntimo, cercano, y empezaba a contar una historia.

(…)

Como un jugador socarrón y desinteresado, arrojaba imágenes, frases, escenarios inconexos. No respetaba el orden cronológico ni causal de los sucesos. No. Disparaba personajes, climas, hechos trascendentes, detalles, metáforas que nadie entendía, en una enumeración que parecía caótica. Después se ponía a contar, y era su auditorio el encargado de encontrar un hilo, una razón, un desenlace.

Si Lombardero hubiese elegido una vez el cuento de Cenicienta, habría empezado mirándolos a los ojos y diciendo que en ese cuento hay una búsqueda, un deseo, un hechizo roto, una vieja malvada, dos jóvenes que se enamoran mientras bailan, una niñez en soledad, un zapato. Y después habría empezado a contar, pero no por el principio, sino por el lugar adonde lo introdujera su impulso, el azar o el escándalo de la concurrencia. (pp. 11-13)

Si Arístides Lombardero hubiera contado El secreto de sus ojos, su enumeración inicial diría más o menos así:

·         Unos ojos que miran otros ojos.
·         Unos ojos que preguntan.
·         La historia que se prolonga por treinta años.
·         Un Chaparro solidario.
·         Un amor callado que perdura en el tiempo.
·         La amistad que trasciende el tiempo y la distancia.
·         Una joven pareja destruida.
·         Un banquero vengador.
·         El triunfo de la paciencia.
·         La corrupción de los aparatos de justicia.
·         El último desayuno del 30 de mayo de 1968.
·         Un enamorado despechado.
·         Los grandes amigos del juzgado.
·         La experiencia que bien vale una novela.
·         Un abrupto cambio de vida.
·         Una confesión que no necesitó de la tortura.
·         Las estaciones de trenes.
·         Buenos Aires, Tucumán, Jujuy y Villegas.
·         El auto blanco.
·         Un terreno de gran extensión.
·         La carta del 21 de septiembre de 1996.
·         Los testigos que se callan.
·         La prolepsis como reina del relato.
·         Una voz que cuenta la historia del escritor.
·         La voz del escritor que cuenta la novela.
·         La novela como circo de dos pistas.
·         Dos venganzas.
·         Una jubilación.
·         La Remington del tiempo de María Castaña.
·         Las viejas fotografías que revelan el secreto.
·         Dos destinos sellados por la muerte.


La lectura nos hace libres y felices.

José Antonio Galván Pastrana
Café son - Los Uruguayos
Moderna - Condesa, CDMX
12 de marzo de 2017

 

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